Cuando nos nace el niño en el pesebre

natividad

Si algo nos dice la historia es que la vida humana nunca ha sido fácil. Siempre metidos en guerras, discusiones religiosas, abusos de poder, buscando sustentarnos, buscando nacer a la existencia. Muchos ya estamos cansados. ¿Cuándo parará? ¿Cuándo obtendremos descanso? ¿Dónde está Dios en estos procesos de vida? Esa ha sido la pregunta de las generaciones. Por ejemplo, en los Salmos hay llamados por el auxilio de Dios que nacen del alma. En el Sal 22.2-3 se clama con desesperación:

2 ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
Estás lejos de mi queja, de mis gritos y gemidos.
3 Clamo de día, Dios mío, y no respondes,
También de noche, sin ahorrar palabras.

El ser humano desde siempre ha intentado buscarle solución a sus problemas elementales. Hoy día algunas personas piensan que el gobierno tiene la responsabilidad de solucionar los problemas del país. Otros piensan que el esfuerzo, el trabajo de sus manos, es lo que los hará triunfar en la vida. Otros ponen su confianza en otras personas ciegamente. Son muchos los que se aprovechan de la debilidad del pueblo y lo guían a caminos de perdición.

AugustoEn el texto de Lc 2, el mundo ponía su confianza en César Augusto, el emperador del Imperio Romano. No se equivoque. Este hombre hizo cosas sorprendentes por el imperio, tanto así que cuando murió “se había ganado el favor del pueblo, que lo veneraba como príncipe de la paz”.[1] Augusto tenía control sobre toda el área alrededor del Mar Mediterráneo, incluida Galilea y Judea. Dice el texto que él ordenó un censo. El fin de este era el pago de impuestos.[2]

Si hemos leído el Evangelio según Lucas ya habremos sido informados de María, una jovencita virgen desposada con un hombre llamado José. A ella un ángel llamado Gabriel le anunció que concebiría al Mesías por medio del Espíritu Santo (1.26-38). En Lc 2, el censo ordenado por Augusto obligó a la pareja a moverse a la tierra de origen de José, que era descendiente de David. Ya había pasado tiempo desde el anuncio del ángel y María estaba por dar a luz. ¿Qué sucede? Un criterio que se pensaba que debía tener el Mesías era haber nacido en Belén, “la ciudad de David”. Dice el texto bíblico que “mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito” (vv. 6-7a). Un decreto, que llamaríamos mundano, fue el contexto donde la Divinidad confirmó su intención salvífica en el niño Jesús. Este es un elemento importante que nos debe dar esperanza. Detrás de los bastidores de la historia Dios cumple sus propósitos. Nada, ni grande ni pequeño, está ajeno al alcance del Dios de Israel. El niño Jesús nació donde debía nacer. Sin embargo, María debió estar muy perturbada. El lugar donde nació el niño no fue el mejor. ¿De veras sería el Mesías? ¿Cómo era posible que el Salvador de Israel naciera en un pesebre?

Ángeles y pastoresEn otro lugar, no muy lejos, habían unos pastores que vigilaban su rebaño. De momento, un ángel hizo aparición en sus medios, suceso que usualmente genera gran temor. “El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor.” (vv. 10-11) A los pastores les fue dada una señal que afirmaría la veracidad de este anuncio: encontrarían “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (v. 12). Y entonces tuvo lugar uno de los sucesos más memorables del relato, “se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.»” (vv. 13-14)

Los pastores respondieron al anuncio angélico con fe. “Vamos a Belén a ver lo que ha sucedido, eso que el Señor nos ha manifestado”—se dijeron unos a otros (v. 15). “Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos cuantos lo oían se maravillaban de lo que los pastores les decían.” (vv. 16-18) A los pastores les había sido confiada la realidad detrás de aquel nacimiento humilde. Detrás de un suceso pequeño y cotidiano, dentro de uno de los imperios más grandes que el mundo ha conocido, se escondía el propósito salvífico de Dios.

