El nuevo Israel, Jesús

1 Jesús continuó diciendo a sus discípulos:

«Yo soy la vid verdadera, y Dios mi Padre es el que la cuida. 2 Si una de mis ramas no da uvas, mi Padre la corta; pero limpia las ramas que dan fruto para que den más fruto. 3 Ustedes ya están limpios, gracias al mensaje que les he anunciado.

4 »Si ustedes se mantienen unidos a mí, yo me mantendré unido a ustedes. Ya saben que una rama no puede producir uvas si no se mantiene unida a la planta. Del mismo modo, ustedes no podrán hacer nada si no se mantienen unidos a mí.

5 »El discípulo que se mantiene unido a mí, y con quien yo me mantengo unido, es como una rama que da mucho fruto; pero si uno de ustedes se separa de mí, no podrá hacer nada. 6 Al que no se mantenga unido a mí, le pasará lo mismo que a las ramas que no dan fruto: las cortan, las tiran y, cuando se secan, les prenden fuego.

7 »Si ustedes se mantienen unidos a mí y obedecen todo lo que les he enseñado, recibirán de mi Padre todo lo que pidan. 8 Si ustedes dan mucho fruto y viven realmente como discípulos míos, mi Padre estará orgulloso de ustedes. (Juan 15)

Hace mucho tiempo Dios escogió a una nación para que lo representara en el mundo. Esa nación se llamó (y se llama) Israel. ¿Qué sucedió? Aquellos que se suponía vivieran de acuerdo a lo que Dios les mandó no lo hicieron. Constantemente los israelitas fallaron ante Dios y experimentaron pobreza social y espiritual como consecuencia. Fijémonos cómo Dios por medio del profeta Jeremías y luego por el profeta Isaías explicó dos de sus momentos de crisis:

21-22 Tan grande es la mancha de su pecado 
que ni el mejor jabón del mundo 
podrá quitarles esa mancha. ”Yo los he cuidado 
como se cuida al mejor viñedo. 
Sus antepasados me obedecieron,
 pero ustedes son tan rebeldes,
 que son como un viñedo
 que sólo produce uvas podridas. 
Les aseguro que esto es así. (Jeremías 2) 1 Dios dijo:«Esta canción habla de una viña,
y quiero dedicársela a mi pueblo.»Mi amigo plantó una viña
en un terreno muy fértil.

2 Removió la tierra, le quitó las piedras
y plantó semillas de la mejor calidad.
Puso una torre en medio del terreno
y construyó un lugar para hacer el vino.
Mi amigo esperaba uvas dulces,
pero sólo cosechó uvas agrias.

3 »Ahora, díganme ustedes,
habitantes de Jerusalén y de Judá,
digan quién tiene la culpa,
si ustedes o yo.

4 ¿Qué no hice por ustedes?
Lo que tenía que hacer, lo hice.
Yo esperaba que hicieran lo bueno,
pero sólo hicieron lo malo.

5 »Pues bien, ustedes son mi viña,
y ahora les diré lo que pienso hacer:
dejaré de protegerlos para que los destruyan,
derribaré sus muros para que los pisoteen.

6 Los dejaré abandonados,
y pasarán hambre y sed,
y no los bendeciré.

7 »Mi viña, mi plantación más querida,
son ustedes, pueblo de Israel;
son ustedes, pueblo de Judá.
Yo, el Dios todopoderoso,
esperaba de ustedes obediencia,
pero sólo encuentro desobediencia;
esperaba justicia,
pero sólo encuentro injusticia». (Isaías 5)

Israel era como un viñedo que daba malos frutos a Dios. El fruto malo era la rebeldía, la persistencia en seguir el camino propio sin la dirección de Dios. Dios les cuidó como el mejor viñedo pero el pueblo no respondió a su cuidado. La intención de Dios era que Israel fuera una bendición para todas las naciones pero ¿cómo lo lograría si sólo daba malos frutos? La respuesta: Jesús.

«Yo soy la vid verdadera, y Dios mi Padre es el que la cuida» (v. 1) dijo Jesús en el Evangelio de Juan. Lo que hasta ese momento Dios quería con Israel tuvo su cumplimiento en Jesús. Jesús es el nuevo Israel que agrada a Dios. ¿Qué consecuencia tiene esto para nosotros?

