El comienzo, el final para algunos

A mi parecer, existe un problema inherente en la manera que algunos cristianos se acercan a la Biblia. Como diría mi profesora de Antiguo Testamento, algunos utilizan la Biblia como un manual histórico, técnico, científico y mencione todo lo que se le ocurra. Sin embargo, si se acepta de inicio que los autores de cada libro de las Escrituras vivieron en una cultura muy diferente a la nuestra (de hecho, dentro de la misma Biblia existe gran diversidad), debemos admitir que debemos tener mucho cuidado en cómo la interpretamos. Si no tenemos ese cuidado corremos el riesgo de trasladar a nuestro contexto elementos extraños, o dicho de otra manera, elementos no-universales que eran parte de la cosmovisión de los autores.

Un ejemplo de esas extrañezas que algunos traen a estos tiempos posmodernos es la vieja interpretación (podríamos decir tradicional) de Génesis 1. En esta interpretación lo que el texto dice es puro dato objetivo, por lo que se desprende que el universo, el mundo y todo cuanto existe fue creado en seis días de veinticuatro horas literalmente. Baste decir que este acercamiento al texto de Gn 1 está lleno de problemas que un buen comentario bíblico, un estudio de la historia de la interpretación bíblica, una Biblia de estudio o estudios de la crítica histórica pueden revelar. En fin, aunque en este caso el texto no dice lo que creen que dice, estos intérpretes creen con tal insistencia que todo conocimiento que contradiga su visión es falso. Aquí es donde surge el llamado conflicto entre ciencia y fe, en medio de nosotros desde hace siglos. Debemos preguntarnos en este momento: ¿tiene que ser así? ¿Por qué la ciencia debe contradecir la fe o viceversa?

Un acercamiento al texto bíblico que ha estado tomando auge es el siguiente: ver el texto por lo que es y no por lo que queremos que sea. Aunque de inicio parece ser una propuesta absurda, pues nunca podemos ver y definir un objeto fuera de nuestra propia perspectiva, a lo que nos invita esta perspectiva es a no temer los estudios que nos informen sobre el origen y la intención original de los autores. En otras palabras, nos invita a colocar el texto en su propio contexto para que nos pueda hablar mejor. La dolorosa realidad es que este acercamiento destruye los sistemas que muchos individuos y la Iglesia en particular han creado a partir del texto y destruye la domesticación del texto para dominar y oprimir a creyentes y divergentes. El texto, aunque lo utilicemos de manera creativa hoy día, dice cosas muy definitivas, muy situadas, muy particulares, cosas con las que no tenemos que estar de acuerdo.

Y es aquí donde donde diverjo respecto a la utilidad de la Biblia en la conversación cristiana. A menudo, citar las Escrituras (en realidad, nuestra interpretación) es el punto definitivo, el momento en que se ponen las cartas sobre la mesa, el “tómalo o déjalo” de la conversación respecto a cualquier tema. Creo, sin embargo, que ver el texto por lo que es y no por lo que queremos que sea nos ayuda a cimentar nuestra visión en los asuntos esenciales (Jesús), y a reconocer lo situado, lo no-universal de mucho del material bíblico. Alguien me juzgará de marcionista, pero la contextualidad misma del texto habla contra la aplicación literal del mismo. Aunque queramos seguir a Jesús como dicen los Evangelios, eso no sucederá, no somos los primeros discípulos. La particularidad del evento nos llevará a buscar interpretaciones plausibles para nuestro hoy.

Mi solución a este dilema sobre la interpretación bíblica es el siguiente: para mí la Biblia es el comienzo de la conversación y no el final. Cuando la Biblia es el comienzo de la conversación se reconoce que esta es un documento antiguo, culturalmente lejano pero de todos modos relevante para informar nuestra identidad cristiana, pero no se detiene ahí. Este acercamiento también nos dice que nuestro contexto importa, que el conocimiento de nuestra generación no es una fantasía, que hay belleza, verdad y revelación en nuestro mundo. Dios se sigue haciendo presente en medio de la historia llevando al mundo a su cumplimiento. Y aunque nuestra realidad es juzgada de manera crítica por la interpretación del texto, también sabemos reconocer elementos sobre los que, como hijos de nuestro tiempo, sabemos mejor que los autores del texto bíblico. Como ejemplo valen la pena hacerse unos comentarios que nos ayuden a salir del atolladero del conflicto entre la ciencia y la fe.