Ese fue uno de esos momentos en los que la realidad parece contradecir lo que Dios ha dicho. Usted y yo vivimos ese tipo de momentos constantemente. Como cristianos se nos ha dicho que somos santos, pero nadie mejor que nosotros sabe cuan pecadores somos. También se nos ha dicho que el creyente vive vida abundante en Cristo, pero cuantas veces nos embarga la tristeza debido a las circunstancias y sentimos que la vida no es justa. ¡Pero gloria a Dios que el texto bíblico nos dice que Dios está presente en esas paradojas!

Si usted se siente pecador, ¡anímese! ¡Jesús compartió la mesa con publicanos y pecadores! Si siente que la vida le ha dado duro, ¡regocíjese! Los evangelios nos testifican que él vino a acompañar y dar esperanzas a los quebrantados de corazón. ¡El área más oscura de su ser no es inalcanzable para Dios! ¡Jesús nació en un pesebre! No se preocupe si le es difícil procesar esta palabra. El mismo texto nos dice que aún “María… guardaba todas estas cosas y las meditaba en su interior” (v. 19).

Jesús en la cruzEl evangelio de Cristo nos hace un llamado a la fe. La vida es incomprensible en más de un momento. Pero es importante que como creyentes estemos siempre conscientes de que Jesús no fue ajeno a lo que usted y yo vivimos día a día. Qué mejor ejemplo ilustra el sentimiento de abandono y la paradoja de la vida que nuestro Señor Jesús en la cruz. En Mt 27.26 Jesús clama a viva voz al Padre y le dice: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» Pero usted y yo sabemos que no fue así. No pudo haber resurrección si Dios no hubiese estado allí. Y se reveló ante nuestros ojos el acto más grande de amor que el mundo ha conocido jamás. Ese era verdaderamente el Hijo de Dios. Dios dio a su Hijo para salvarnos, para mostrarnos el camino de amor y verdad.

Finalmente podemos estar agradecidos. Dios no está lejos de nosotros. “Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había anunciado.” (v. 20) Ellos pudieron presenciar que, en efecto, había nacido Emanuel, «Dios con nosotros». Y porque nació en un pesebre sabemos que también lo hace en nuestra vida cuando le abrimos nuestro corazón con fe.


[1] Isabel Gómez Acebo, Lucas (Estella: Verbo Divino, 2008), 59.

[2] Rainer Dillmann y César A. Mora Paz, Comentario al evangelio de Lucas: Un comentario para la actividad pastoral (Estella: Verbo Divino, 2006), 61-62.

¿Existes?

¿Dios existe?

…esa pregunta surge espontáneamente del corazón hacia Dios cuando escuchamos y leemos noticias tan dolorosas. El dolor se acrecienta aún más cuando vemos que grupos que afirman conocer a Dios se expresan de manera tan poco compasiva respecto al momento que se vive. ¿Vale la pena creer en un Dios en cuyo plan estaba que muriese gente inocente? No. Ese Dios no existe. Ese no es el Dios revelado en Jesús.

En el texto de Lc 7.18-28 los discípulos de Juan el Bautista habían escuchado de la fama de Jesús y le comentaron a su maestro. Él envió a dos de ellos a preguntarle a Jesús: «¿Eres tú el que había de venir o esperaremos a otro?» Luego de haberle hecho la pregunta Jesús realizó milagros delante de ellos y le respondió a Juan:

Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí.

Estas eran señales de que el Reino de Dios se había acercado, de que la presencia de Dios estaba en este hombre llamado Jesús, de que aquel que entrara en contacto con Él recibiría vida.

Es por esta razón que sigo creyendo en Dios, porque sé que Él no está detrás de los horrores del mundo. Porque así como Jesús vino y mostró la naturaleza del Reino divino, porque murió, resucitó y ascendió frente a sus discípulos (Hch 1), tengo la esperanza de que regresará a reinar sobre todo lo creado y que serán sobrepasadas nuestras expectativas de justicia y paz. Porque Jesús fue arrestado, torturado y muerto inocentemente, sé que Él entiende el dolor de la gente que sufre. Estos serán bienaventurados en su reino.

