Levantado para la vida

»Así como Moisés levantó una serpiente de metal en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre para que todo el que crea en él tenga vida eterna. (Juan 3:14-15)

En Números 21:4-9 se relata un momento desagradable de la historia de Israel. El pueblo había vagado por el desierto muchos años y la desesperación era evidente. (v. 4) En el proceso se quejaron de Dios y de Moisés diciendo: «¿Por qué nos sacaste de Egipto para morir en el desierto? Aquí no hay pan ni agua. Ya nos cansamos de esta comida miserable.» (v. 5) A causa de esto Dios los castigó con serpientes venenosas y el pueblo comenzó a morir. (v. 6) El pueblo entonces pidió a Moisés que intercediera por ellos ante Dios para que quitara las serpientes. (v. 7) Fue entonces cuando Dios le dijo a Moisés: «Haz una serpiente y ponla en un poste. Todo el que haya sido mordido y la mire se salvará.» (v. 8) Moisés lo hizo así. Todo aquel que era mordido por una serpiente y miraba la serpiente de bronce que Moisés había hecho era sano. (v. 9) Jesús utilizó este relato para definir a Nicodemo su misión mesiánica (ver Juan 3).

Pero, ¿por qué creer en Jesús? Si tomamos como base el relato de Nm 21:4-9 podemos llegar a varias conclusiones. Vivimos en un estado de muerte, dejando que el pecado nos destruya. Vivimos deshumanizándonos, tomando decisiones que destruyen a nuestros semejantes. Vivimos de manera egoísta, como si Dios no tuviese algo mejor para nosotros. Y cuando Dios desaparece de la ecuación la muerte es inevitable.

Agustín dijo: «Una vida sin eternidad no es digna del nombre vida. Sólo la vida eterna es verdadera.» El cristianismo cree que en nuestra existencia hay una potencialidad natural hacia la muerte, pero que en Cristo Jesús se abre un camino hacia una vida que trasciende, una vida eterna. Es la crucifixión de Jesús la que ofrece solución a la crisis existencial del hombre: no tenemos que morir, sólo debemos creer en Él para tener vida eterna.

En el mundo que vivimos, un mundo globalizado, un mundo de muchas religiones, el cristianismo propone su solución a los males que le atormentan: Cristo Jesús. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto para la vida de los israelitas, hoy los cristianos “levantamos” a Jesús para que el mundo le conozca y crea en Él. Hoy levantamos a Jesús para que el hombre disfrute comunión con Dios, la vida eterna, una vida plena desde ahora, una vida que nos humaniza y nos hace libres de la muerte.

A la desesperanza, metanoia

Amaneció. Como otros días nos levantamos, fuimos al baño, lavamos nuestras caras y nos dispusimos a realizar nuestras labores. Quién sabe cuantos días han sido así, viviendo el mismo ciclo, mirando nuestros rostros envejecer frente al espejo. Anocheció. A la cama otra vez. Cerramos nuestros ojos. Todo es negro. Tal vez veremos la luz del próximo día. Abrimos los ojos. Ya es de mañana.

Existen personas que viven en un ciclo interminable de desesperanza. Sus vidas no trascienden. No hay sentido a lo que hacen. Son «vidas muertas», gente que vive para morir y viven por vivir. Pasan el tiempo esperando la muerte y se lamentan por ello.

El libro de Sabiduría (libro deuterocanónico), en el capítulo 2, presenta el punto de vista de este tipo de personas. Para ellos la vida es corta, triste (v. 1) y carente de propósito (v. 2). Sus cuerpos desaparecerán y con ello también el recuerdo de que existieron (vv. 3-4). La muerte es irreversible. Después de muertos ya no regresarán a la vida (v. 5).

La respuesta de estos hombres a la desesperanza existencial que los abruma son los excesos. «¡Por eso, disfrutemos de los bienes presentes 
y gocemos de este mundo con todo el ardor de la juventud!» (v. 6). Su necesidad les invita a vicios, a una sexualidad desenfrenada, a la injusticia y a asesinatos (vv. 6-20).

