Los tres niveles de existencia (Kierkegaard)

Existe gente que nos hace reflexionar sobre la manera que dirigimos nuestra vida. Leyendo el libro Irrational Man: A Study in Existential Philosophy de William Barret me encontré con Sören Kierkegaard, hombre de una vida e interioridad fascinante y reconocido precursor de la filosofía existencialista. Si bien sería una idea excelente contar sobre su vida, quiero compartir más bien unas ideas suyas que pueden alumbrar nuestra conciencia. En particular, sus tres «etapas en el camino de la vida».

La primera etapa es la estética. El ejemplo perfecto de un esteta es el niño. Cuando se es esteta se vive únicamente para el presente, para el placer o dolor del momento. La persona en esta etapa busca insaciablemente el placer para sentirse vivo, lo que finalmente la sumergirá en la desesperación. Los momentos placenteros llegarán, pero desaparecerán tras el manto fugaz del tiempo. También se menciona al esteta intelectual, aquel que busca ser espectador de todo tiempo y existencia separado de la vida misma. Llegado el momento de ponernos serios sobre la vida, la actitud esteta no tiene por qué ser descartada, pero sí integrada de una manera balanceada a la etapa que viene a suplantarla: la ética.

La etapa ética es el momento en que el hombre se escoge a sí mismo y el tipo de vida que vivirá. El hombre toma esa decisión frente a la muerte, y sella con esa decisión la manera que vivirá la única vida que tiene y que tendrá. Un ejemplo de una persona ética sería un esposo. Un día tomó la decisión de unirse a otra persona para el resto de su vida. Día a día tendrá que reafirmar ese compromiso actuando de acuerdo a sus votos. En esta etapa la persona se rige por reglas universales y es guiada por el deber a hacer lo que se considera correcto.

La tercera etapa es la religiosa. Esta etapa es la afirmación del individuo sobre el colectivo o de lo particular sobre lo universal. El hombre religioso en ocasiones debe romper con la ética universal (la ética/moral social) por el llamamiento divino. Pero ese rompimiento con lo universal no es fácil, sino que se lleva a cabo con temor y temblor. «La regla de ética universal, precisamente porque es universal, no puede comprenderme totalmente, al individuo, en mi concreción» (Barrett, p. 167). El ejemplo que Kierkegaard da en el caso del hombre religioso es Abraham cuando Dios le pide sacrificar a su hijo Isaac. Existe una gran angustia, pues la ética universal dice que los padres deben preservar la vida de sus hijos, pero Esa Voz le pide el sacrificio de su hijo. Existe el temor de desobedecer a Dios y la duda de si esa voz realmente es la de Él. No existen seguridades, es una decisión o la otra. En la vida contemporánea usualmente no es algo bueno contra algo malo, sino bienes rivales donde estamos atados a hacer un mal de todos modos y nuestros motivos no son claros. Es en esa unicidad, en lo particular de nuestra existencia, que nos vemos obligados a trascender las reglas universales y actuar de acuerdo al corazón.