En estos días lloremos con los que lloran, pero tengamos esperanza. El que hizo un día volverá a hacer. Y entonces ya no habrán más lagrimas ni dolor. Todo será hecho nuevo.

La venida del Señor: ¿qué debemos hacer?

Segundo domingo de Adviento
9 de diciembre de 2012

Lucas 3.1-14 (RVR 95)

En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan hijo de Zacarías, en el desierto. Y él fue por toda la región contigua al Jordán predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados, como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías, que dice:

«Voz del que clama en el desierto:
“Preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas.
Todo valle se rellenará
y se bajará todo monte y collado;
los caminos torcidos serán enderezados,
y los caminos ásperos allanados,
y verá toda carne la salvación de Dios.”»

Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él:

—¡Generación de víboras!, ¿quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: “Tenemos a Abraham por padre”, porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Además, el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego.

10 La gente le preguntaba, diciendo:

—Entonces, ¿qué haremos?

11 Respondiendo, les decía:

—El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo.

12 Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron:

—Maestro, ¿qué haremos?

13 Él les dijo:

—No exijáis más de lo que os está ordenado.

14 También le preguntaron unos soldados, diciendo:

—Y nosotros, ¿qué haremos?

Les dijo:

—No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario.

Endoftheworld

Los seres humanos que vivimos en países relativamente desarrollados hemos experimentado desde hace varias décadas un “boom” en noticias sensacionalistas que anuncian el fin inminente del mundo. Tan reciente como el 2 de diciembre de 2012 se publicó en el Vocero una noticia que aseguraba que Nostradamus, quien vivió en el siglo XVI, profetizó que el billón de visitas que recibirá el video de la canción Gangnam Style en Youtube para el 21 de diciembre de 2012 es una señal del fin del mundo. Obviamente, la noticia es una broma y el pasaje que se utiliza para justificar la profecía ni siquiera existe. Pero el hecho de que una noticia tan tonta aparezca en nuestros periódicos es muy sugerente de lo que hay en la psique de nuestra sociedad.

El 1 de diciembre de 2012 se publicó una noticia aún más interesante. Se dice en la misma que se están creando cursos en las universidades para estudiar el fenómeno del fin del mundo. Los cursos se están llenando a capacidad. La gente está muy interesada debido a los desastres naturales que hemos escuchado a través de los años y, en especial, debido al supuesto fin del mundo profetizado por los mayas para el 21 de diciembre de 2012. Algunos se toman el asunto en broma y otros muy en serio. Por ejemplo, el 19 de mayo de 2012 se publicó una noticia de una joven de 16 años que se privó de la vida. Buscando en internet leyó sobre teorías de conspiración sobre guerras nucleares y sobre la posibilidad de que la fusión de un reactor nuclear destruyera el planeta. Finalmente se convenció de que el fin era inminente y se ahorcó en su habitación.

Esto nos debe llevar a reflexionar sobre la función que juega lo que pensamos sobre el fin del mundo, lo también llamado escatología, en el discurso cristiano. Como hemos visto, el fin del mundo puede ser un instrumento de miedo o un discurso especulativo sin fin que nada aprovecha. Con la ayuda de Dios intentaremos llegar a unas conclusiones razonables ante el anuncio del fin, en particular sobre la venida de Cristo, que nos ayuden en nuestra vida cristiana.

