La mímesis en Génesis 2–3

Compassion or Apocalypse? A Comprehensible Guide to the Thought of René GirardComo hemos visto en las dos entradas anteriores sobre el tema, uno de los valores de la teoría mimética es cuánto puede iluminar sucesos dentro de los textos bíblicos. James Warren, en el capítulo 2 de Compassion or Apocalypse?, nos provee una interpretación de Gn 2–3 sumamente interesante.

Nunca hubo un «Érase una vez». “Génesis describe alegóricamente qué sucede en las relaciones humanas en todo lugar y siempre, una y otra vez, mientras el deseo mimético es dado a luz y desatado, y lleva a rivalidad.»[1] Esta interpretación resuena muy bien conmigo.

Según mi visión actual, el relato del Jardín de Edén es la mitificación de la propia historia del pueblo de Israel, que se repite una y otra vez. A pesar de las ordenes divinas (la Ley), el ser humano desobedece y sufre las consecuencias. A diferencia de la teología clásica, que ve «la caída» de Adán y Eva como un acontecimiento de un momento particular de la historia, Girard y Oughourlian, propulsores de la teoría mimética, ven a Gn 2-3 como un relato que describe la condición humana desde siempre, condición legada a nosotros por el proceso evolutivo.

Warren llama la atención al papel marginal que ocupa “el árbol del conocimiento del bien y del mal” (2.9) en el relato. Aparte de su nombre, no hay nada que sobresalte de este árbol por sobre los otros árboles. De hecho, al momento del hombre escuchar el nombre del árbol (2.17) no se supone que esté en capacidad en comprender su significado. La realidad que nos plantea el relato es que al ser humano nada le faltaba y que el árbol “malvado” inicialmente no representaba una tentación. Habían en el jardín muchos árboles para alimentarse y vivir bien (2.16). Es por está razón que se puede inferir que la intención del relato es contar el origen del deseo.

Adán y EvaEl papel de la serpiente es dirigir la atención de Eva a Dios, a quien se le acusa de prohibirle a la pareja el acceso al fruto del árbol porque quiere monopolizar el conocimiento que le hace divino (3.5). Para Eva aquel árbol común se transforma, entonces, en un objeto muy deseado. Dios se vuelve mediador del deseo y obstáculo/rival en virtud del pensamiento que Eva tiene sobre Él. La fruta prohibida es ahora objeto de deseo porque Eva copia el deseo (imaginario) de su rival, Dios.

La fruta es un símbolo de lo que “comemos” cuando nos volvemos consumidores miméticos de los deseos de otros. Como dice Oughourlian, es una fruta que el estómago humano nunca podrá digerir, y que causará estragos con nuestra salud. Modelos (incluso los positivos) se volverán obstáculos y rivales, y obstáculos-rivales se convertirán en modelos y dioses.[2]

Lo que diferencia a Dios de los seres humanos es su trascendencia, su existencia fuera de las dinámicas de modelo-obstáculo que son parte de la teoría mimética.Dios modela el deseo y los humanos imitan, y no hay movimiento en la dirección opuesta: los humanos no modelan deseo para Dios, y Dios no imita el deseo humano.”[3] La imagen deformada que Eva crea de Dios, gracias a la serpiente, en realidad es un ídolo.

La serpiente, que en el Apocalipsis de Juan es identificada con Satanás, en Génesis es una alegoría de la rivalidad mimética. “El fruto parece deseable a Eva cuando ella es . . . mordida e inyectada con el veneno de la rivalidad mimética.”[4] Desde el inicio, el ser humano responde al deseo del otro y lo envidia, y busca reclamar para sí el objeto del deseo. Surge así un ciclo ininterrumpido de rivalidades en la narrativa bíblica (e.g., Jacob y Esaú como rivales desde el vientre).

Al Dios maldecir la serpiente (3.14-15), lo que hace es maldecir la rivalidad mimética. La enemistad que nace entonces entre la serpiente y la mujer y sus descendientes es una descripción de la vida del ser humano. Para acabar con esa rivalidad que se insinúa en todas las relaciones no se puede ser liviano, hay que ir con todo. La tradición cristiana ha visto a Jesús como aquel que finalmente le aplasta la cabeza a la serpiente.

“En el principio,” Dios estableció un sistema con diferencias estables (i.e., que no eran percibidas como diferencias divisivas o negativas). En el orden creado había perfecta armonía porque todo era percibido como bueno (Gn 1). La consecuencia de Adán y Eva comer la fruta prohibida fue que se volvieron como dioses. Ahora podían ser como Dios y crear distinciones, pero de manera imperfecta, pues estas distinciones serían generadas por la rivalidad mimética. Ahora lo “bueno” sería definido en oposición a lo “malo”.

Bien vs MalLo que llamamos la “moralidad” es en realidad una expresión del deseo alimentado por la rivalidad. Los seres humanos, desde siempre, nos hemos agrupado en grupos grandes o pequeños que comparten una percepción de lo “bueno” y hemos intentado excluir al otro “malo”. Los pueblos se pelean, ambos creyendo tener la razón. “Las circunstancias lo justificarán todo, pero declaraciones de objetividad en el juicio serán tan numerosas como contradictorias.”[5] La moralidad es “cambiante, inestable, subjetiva, confusa y poco confiable”.[6]

Como Caín, los humanos estarán condenados a vagar como exiliados a través de este paisaje de arena cambiante, nunca capaz de recuperar la real estabilidad, seguridad, claridad, y unidad de Edén. Como Caín, ellos establecerán comunidades y construirán ciudades cobijados detrás de grandes murallas para diferenciarse a sí mismos del otro enemigo, el rival, aquel a ser temido.[7]

Adán y Eva, tras sucumbir a la rivalidad mimética, tuvieron miedo (3.10). Supieron que estaban desnudos y temieron su desnudez, que afirmaba sus diferencias, por lo que cubrieron sus cuerpos con hojas de higuera (3.7). El cubrir sus cuerpos sugeriría que algo estaba siendo retenido, lo que finalmente encendería aún más el deseo. Ahora el hombre y la mujer se entenderían como opuestos. La sexualidad, una dimensión básica del ser humano, ahora estaría sujeta a la rivalidad.