Una visión informada acerca de la ciencia podrá reconocer sus limitaciones. La ciencia parte de una concepción naturalista del universo: si pretende ser ciencia y no metafísica esto tiene que ser así. La ciencia explica los fenómenos naturales detrás de cualquier ocurrencia a través de un método que varía poco y puede ser reproducido en cualquier parte del mundo bajo condiciones controladas. Una teoría científica es la mejor manera de explicar una cantidad considerable de datos. En el caso, por ejemplo, de la teoría del Big Bang, aunque puede tener sus detractores, esta es la que mejor explica la totalidad de los datos que poseemos. Si se acumula una cantidad considerable de datos que la contradigan la teoría será desechada. El conocimiento actual de las ciencias no está escrito en piedra y continúa creciendo, modificándose y refinándose. ¿Tenemos entonces que negar la estabilidad de un canon cerrado con afirmaciones bien sitiadas en el tiempo (la Biblia) por un sistema en continuo cambio como las ciencias? En absoluto.

A lo que me impulsa la visión que propongo (y se lo debo a Rachel H. Evans) es a ser libre del fundamentalismo y a aceptar que soy plenamente hijo de mi sociedad/cultura y que no puedo escapar de ella, aunque sí puedo ser crítico. Y aquí un detalle importante que había olvidado: la ciencia no habla sobre el significado de la existencia o de Y o X suceso o sobre la causa inicial de todo cuando existe. La ciencia únicamente se limita a explicar los procesos naturales de todo cuanto vemos. Nada acerca del valor de las cosas es parte del lenguaje científico. Ser científico ≠ ateísmo. Entonces, sí podemos ser cristianos y ser hijos de nuestra época científica plenamente, al mismo tiempo que rechazamos a aquellos que quieren interpretar la ciencia a favor del ateísmo.

Una persona que vive su cristianismo bien sitiado en su contexto y no niega lo mejor del conocimiento contemporáneo es el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal. Ubicándome particularmente en el caso de Gn 1, Cardenal escribió un libro llamado Cántico Cósmico en el que fusiona de manera magistral el conocimiento científico con la interpretación de su fe. Aquí les pego un extracto:

En el principio fue una explosión,
pero no una explosión desde un centro hacia afuera
sino una explosión simultánea dondequiera, llenando
todo el espacio desde el principio, toda partícula
de materia apartándose de toda otra partícula.
Una centésima de segundo después
la temperatura era de 100.000 millones de grados centígrados
aún tan alta que no podía haber ni moléculas ni átomos ni
núcleos de átomos, sólo partículas elementales:
electrones, positrones
y neutrinos fantasmales sin carga eléctrica y sin masa »
lo más cercano a la nada que han concebido los físicos»
Y el universo se llenó de luz.
…La noche oprimía la tierra como selva impenetrable…
…Se dice que cuando aún era de noche,
cuando aún no había luz,
cuando aún no amanecía,
dicen que se juntaron. Dijeron: ¿Quién hará amanecer?…
…Cuando era noche.
Estaba la luz metida allá en una Cosa Grande.
Comenzó a amanecer y mostrar la luz que en sí tenía,
y principió a crear en aquella primera luz…

¿No se nota a leguas que esta interpretación de los inicios del cosmos está informada por el texto bíblico? ¿No existe belleza en ver a Dios en la complejidad abismal de nuestro universo? La intención del texto bíblico no es que únicamente reconozcamos como real el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, también el texto nos exige a que le reconozcamos como nuestro Dios hoy, en nuestra cultura, en nuestra generación. Yahvé, el Dios de Israel, es el Dios de la historia y no existe nada que le aparte de las ciencias y mucho menos de nosotros, hijos de la evolución de la historia que Él mismo comenzó.