El texto de Lc 3.1-14 nos presenta el inicio del ministerio de Juan, hijo de Zacarías, en otros lugares llamado Juan el Bautista. ¿Quién fue Juan? Juan fue el niño prometido por Dios a Zacarías y Elisabet, una pareja de ancianos que no podían tener hijos. Un ángel les anunció que su hijo sería “grande delante de Dios” (1.15) y que haría “que muchos de los hijos de Israel se [convirtieran] al Señor, su Dios.” (1.16). Juan creció “en lugares inhóspitos hasta el día de su manifestación a Israel” (1.80), es decir, hasta el pasaje de Lc 3. Ahí dice que “recibió… la palabra de Dios” (v. 2) y esta hizo que se moviera al Jordán a proclamar “un bautismo de conversión para perdón de los pecados” (v. 3).

¿Qué motivaba la predicación de Juan? Lc 3 nos habla sobre una “ira venidera” (v. 7), sobre un hacha “puesta a la raíz de los árboles” y de árboles sin buenos frutos cortados y echados al fuego (v. 9). Los estudiosos están de acuerdo en que Juan pensaba que el Día del Señor, el momento en el que Dios juzgaría a todas las naciones, era inminente. Es debido a esto que Juan llamaba a los judíos a la conversión, a volverse a Dios y a hacer “frutos dignos de arrepentimiento”. A esta población judía no le bastaría ser descendientes de Abraham para salvarse (v. 8).

La gente fue a Juan para preguntarle qué debía hacer para responder adecuadamente al llamado que él estaba haciendo (v. 10). Él le respondió: “El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo” (v. 11). Luego fueron unos cobradores de impuestos y le hicieron la misma pregunta (v. 12). Juan les contestó: “No exijáis más de lo que os está ordenado” (v. 13). Finalmente, unos soldados le preguntaron lo mismo y él les dijo: “No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario” (v. 14).

Es interesante notar que los consejos de Juan no son escapistas. “No hay un llamado a abandonar la sociedad por un remanente santo, ni dejar atrás los compromisos normales de la vida por una atención exclusiva a los asuntos sagrados. El arrepentimiento [que predicó Juan] da sus frutos en relaciones entre individuos en sociedad.”[1] Es decir, en el contexto donde cada persona se encontrara, allí era que tenía que dar frutos. Juan no le pidió a la gente que fuera al templo a ofrecer sacrificios. Es más, el hecho de que Juan estuviese ofreciendo perdón de pecados aparte del culto en el Templo de Jerusalén podía significar una protesta a lo que el Templo representaba en ese entonces. Él le pidió a la multitud que se volviera a Dios de todo corazón a través de un simple rito con agua y que mostrara las consecuencias de esa acción en su vida cotidiana con el prójimo.

¿Por qué dar frutos?—nos podemos preguntar. Si evaluamos por un momento el pensamiento de Pablo, a quien los protestantes hemos hecho nuestra primera referencia para explicar la salvación, encontraremos que para él la salvación es un don gratuito de Dios que no se consigue por nuestras obras (Ef 2.8-9). Aún más, en Flp 1.11 Pablo ora para que los creyentes en Filipos lleguen al Día de Cristo “cargados de los buenos frutos que vienen de Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios” (BdJ). Para Pablo es el Espíritu quien da frutos en el creyente. El fruto del Espíritu lo conocemos: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Ga 5.22-23). ¿Por qué dar frutos?—de nuevo nos preguntamos. El que da frutos dignos de arrepentimiento anticipa y hace presente en su vida el nuevo orden que Dios establecerá en el fin. La persona que vive de acuerdo a los valores del Reino de Dios que anticipó Juan, y que luego Jesús nos enseñó, vive confiada de su salvación y es libre de amar al prójimo como Jesús lo amó.

Lejos de dedicar tiempo a especular cómo y cuándo será el fin (y hay mucho de eso en la radio, televisión y literatura cristiana) conviene que la Iglesia se haga las preguntas: ¿a qué acciones concretas nos llama el Espíritu hoy? ¿cómo anticiparemos el Reino de Dios en el presente? En Lc 12.40 Jesús le dice a sus discípulos: “…estad preparados, porque a la hora que no penséis el Hijo del hombre vendrá”. El anuncio de la llegada inesperada del Reino de Dios dicta una manera particular de vida que comienza ahora. Juan tiene varias cosas que enseñarnos en ese sentido.