Así como Israel nosotros hemos sido incapaces de agradar a Dios. Constantemente nos hemos rebelado y querido seguir nuestro camino sin la dirección de Dios. Somos imperfectos. Necesitamos a alguien que pueda agradar a Dios plenamente que nos guíe a Él porque por nosotros mismos no podemos. Es aquí donde entra Jesús. Pero el que Jesús sea la vid de Dios no significa que no tengamos ninguna responsabilidad hacia Dios. Que Jesús agrade a Dios no significa que no tengamos nada que hacer.

«El discípulo que se mantiene unido a mí, y con quien yo me mantengo unido, es como una rama que da mucho fruto; pero si uno de ustedes se separa de mí, no podrá hacer nada. Al que no se mantenga unido a mí, le pasará lo mismo que a las ramas que no dan fruto: las cortan, las tiran y, cuando se secan, les prenden fuego» (vv. 5-6). Tenemos la responsabilidad de dar frutos unidos a Jesús, el nuevo Israel que agrada a Dios. Si no lo hacemos seremos igual de desdichados que el Israel original, eligiendo nuestro propio camino y alejándonos de Dios.

¿Cómo mantenernos unidos a Jesús? ¿Cómo dar frutos? pueden ser preguntas que nos vienen a la mente. Los vv. 2-3 nos ofrecen una pista: «Si una de mis ramas no da uvas, mi Padre la corta; pero limpia las ramas que dan fruto para que den más fruto. Ustedes ya están limpios, gracias al mensaje que les he anunciado». Lo que nos permite mantenernos unidos a Jesús y dar frutos es estar limpios por el menaje de Jesús. Tenemos que conocer y aceptar con fe las palabras de Jesús. Hoy día no existe otra manera de lograr esto que no sea leer los Evangelios.

En conclusión, el pueblo de Israel no pudo agradar a Dios, quien los cuidaba como a la mejor viña. Dios envió a Jesús, hombre que le agradaba totalmente y que vino a ser para la humanidad el nuevo Israel. Unidos a él podemos agradar a Dios y dar frutos. La única manera de unirnos a Jesús es conociendo su mensaje y apropiárnoslo por medio de la fe.

Levantado para la vida

»Así como Moisés levantó una serpiente de metal en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre para que todo el que crea en él tenga vida eterna. (Juan 3:14-15)

En Números 21:4-9 se relata un momento desagradable de la historia de Israel. El pueblo había vagado por el desierto muchos años y la desesperación era evidente. (v. 4) En el proceso se quejaron de Dios y de Moisés diciendo: «¿Por qué nos sacaste de Egipto para morir en el desierto? Aquí no hay pan ni agua. Ya nos cansamos de esta comida miserable.» (v. 5) A causa de esto Dios los castigó con serpientes venenosas y el pueblo comenzó a morir. (v. 6) El pueblo entonces pidió a Moisés que intercediera por ellos ante Dios para que quitara las serpientes. (v. 7) Fue entonces cuando Dios le dijo a Moisés: «Haz una serpiente y ponla en un poste. Todo el que haya sido mordido y la mire se salvará.» (v. 8) Moisés lo hizo así. Todo aquel que era mordido por una serpiente y miraba la serpiente de bronce que Moisés había hecho era sano. (v. 9) Jesús utilizó este relato para definir a Nicodemo su misión mesiánica (ver Juan 3).

Pero, ¿por qué creer en Jesús? Si tomamos como base el relato de Nm 21:4-9 podemos llegar a varias conclusiones. Vivimos en un estado de muerte, dejando que el pecado nos destruya. Vivimos deshumanizándonos, tomando decisiones que destruyen a nuestros semejantes. Vivimos de manera egoísta, como si Dios no tuviese algo mejor para nosotros. Y cuando Dios desaparece de la ecuación la muerte es inevitable.

Agustín dijo: «Una vida sin eternidad no es digna del nombre vida. Sólo la vida eterna es verdadera.» El cristianismo cree que en nuestra existencia hay una potencialidad natural hacia la muerte, pero que en Cristo Jesús se abre un camino hacia una vida que trasciende, una vida eterna. Es la crucifixión de Jesús la que ofrece solución a la crisis existencial del hombre: no tenemos que morir, sólo debemos creer en Él para tener vida eterna.

En el mundo que vivimos, un mundo globalizado, un mundo de muchas religiones, el cristianismo propone su solución a los males que le atormentan: Cristo Jesús. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto para la vida de los israelitas, hoy los cristianos “levantamos” a Jesús para que el mundo le conozca y crea en Él. Hoy levantamos a Jesús para que el hombre disfrute comunión con Dios, la vida eterna, una vida plena desde ahora, una vida que nos humaniza y nos hace libres de la muerte.

