El Jesús compasivo, el Jesús servicial

Sermón dado en la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Maunabo el 11 de noviembre de 2012.

La mies es mucha (RVR1995)

35 Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. 36 Al ver las multitudes tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. 37 Entonces dijo a sus discípulos: «A la verdad la mies es mucha, pero los obreros pocos. 38 Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.»

Una de las características más notables de nuestros tiempos es la creciente insensibilidad de la gente ante todos los problemas que nos rodean: crímenes de día y de noche; maltrato de mujeres y niños; la ineficacia de nuestro sistema educativo (el 4 de noviembre de 2012 se publicó en El Nuevo Día una noticia titulada “9 de cada 10 escuelas en Puerto Rico no dan el grado”); todos los días vemos deambulantes en las calles, algunos de ellos sucios y con ropas harapientas; el 20% de la humanidad consume el 80% de los recursos alimenticios mientras el 80% consume únicamente el 20%; escuchamos muchos del lamentable paso de Sandy por Estados Unidos pero no tanto así del terremoto de 7.2 grados sucedido en Guatemala el pasado 7 de noviembre; nuestros vecinos haitianos básicamente están en silencio para nosotros a pesar de la cercanía y necesidad existente allí; y estos son sólo algunos ejemplos. Hemos hecho del mal un elemento natural de la realidad. Hemos internalizado aquello que se opone al bien de tal manera que ya no peleamos contra ello. Sin decirlo, ya nos hemos rendido y le hemos dado libertad a eso que nos hace daño. ¿Cuál es la función de la Iglesia Cristiana ante este panorama? ¿Qué debemos hacer como pueblo de Dios? Inspirarnos en Jesús. Imitar a Jesús.

Algunas veces nos hemos sentido tentados, y hemos cedido, a tomarnos la “vida cristiana” con suma ligereza. ¡Qué bueno es ir al culto! ¡Qué bonito es cantar a Dios y orar con los hermanos! ¡Qué inspirador el sermón el pastor! ¡Qué memorable la Cena del Señor! ¡Qué bueno que ya se terminó el culto! ¡Tengo hambre! Y repetimos la costumbre domingo a domingo. En la semana vamos al trabajo, compartimos con la familia, vemos las noticias y vivimos la vida con suma normalidad. Nos catalogamos como personas buenas, no le hacemos mal a nadie, “cumplimos con Dios” asistiendo a los servicios. Somos personas normales… pero el problema es que lo que hizo Jesús y a lo que Él nos llamó no es normal.

De primera instancia el pasaje nos dice que “[r]ecorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.” (Mt 9.35). Jesús parece haber sido alguien con una muy buena condición cardiovascular. Él iba a las ciudades y aldeas caminando. La mención de la ciudad no es accidental. Se piensa que la comunidad de Mateo vivía en una ciudad. Las ciudades de la antigüedad en su centro eran habitadas por una pequeña élite y los pobres eran desplazados hacia los extremos. Los más pobres de los pobres vivían a las afuera de la ciudad y carecían de la protección de las murallas. Es en este mismo capítulo 9 donde Jesús dice que “[l]os sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (v. 12). Así que podemos suponer que Jesús como “médico” no iba a los sanos (a la élite), sino a todos aquellos desplazados y necesitados de la ciudad.

“Al ver las multitudes tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.” (Mt 9.36) La Biblia de Jerusalén dice sobre la multitud que «estaban vejados y abatidos». Cuando menciona “vejados” se refiere a que la gente que Jesús vio había sido maltratada, molestada, perseguida y perjudicada por otros. Pero también dice “abatidos”, que significa derribados, echados por tierra. La vida le había dado muy duro a esta gente. Y Jesús “[a]l ver las multitudes tuvo compasión de ellas”. La palabra que se utiliza aquí por “compasión” denota un sentimiento que viene desde las entrañas, que en ese entonces eran consideradas la fuente de las emociones. Podemos inferir que la compasión de Jesús no era una emoción ligera sino que era una emoción por la que su cuerpo se conmovía.