Sin embargo, existen otras posibilidades ante la desesperanza de la vida. Agustín escribió: «Después de tantos sufrimientos, enfermedades, problemas y dolores, regresemos humildemente a ese Único Ser. Entremos a esa ciudad cuyos habitantes comparten en el Ser mismo».

Los seres humanos hemos intentado arreglarnos a nosotros mismos, hemos intentado ser nuestros propios dueños y ser auto-suficientes. Pero, como la historia atestigua, nuestro proyecto ha fracasado. Debemos ir más allá de nosotros. La desesperanza existencial que nos embarga no la podemos arreglar por nosotros mismos.

En respuesta a la desesperanza humana, los Padres de la Iglesia urgieron a la metanoia, «el gran ‘volverse’ de la mente y el corazón, y de toda nuestra percepción de la realidad». A esta Juan Clímaco la llamaba «la hija de la esperanza» y «la renuncia a la desesperación». Podemos preguntarnos: ¿Volverse a qué? ¿A quién? Volverse a Dios, al Único Ser, al que únicamente puede darnos vida.

Metanoia es una palabra griega frecuentemente utilizada en los Evangelios. Jesús nos hizo la invitación cuando dijo: «Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias» (Marcos 1:15).

Así que ya lo sabemos: a la desesperanza, metanoia.

El conocimiento de mí mismo (1)

Casi toda la suma de nuestra sabiduría, que de veras se deba tener por verdadera y sólida sabiduría, consiste en dos puntos: a saber, en el conocimiento que el hombre debe tener de Dios, y en el conocimiento que debe tener de sí mismo. – Juan Calvino

No ha existido un momento en mi vida que no haya escuchado sobre Dios. Desde la cuna mis padres me llevaron a la Iglesia. Participé del coro de niños e iba fielmente a las escuelas bíblicas. Por las noches mis padres me leían cuentos y la Biblia, fue ahí donde aprendí muchas historias y nació la pasión por la lectura. Tuve una buena niñez, de eso no tengo duda.

Hoy miro atrás y me doy cuenta de cuantas cosas han cambiado. Recuerdo mis años de adolescencia y mi rebelión interna, de cómo, a pesar de estar en la Iglesia, mi corazón se alejó de Dios. También recuerdo el “come back” y de cómo me arrepentí de mis malas inclinaciones y todo mi corazón se volvió a Dios. Pero más vivos son mis recuerdos de universitario: mi crisis existencial, la falta de respuestas satisfactorias, la búsqueda de explicaciones y la fatiga interna que supuso todo el proceso. A diferencia del “come back” de mi adolescencia, que podría describir como casi milagroso, el volverme a Dios y encontrarlo en mi adultez temprana fue y ha sido difícil.

Mi mente hizo “click” un día cuando leí un pensamiento de Agustín que hablaba de la necesidad de la fe para conocer a Dios. No existe otra manera de conocerlo. Algo positivo salió de todo el proceso: un conocimiento más profundo sobre Dios y sobre mis deficiencias y limitaciones. Partiendo de la fe en Dios es que puedo definirme y ser transformado.

¿Qué experiencias han definido tu vida?

¿Cuándo y cómo comenzaste a conocer a Dios?

Partiendo de la temática cuaresmal próximamente escribiré sobre cómo el relato bíblico nos hace conocernos a nosotros mismos. Quién es Dios, qué hizo y que dijo debe ser el fundamento que define nuestras vidas.

El ayuno (4)

Tomás de Aquino (s. XIII) fue un teólogo y filósofo católico que perteneció a la Orden de Predicadores y a la tradición escolástica. Fue muy influenciado por la filosofía aristotélica que determinó gran parte de su pensamiento. Hoy día es Doctor de la Iglesia Católica Romana y un santo. Su obra más conocida, la Suma Teológica, intenta explicar ordenada y racionalmente la doctrina y práctica católica.