El conocimiento de mí mismo (3)

Continuamos con esta serie de entradas dedicadas a definir a Dios y las implicaciones de ese Dios en el entendimiento del ser humano. Hoy trataremos el texto de Génesis 2-3, haremos una síntesis general y llegaremos a conclusiones finales.

Introducción

La Biblia Hebrea (o Antiguo Testamento) fue determinada por varios eventos relevantes. Uno de los más importantes fue el exilio de los judíos a Babilonia en el 587 a.C. Luego de vivir unos cuatrocientos años bajo la monarquía davídica, Jerusalén y su templo fueron destruidos por los babilonios y la élite social de la ciudad fue llevada a Babilonia. Esto último es anunciado en el libro de Deuteronomio como una posible consecuencia a la desobediencia de Israel al mandato de Dios:

36 »El Señor hará que a ti y a tu rey se los lleven a una nación que ni tú ni tus padres conocieron. Allí tendrás que servir a otros dioses, hechos de madera y de piedra, 37 y serás motivo de horror, de refrán y de burla en todos los pueblos donde te lleve el Señor. (Deuteronomio 29:36-37)

Sin entrar en detalles, muchos relatos de la Biblia tienen su base en este suceso. Los libros de los profetas, partes de los libros sapienciales y relatos del Pentateuco fueron trabajados con el exilio babilónico en mente. A causa de los sucesos trascendentales que vivieron, los judíos se vieron en la necesidad de buscar explicaciones que hicieran sentido a su realidad. Todo su mundo se había venido abajo y una de las explicaciones a los eventos trágicos de su historia fue esta: El exilio significaba que habían fallado a la Alianza que habían hecho con Yahvé. No habían guardado los mandamientos que Él les había encomendado. ¿Qué tiene eso que ver con el tema que ya habíamos comenzado a trabajar? Todo que ver. Veamos…

Yahvé en Génesis 2-3

El pasaje de Génesis 2-3 cuenta la creación desde otra perspectiva al relato de Génesis 1. Si recordamos, en el capítulo 1 Elohim es visto como un Dios trascendente que crea únicamente a través de su palabra. En este relato Yahvé es un Dios cercano, y que podemos definir hasta con características humanas:

  • Formó al hombre de la tierra (2:7).
  • Sopló aliento de vida en el hombre (2:7).
  • Plantó un jardín en la región de Edén (2:8).
  • Puso al hombre en el jardín (2:8).
  • Puso también el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal en medio del jardín (2:9).
  • Formó aves y animales (2:19).
  • Le sacó una costilla al hombre y le cerró la carne (2:21).
  • Andaba por el jardín (3:8).

Creo que ambos pasajes (Gen. 1 y 2-3) conviven uno junto al otro para enfatizar una verdad sobre Dios: a pesar de que Dios va más allá de su creación, esta le interesa y está profundamente apegado a ella. Es interesante que Dios «se ensucie las manos» con su creación y que no sea un dios espectador. No hay mejor confirmación a esta verdad que la revelación de Jesús. Dios mismo se hizo hombre para salvar a la humanidad.

El hombre en Génesis 2

El relato bíblico enfatiza el origen simple del hombre: el polvo de la tierra (2:7). Cuando examinamos el pasaje bíblico nos damos cuenta que en esencia el ser humano comparte su origen con los animales y aves (2:19). Es más, en el relato de Génesis 2 los animales son creados por Dios en la búsqueda de la ayuda idónea para el hombre. La diferencia entre los animales y el «adán» estriba en el soplo divino que le da vida al hombre (2:7). La ayuda idónea del hombre es creada de su propia costilla. La exclamación «¡Ésta sí que es de mi propia carne y de mis propios huesos!» (2:23) muestra una unidad tal que manifiesta igualdad y respeto.

Yahvé dignificó al hombre y le puso en un jardín plantado por sí mismo para que lo cultivara y guardara. También le dio al hombre la potestad de darle nombre a los animales, detalle que muestra la autoridad dada por Dios al hombre respecto a la creación. Mucho más podría decirse, pero va más allá del tema que nos ocupa.

Simbolismo en Génesis 2-3

Recordemos lo que hablábamos al principio sobre el exilio. Es mi opinión que Génesis 2:4b-3 está modelado de manera general en este evento. El pueblo judío interpretó toda la historia humana a la luz de los eventos importantes que definieron su identidad nacional y religiosa. A continuación haré una comparación del relato de Génesis y la historia de Israel. Aviso de antemano que no creo que la igualdad sea total, pues existen detalles obvios que las diferencian, pero sí creo en la dependencia general del relato de Génesis 2:4b-3 del exilio babilónico.