El Jesús sentir compasión es un motivo común en Mateo. “Al desembarcar, vio tanta gente que sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos.” (Mt 14.14) En otro momento, estando Jesús en un monte rodeado de personas, dice el texto que “Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que están aquí conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino.»” (Mt 15.32) Cuando dos ciegos se le acercaron y le pidieron recibir la vista, Mateo dice: “Movido a compasión, Jesús tocó sus ojos y, al instante, recobraron la vista. Ellos le siguieron.” (Mt 20.34) En la “Parábola del siervo sin entrañas”, como la titula la Biblia de Jerusalén, tras el siervo rogarle al rey que le tuviese paciencia en el pago de una deuda, el texto dice: “Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó ir y le perdonó la deuda.” (Mt 18.27)

Sería una equivocación pensar que la necesidad de la gente era únicamente física. Lo que causa la profunda compasión en este punto no es la abundancia de enfermedad que Jesús vio sino la gran necesidad espiritual de la gente, cuyas vidas no tienen centro, cuya existencia parece sin propósito, cuya experiencia no se tiene en estima. La multitud, que piensa principalmente en sus males físicos, tiene una necesidad más apremiante de la cual sus enfermedades son sólo un indicador. Había en ese entonces un Judaísmo fuerte y un Templo sorprendente en Jerusalén. ¿Cómo es que al tiempo que unos vivían cómodamente había otros sumidos en tanta miseria? Los líderes judíos en los días de Jesús no habían cumplido su responsabilidad de guiar y proteger a la gente y, por lo tanto, la gente estaba “acosada” e “indefensa”. Los pastores habían abandonado a sus ovejas en un ambiente salvaje.

¿Sabe qué, hermano y hermana? En nuestros medios hay gente con graves crisis porque todos los han abandonado. Aún la Iglesia ha dejado de ser sal y luz en ocasiones (Mt 5.13-16) y se ha parecido mucho a la gente normal. Pienso en la gente enferma de nuestra comunidad y congregación. ¿Ha sentido usted compasión? Todas las semanas vienen aquí niños y jóvenes de hogares disfuncionales. ¿Ha sentido compasión por ellos? Día a día vemos adultos sumidos en la depresión, en peleas, en pobreza y estilos de vida desordenados. ¿Ha sentido dolor en sus entrañas ante el panorama? ¿No duele la inacción de aquellos que se supone muestren cuidado y atención? ¿No duele cuan insensibles podemos ser ante el dolor?

Ante el panorama desolador, Jesús “dijo a sus discípulos: «A la verdad la mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.» Entonces, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus impuros, para que los echaran fuera y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.” (Mt 9.37-10.1) La mies es el producto del campo que está listo para ser tomado por manos obreras. Jesús, en respuesta a la grandeza de la necesidad, hace un llamado a la oración para que se añadan trabajadores a la obra. Pero nótese que Jesús, al mismo momento, contrata a los discípulos para la siega del Padre. No están todos los llamados, pero los escogidos trabajarán. Dios añadirá a través de la oración a otros obreros.

El mismo Jesús que está en el pasaje leído es el que está en medio de nosotros. “Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” –dice Mt 28.20. La mies sigue siendo mucha y la Iglesia tiene un llamado a no ser ciega a la necesidad. Debemos ir por “las ciudades y aldeas”. Debemos ver a los desamparados, vejados y abatidos y tener compasión de ellos como la tuvo el Maestro. Aún más, Jesús hoy nos invita a ser trabajadores en la siega de Dios. El fruto está listo y hay que ir a tomarlo. Él está en medio de nosotros y nos ayudará.

Padre celestial, nos acercamos a ti retados por tu llamado a la acción. Nos acercamos dispuestos pues Tú nos diste el ejemplo. Recorrías todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mt 9.35). Hoy afirmamos que queremos agradarte a través de nuestro culto pero no queremos obviar “la justicia, la misericordia y la fe” (Mt 23.23). Guíanos a trabajar hacia el bienestar de este país con tanta necesidad. Ayúdanos a mirar con compasión a todo aquel que se acerque a esta congregación y a todo el que se nos acerque en las calles con necesidad. Confiamos en que nos has llamado y nos has capacitado para este servicio. En el nombre de tu Hijo Jesús por el poder del Espíritu Santo. Amén.