En la Suma Teologica, Pregunta 147, Aquino desglosa el tema del ayuno en ocho artículos. En el primer artículo se hace la pregunta: ¿Es el ayuno un acto virtuoso? En respuesta, Aquino responde que un acto es virtuoso cuando es dirigido por la razón a un bien virtuoso. Luego describe el triple propósito del ayuno:

  1. El ayuno reprime los deseos de la carne. Para Aquino “el ayuno es el guardián de la castidad.” Apelando a Jerónimo dice que “la lujuria se enfría mediante la abstinencia de comida y bebida.”
  2. El ayuno ayuda a que la mente se eleve libremente a la contemplación de las cosas celestiales (ej. Dn 10).
  3. El ayuno satisface por nuestros pecados. Joel 2:12 dice: «Pero ahora —lo afirma el Señor—,
vuélvanse a mí de todo corazón.
¡Ayunen, griten y lloren!» Se cita positivamente a Agustín: “El ayuno limpia el alma, eleva la mente, sujeta la carne al espíritu, hace el corazón contrito y humilde, despeja las nubes de concupiscencia, extingue el fuego de la lujuria, enciende la verdadera luz de la castidad.”

Preguntas para discutir:

1. ¿Estás de acuerdo el acercamiento de Tomás de Aquino al ayuno? ¿Por qué si? ¿Por qué no?

2. ¿Crees que las citas bíblicas que presenta apoyan su punto de vista?

El ayuno (3)

Como preparación para el tiempo de Cuaresma, que comienza el 22 de febrero, estoy leyendo el libro Fasting de Scot McKnight. Espero que con estas reflexiones nos motivemos todos a hacer del ayuno una práctica habitual de nuestra devoción a Dios y de nuestro servicio al prójimo.

La Introducción del libro nos expone varias afirmaciones sobre el ayuno, desde tiempos del rey David hasta nuestros tiempos. Hoy examinaremos tres perspectivas que se han desarrollado en la época cristiana.

Los padres del cristianismo primitivo: El ayuno como un ritmo sagrado y una disciplina

McKnight en esta sección de su libro nos relata de San Ambrosio, uno de los arquitectos de la ortodoxia cristiana y un santo profundamente piadoso. Para él el ritmo sagrado del calendario de la Iglesia era el marco donde se desarrollaba su espiritualidad. El calendario de la Iglesia consta de espacios de tiempo donde la persona se duele por el pecado (ayuno) y tiempos de celebración por la gracia de Dios (festividades).

Otro padre de la Iglesia muy conocido y relacionado a Ambrosio, San Agustín, llevó el ayuno a otra área de formación: para tener victoria sobre la tentación. Agustín consideraba el ayuno una manera de mantener la carne sujeta de placeres ilícitos.

Juan Calvino y Andrew Murray: El ayuno como resolución interna

Para Juan Calvino el ayuno es un acto que complementa la oración, en especial cuando se trata de asuntos serios. El propósito de ayunar es disponerse a la oración sin distracciones.

Andrew Murray, un pastor y misionero reformado nacido en el siglo IXX, explicaba el ayuno como una expresión corporal que testificaba sobre nuestra disposición de sacrificar todo por alcanzar el Reino de Dios.

Adalbert de Vogüé: Disfrute en la disciplina

Adalbert de Vogüé fue un monje benedictino, que después de muchos años de disciplina comenzó a amar el ayuno. Su descripción del mismo es como un gozo y una necesidad del cuerpo y alma.

Preguntas para reflexionar:

– ¿En qué se diferencian estas visiones del ayuno con las de David e Isaías expuestas anteriormente?

– ¿Te identificas con alguna de estas perspectivas? ¿Por qué?