La elección de Israel

El pasaje de Génesis atestigua que «adán» fue creado del polvo. Esta es una imagen de fragilidad y mortandad que comparte con el resto de los seres vivos. Al hacer esta comparativa viene a mi mente la elección de Israel como pueblo de Dios. En algún lugar de la Escritura se hace evidente que Dios no elige a Israel como pueblo por alguna cualidad especial que estos poseyeran. En ese sentido podemos hablar de la creación de un pueblo «del polvo». Nada los separaba de los pueblos paganos que le rodeaban.

Este pueblo también era un pueblo esclavizado. Los egipcios habían doblegado a los hebreos en sus medios por varios siglos. Y es gracias a la intervención divina por mano de Moisés que el pueblo recibe la promesa de la tierra prometida. Literalmente el pueblo era polvo, no era nada hasta el soplo de vida del Creador.

La tierra prometida

El pasaje de Génesis nos dice que Dios puso al hombre que había creado en un jardín que Él había plantado. De la misma manera, la tierra prometida en la que Dios introdujo al pueblo de Israel era una tierra de abundancia, una abundancia que el pueblo no trabajó. Así lo dice la Escritura:

10 »El Señor y Dios de ustedes los va a hacer entrar en el país que a sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob juró que les daría. Es un país con grandes y hermosas ciudades que ustedes no construyeron; 11 con casas llenas de todo lo mejor, que ustedes no llenaron; con pozos que ustedes no cavaron, y viñedos y olivos que ustedes no plantaron, pero de los cuales comerán hasta quedar satisfechos. (Deuteronomio 6:10-11)

La ley de Dios

Dios le dio sus mandamientos al pueblo de Israel para que tuviesen buena vida y fueran partícipes de sus promesas. Así lo asegura Deuteronomio 6:3 cuando dice: Por lo tanto, israelitas, pónganlos en práctica. Así les irá bien y llegarán a ser un pueblo numeroso en esta tierra donde la leche y la miel corren como el agua, tal como el Señor y Dios de sus antepasados se lo ha prometido.

En el pasaje de Génesis Yahvé también da una orden: Cuando Dios el Señor puso al hombre en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara, le dio esta orden: «Puedes comer del fruto de todos los árboles del jardín, menos del árbol del bien y del mal. No comas del fruto de ese árbol, porque si lo comes, ciertamente morirás.» (Génesis 2:16-17).

Se rompe la Alianza

Si algo es sumamente conocido en el relato de la creación es que tanto el hombre como la mujer no estuvieron a la altura de la orden divina. Fueron tentados a comer de la fruta prohibida y fallaron.

La historia de Israel nos relata las constantes fallas del pueblo a la ley de Dios: idolatría, corrupción moral, corrupción política e hipocresía religiosa. Los vecinos de Israel le tentaban con sus prácticas paganas, prácticas que corrompían el ideal divino. El final solo podía ser uno…

Exilio

23 Por eso Dios el Señor sacó al hombre del jardín de Edén, y lo puso a trabajar la tierra de la cual había sido formado. (Génesis 3:23)

El hombre y su mujer no pudieron continuar viviendo en el jardín que Dios plantó para ellos. No obedecieron las palabras de vida que les habló. El árbol de la vida sería inaccesible y de ahora en adelante las cosas serían más difíciles.

36 »El Señor hará que a ti y a tu rey se los lleven a una nación que ni tú ni tus padres conocieron. Allí tendrás que servir a otros dioses, hechos de madera y de piedra, 37 y serás motivo de horror, de refrán y de burla en todos los pueblos donde te lleve el Señor. (Deuteronomio 29:36-37)

A causa de la desobediencia al pacto con Yahvé el pueblo fue desterrado. Jerusalén estaba en ruinas y el templo destruido. De ese momento en adelante nada sería igual.

Conclusiones generales

Dios es trascendente. Su ser va más allá de lo creado. Sin embargo, como hemos notado, ese ser que es «Otra Cosa» tiene un interés especial en su creación. Interés que se completa en la obra salvífica de Jesús de Nazaret, quien unió en sí la naturaleza humana y divina, siendo completamente Dios y completamente hombre. Le interesamos a Dios, que no haya duda.