La expulsión de la pareja primigenia del Jardín de Edén puede considerarse un acto de misericordia: Impidiéndole tomar del “fruto del árbol de la vida” (3.22), Dios impidió que el ser humano viviese en un ciclo eterno de rivalidad mimética. Y aquí nos encontramos, luchando con esa serpiente tan escurridiza en medio de nuestras relaciones todos los días. Pisarle la cabeza parece ser una imposibilidad, a menos, decimos los cristianos, que vayamos a la figura de Jesús. Pero eso será para otro día.


[1] James Warren, Compassion or Apocalypse? A Comprehensible Guide to the Thought of René Girard (Winchester, UK: Christian Alternative, 2013), Kindle Electronic Edition: Posición 675.

[2] Ibid., Posición 741.

[3] Ibid., Posición 757.

[4] Ibid., Posición 773.

[5] Ibid., Posición 812.

[6] Ibid., Posición 806.

[7] Ibid., Posición 812.

«Soy permeable.»

Bob EsponjaAnteriormente discutíamos sobre el deseo mimético, teoría de René Girard que afirma que nuestros deseos surgen por imitación. Hoy continuamos desarrollando el tema, según expuesto en Compassion or Apocalypse?: A Comprehensible Guide to the Thought of René Girard de James Warren (Edición Kindle).

El deseo mimético nos dice que copiamos nuestros deseos de los demás, no de todos, sino de ciertos otros. ¿Cuál es la función de esa imitación consciente/inconsciente? Warren nos dice que “Siempre estamos en búsqueda del deseo del otro: este es nuestro mapa, nuestra pista para encontrar nuestro camino en el mundo humano de la cultura y la civilización.” (Posición 365) Encontramos en el deseo del otro el ímpetu para movernos hacia un lugar u otro en el mundo.

La llamada “mentira romántica” consiste en pensar que somos nosotros los que originamos nuestro propio deseo. Se conoce una famosa afirmación del César que expresa de manera clara este romanticismo engañador: “Vine, vi y vencí.” El proceso implícito es este: “Vine, vi y deseé.” Esto supone el encuentro con un objeto, una apreciación individual de sus buenas características y, entonces, el surgimiento del deseo, que lleva entonces a la apropiación del objeto. El César, de manera independiente, deseó y se apropió de lo que quería.

En realidad, Julio César deseó lo que aprendió a desear, él deseó lo que copió de algún tercero por mímesis. A aquel de quien copiamos nuestro deseo se le llama «modelo» o «mediador». Al proceso por el cual se comunica un deseo de una persona a otra lo llamamos «mediación». El deseo puede ser transmitido por una persona o por un personaje ficticio (e.g., literatura). El deseo puede ser por un objeto particular (ramo de rosas) o por cierto tipo de objeto (flores amarillas). En el caso del César sabemos que tuvo a Alejandro Magno y a la tradición homérica por modelos en relación a sus deseos de conquista.

Niños peleando por jugueteComo muchas veces cedemos al “mito romántico” hacemos de nuestro deseo una prioridad sobre el de los demás. Viene a mi mente la expresión “¡Yo lo vi primero!”, cuando de pequeño exigía mi derecho sobre algún objeto a algún amigo. El mito del deseo alimenta nuestra independencia. Reconocer que nuestro deseo fluye por canales que hemos aprendido a recorrer, que en realidad se origina en otra persona (que puede, incluso, ser un rival) puede ser humillante y debilitar nuestra causa. Es más fácil reconocer (a otros y a nosotros mismos) que nuestro deseo proviene de un personaje de la antigüedad que de alguien que consideramos nuestro igual o inferior.

Escribiendo esto no dejo de pensar en mi esposa y en lo mucho que pudo tener que ver mi mamá en ello. Mi mamá es una persona que considero de carácter fuerte, trabajadora y muy vertical en sus cosas. Por alguna razón bromeaba con mis amigos en la Escuela Superior diciéndoles que quería como novia/esposa a “una mujer que me dominara”. Cuando conocí a la que ahora es mi esposa, recuerdo que una de las cosas que me gustó de ella fue su seriedad, su verticalidad y su esfuerzo. Admito que mi empresa de conquista amorosa se hubiese debilitado considerablemente si le hubiese dicho: “Me gustas porque te pareces a mi mamá.” Ahora que conozco del deseo mimético no puedo negar que tal vez mi mamá haya sido un modelo importante.

esponja“Soy permeable.” (Posición 425) Esa expresión me gustó mucho. Warren afirma que nuestro sentido del «yo» se construye en imitación de otros. Podríamos decir que aquellos que nos han servido de modelos están en nosotros, y nosotros en ellos. No nos poseemos, no somos seres contenidos en nosotros mismos. A esto Girard y Oughourlian lo llamaban «interdividualidad». Yo lo llamaría una expresión de la interrelación de todas las cosas.