Por la fe conozco a Dios

A menudo me preguntaba por qué razón debía creer en Dios. En el mundo no hay nada que con absoluta seguridad apunte a la existencia de Dios. Todo lo que existen son razonamientos humanos falibles, que pueden ser tanto ciertos como falsos. Existen un sin número de explicaciones del por qué las cosas son como son, unas con Dios a la vista y otras no. Hay gente que decide vivir estilos de vida espirituales, otra es indiferentes a esos asuntos, y otra tiene una filosofía completamente materialista que rechaza de plano toda explicación sobrenatural. ¿Por qué creer en Dios en medio de tantas opciones de vida?

La fe puede evaluarse tomando en cuenta sus consecuencias en la vida de la persona que la porta. Las Escrituras dicen de la fe: Ahora bien, la fe es la certeza (sustancia) de lo que se espera, la convicción (demostración) de lo que no se ve. (Heb 11:1 NBLH) La fe te lleva a actuar de una u otra manera con el fin de tener unos resultados que aún no puedes ver. Si tienes fe en una persona, confías que ella no te fallará en cualquier cosa que vivan. La confianza en la persona te llevará a poner en práctica sus consejos y a confiar en sus promesas. Cuando veas que todo lo que te ha dicho ha sido cierto te sientirás seguro cuando trates con ella y la buscarás cuando la necesites. La confianza se afirmará a la medida que tengas buenas experiencias con esa persona, pero todo se logrará primero teniendo fe en ella.

Sin embargo, Dios no es como una persona que vemos y palpamos. Para tener fe en Dios, primero debemos creer que Él existe. San Agustín dijo: «Nadie cree algo a menos que primero lo piense creíble…. Todo lo que se cree se cree luego de ser precedido por el pensamiento…. No todo el que piensa cree, ya que algunos piensan a fin de no creer; pero todo el que cree piensa, piensa en creer y cree en pensar.» Para creer en Dios primero debemos pensar que es posible que Dios exista, y a partir de ahí actuar de acuerdo a nuestra creencia. Robert L. Wilken en su libro The Spirit of Early Christian Thought dice que «la fe es el portal que lleva al conocimiento de Dios.» (pag.165) Si no tenemos fe será imposible conocer a Dios. La fe es la que nos permite hacerlo.

Muchos niegan la existencia de Dios partiendo de lo que es llamado naturalismo filosófico. Este proclama que no existe lo espiritual (rechazan los milagros y todo lo sobrenatural) y que todo lo que sucede tiene una explicación natural. Lo que muchos pierden de vista, por más sólidos que puedan ser estos argumentos, es que su filosofía es sostenida por fe. ¿De dónde sacan la idea que la materia es todo lo que existe? En algún momento de sus vidas (por muchas variables que no vienen al caso) decidieron aferrarse a esa filosofía y negar la existencia de Dios.

Hebreos 11:6 (LBLA) dice: «Y sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que El existe, y que es remunerador de los que le buscan.» Los cristianos vivimos creyendo en la existencia de Dios y actuando de acuerdo a los mandamientos dados en las Escrituras porque confiamos en sus promesas: Dios «remunera» a aquellos que le buscan. Tenemos confianza en que la fe se manifiesta en resultados, ya sea en esta vida o en la próxima.

Tengo fe por el testimonio de otros

¿Por qué tener fe? ¿Hay algún beneficio al poseerla? Estas son unas preguntas que me he estado haciendo en estos días junto a muchas otras. En este escrito pretendo argumentar que la fe es esencial para la vida normal de una persona. La fe la utilizamos comúnmente para actuar y relacionarnos. Aún más, la fe es el único camino que nos lleva a Dios.

«Nada permanecería estable en la sociedad humana si nos determinamos a creer sólo lo que puede ser sostenido con absoluta certeza.»
– San Agustín

Comencemos con un supermercado. La comida es un aspecto esencial para la vida. Cuando entramos a un supermercado vemos muchos productos en cajitas de cartón, latas de aluminio, botellas, etc. Cada producto tiene su nombre y especifica su contenido. En el instante que leemos las especificaciones de un producto nos podemos preguntar: ¿y si no es cierto? ¿Qué tal si están tratando de engañarnos para robar nuestro dinero? «Necesito salsa de tomate, pero no sé si de verdad esté dentro de este envase de aluminio…» podríamos decir. No podemos probar lo que está adentro a menos que lo compremos.