El ser humano lee la historia humana en la historia del pueblo de Israel. A pesar de la revelación divina y la vida que esta proporciona, hemos sido desobedientes a lo que es nuestro bien. Sin embargo, esto no elimina nuestra dignidad como seres creados por Dios. Dios continúa en la búsqueda de nosotros. A pesar de nuestras desgracias el Padre busca que lleguemos a nuevos entendimientos sobre quién es Él, ahora a la luz de Cristo Jesús. Dios sopla vida en nosotros, su Espíritu Santo nos llena, cuando respondemos al llamado de seguir a Cristo hacia la cruz.

Aunque con poca probabilidad experimentemos literalmente lo que se denomina un exilio, todos hemos experimentado las consecuencias del pecado de una manera u otra. Gracias al desorden del pecado estamos lejos del bienestar integral, bienestar que sólo proviene de Dios.

Termino esta corta serie citando a Juan Calvino:

Así, por el sentimiento de nuestra ignorancia, vanidad, pobreza, enfermedad, y finalmente perversidad y corrupción propia, reconocemos que en ninguna otra parte, sino en Dios, hay verdadera sabiduría, firme virtud, perfecta abundancia de todos los bienes y pureza de justicia; por lo cual, ciertamente, nos vemos impulsados por nuestra miseria a considerar los tesoros que hay en Dios. Y no podemos de veras tender a Él, antes de comenzar a sentir descontento de nosotros. Porque ¿qué hombre hay que no sienta contento descansando en sí mismo? ¿Y quién no descansa en sí mientras no se conoce a sí mismo, es decir, cuando está contento con los dones que ve en sí, ignorando su miseria y olvidándola? Por lo cual el conocimiento de nosotros mismos, no solamente nos aguijonea para que busquemos a Dios, sino que nos lleva como de la mano para que lo  hallemos.

Ser libres… otra vez

hombre esposado1 Principio de la buena noticia de Jesús el Mesías, el Hijo de Dios.

2 Está escrito en el libro del profeta Isaías:

«Envío mi mensajero delante de ti, 


para que te prepare el camino. 


3 Una voz grita en el desierto: 


“Preparen el camino del Señor; 


ábranle un camino recto.”»

4 Y así se presentó Juan el Bautista en el desierto; decía a todos que debían volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados. 5 Todos los de la región de Judea y de la ciudad de Jerusalén salían a oírlo. Confesaban sus pecados, y Juan los bautizaba en el río Jordán.

6 La ropa de Juan estaba hecha de pelo de camello, y se la sujetaba al cuerpo con un cinturón de cuero; y comía langostas y miel del monte. 7 En su proclamación decía: «Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. 8 Yo los he bautizado a ustedes con agua; pero él los bautizará con el Espíritu Santo.» (Marcos 1:1-8)

En las noticias de farándula a menudo escuchamos de artistas, que a pesar de su fama, han caído en vicios, ido a centros de rehabilitación y recaído después de un tiempo. Es un ciclo que se repite con frecuencia y que es parte en todos los seres humanos en diversas circunstancias. La vida nos ofrece tiempos de felicidad y tristeza que se intercalan sin anuncio.

El pueblo de Israel, durante todo el relato bíblico, vivió esa ondulación, ese ir y venir entre tiempos buenos y malos. Los tiempos buenos fueron de prosperidad, de libertad política y cúltica; los malos fueron de pobreza, división, dependencia política, represión y tristeza. En el siglo I d.C., los judíos se encontraban sometidos al poder romano y a la aristocracia sacerdotal que dominaba desde el Templo en Jerusalén. Es en estos tiempos que Juan el Bautista desarrolla su ministerio y anuncia su mensaje profético.

Juan el Bautista anunciaba que Dios estaba tramando algo nuevo, algo que ellos no concebían, un plan que iría más allá de las categorías dominado/oprimido que conocían. Juan predicó un bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados, que no era otra cosa que cambiar la dirección a la que se dirigían. La visión de los judíos sobre lo que significaba la libertad les traería destrucción y mayores tristezas. Para obtener esa libertad tendrían que ir a la guerra y pelear contra un imperio mucho más grande y poderoso que ellos.

Esta imagen contrasta con el perfil de Juan el Bautista, un hombre sencillo que vivía en el desierto y bautizaba para perdón de pecados. También contrasta con ese «más poderoso» que Juan, que igualmente bautizará, pero en el Espíritu Santo.

Preguntas para meditar:

– Identifica los ciclos de tu vida hasta ahora. ¿Cuáles son los momentos buenos que te han marcado? ¿los malos?

– ¿Quién determina tu futuro? ¿Tú? ¿Dios?

– ¿Qué cambio de dirección debes tomar para recibir al Mesías que viene?