En primer lugar, ante la expectativa del advenimiento de nuestro salvador Jesús se llama al arrepentimiento. Como hemos visto, el fruto del arrepentimiento no es invisible, más bien se refleja en la conducta y es evidente. Esto lo que significa es que puedes volverte a Dios donde sea que estés metido. Tu casa, tu trabajo y toda tu vida son el contexto donde practicar el arrepentimiento.

Segundo, ante el advenimiento de Jesús y como fruto del arrepentimiento se nos pide generosidad. La época de Navidad, en tiempos recientes caracterizada por el consumismo y la centralidad en el individuo, es un excelente contexto en donde dar testimonio acerca del Reino de Dios sirviendo al que necesita. No teníamos esperanza y Jesús se dio a sí mismo para nuestra salvación. Podemos hacer lo mismo por nuestro prójimo. No necesitamos ser ricos. En ocasiones tenemos ropa que no utilizamos, alimentos que no comemos, dinero que podemos ahorrar y dar a una buena causa y tiempo que dedicamos a cosas fútiles que podemos dedicar a personas que necesiten nuestra compañía (padres, hijos, vecinos, etc). Hace poco vimos miles de personas haciendo grandes filas en los centros comerciales durante largas horas para comprar con rebajas de precio. ¿Sacarán igualmente estas personas tiempo para sus hijos y familia? ¿Buscarán con el mismo ahínco a quién servir? Recordemos que Dios es amor y que el Espíritu actuará en nosotros para que amemos a través de nuestras acciones. “Todo aquel que ama es nacido de Dios y conoce a Dios.” (1 Jn 4.7)

Tercero, el retorno del Salvador nos impele a exigir integridad y a ser íntegros como parte del arrepentimiento. En los vv. 12-14 fueron unos recaudadores de impuestos y unos soldados a Juan y le preguntaron cuál debía ser su respuesta a la predicación. Juan los llamó a ejercer sus profesiones con honradez. Ellos eran personas con poder en su sociedad pero lo estaban utilizando mal, en ambos casos para obtener dinero y beneficios ilícitamente. Podemos pensar aquí en el mal manejo de los fondos de salud, educación, energía y seguridad en nuestro país. Sabemos que Puerto Rico puede ser mejor de lo que es. La Iglesia, como Juan, está del lado del que necesita y, en casos de abuso e irresponsabilidad, está llamada a expresarse ante la injusticia. Por otra parte, el creyente, sea cual sea la posición que ejerza, está llamado a tomar decisiones con el criterio de la justicia y del amor. Todo lo que niegue la valía del prójimo niega el Reino de Dios predicado por Jesús.

Siguiendo a Juan, podemos ver que la respuesta al mensaje escatológico es sumamente práctica. Dios te llama desde donde estás a llevar frutos dignos de arrepentimiento. El anuncio de la segunda venida nos debe apercibir a preparar los caminos de nuestra vida a la llegada majestuosa de Dios. Practiquemos la generosidad, la integridad y el desprendimiento, síntomas de amor a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

second-comingFinalmente, nuestro mensaje escatológico no es sobre el fin, es sobre un nuevo comienzo. Los creyentes esperamos un día donde el Reino de Dios sea establecido a plenitud y toda rodilla se doble ante nuestro Señor. En ese reino ya no habrán lágrimas ni muerte pues toda decadencia será destruida y tendremos comunión plena con Dios, lo que será nuestra máxima alegría. Allí habrá justicia y amor para todos, pues Dios será en todo y en todos. Ese nuevo comienzo es la causa de nuestra esperanza y por medio del Espíritu puede comenzar a irrumpir en nuestra realidad.


[1] John Nolland, Luke 1-9:20 (Mexico City: Thomas Nelson, 2000), 149.