Pasemos a otro ejemplo. Imaginemos que vamos a comprar una computadora. Las especificaciones dicen que tiene mucha capacidad de disco duro, un potente procesador, mucha memoria y el último sistema operativo del mercado. La mayoría de nosotros no tenemos un conocimiento técnico de computadoras. Aunque nos enseñen toda la parte interna de una computadora no podríamos reconocer si lo que vemos es lo que nos dicen que es.

¿Qué hacemos normalmente en estos casos? La respuesta es sencilla: no dudamos. Si creemos que es lo que necesitamos lo compramos. Confiamos en la marca del producto y en sus especificaciones. ¿Por qué esto? Porque tal vez hemos recibido lo que esperamos en el pasado de esa marca, porque confiamos en el vendedor del producto por experiencia o referencia, porque un amigo nos lo recomendó, etc. Ya sea por nuestra experiencia y/o testimonio de otras personas tomamos decisiones afirmativas o negativas respecto a algo. Es en este último aspecto en el que quiero profundizar, en la confianza que depositamos en lo que otros nos dicen.

El testimonio es esencial para la vida de las personas. Nadie podría vivir normalmente sin confiar en otros. Todo lo que hacemos es a consecuencia de nuestra interacción con personas. El idioma lo aprendemos de personas, la moral, la religión, etc. Si no confiásemos en alguien no tendríamos certeza de absolutamente nada, porque incluso nuestra experiencia es la consecuencia de la interacción con otros. Los seres humanos somos seres sociales por naturaleza, por lo tanto necesitamos estar en interacción unos con otros para nuestro propio bien. Podríamos negar la legitimidad de la paternidad de nuestro padre si desconfiamos todo de nuestra madre, pues sólo ella sabe la verdad. Podríamos vivir separados de la gente porque no podemos desarrollar relaciones de confianza. ¡Podríamos incluso negar la historia porque es contada por personas! La realidad es que para poder vivir humanamente debemos confiar en alguien. Y confiar en alguien es tener FE.

El cristianismo, se dice, es una religión histórica, y como tal está fundada en el testimonio de aquellos que vivieron los hechos que se narran: la vida, muerte, y resurrección de Jesús. Declarar el cristianismo como cierto depende de la veracidad de sus testigos. El conocimiento de un evento del pasado, así como de un evento que toma lugar en nuestro propio tiempo en un lugar distante de uno, es siempre indirecto y dependiente de la palabra de otro. El término creer señala que uno está hablando de un conocimiento que es probable, no certero. Por lo tanto, ser parte del cristianismo conlleva confiar en lo que otros han dicho, no porque el conocimiento sea certero, sino porque una evaluación global de los diversos aspectos lo hace muy probable a la persona.

Yo creo en el cristianismo, creo en Dios, no porque haya vivido algo sobrenatural, sino porque confío en el testimonio de aquellos que me rodean, porque estudiando las Escrituras veo a un Jesús histórico, porque cuando investigo quienes escribieron sobre él puedo ver que puedo confiar en ellos. Al yo tener fe en ellos, puedo tener fe en Dios.

Pablo dijo –

«Ahora os hago saber, hermanos, el evangelio que os prediqué, el cual también recibisteis, en el cual también estáis firmes, por el cual también sois salvos, si retenéis la palabra que os prediqué, a no ser que hayáis creído en vano. Porque yo os entregué en primer lugar lo mismo que recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; que se apareció a Cefas y después a los doce; luego se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales viven aún, pero algunos ya duermen; después se apareció a Jacobo, luego a todos los apóstoles, y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí. Porque yo soy el más insignificante de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, pues perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no resultó vana; antes bien he trabajado mucho más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí. Sin embargo, haya sido yo o ellos, así predicamos y así creísteis.»(1Co 15:1-11 LBLA)