Abandonarlo todo ≠ locura

Pensemos por un momento en lo que valoramos acerca de nuestro estilo de vida. Para la gran mayoría de las personas la comodidad es el motor de todo lo que poseemos y hacemos. Estudiamos para tener una profesión desde temprano en la vida. Buscamos tener un buen trabajo para poder comprar lo que necesitamos y lo que no también. Tenemos televisor, programación por cable o satélite y consolas de videojuegos para nuestro entretenimiento. Salimos con amigos y/o familiares al cine o a disfrutar una suculenta comida. Vamos a la Iglesia semanalmente para alimentar nuestra espiritualidad. En fin, trabajamos para nosotros y lo que hacemos tiene el fin de ayudarnos a vivir una vida plena, una vida con las menos dificultades posibles.

Nuestra sociedad occidental vive en una constante búsqueda de poseer y vivir cómodamente. Dadas las circunstancias, si alguna persona renunciase a seguir la tendencia sería marginada por la sociedad. El que no sigue a la sociedad en sus costumbres se vuelve un extraterrestre para quienes la componen.

San Antonio Abad dijo en una ocasión «Viene un tiempo cuando la gente se volverá loca, y cuando conozcan a alguien que no esté loco, ellos se volverán a él y le dirán, “Usted está fuera de sus cabales,” solo porque él no es como ellos.»

En Marcos 10 se relata la historia de un hombre rico que se acercó a Jesús preguntándole qué necesitaba para tener vida eterna. (v. 17) Como él, muchos de nosotros sabemos los mandamientos dados por Dios y los hemos guardado: no matar, no cometer adulterio, no robar, no dar falso testimonio, no engañar y respetar a nuestros padres. (vv. 19-20) Pero Jesús le hizo una petición al hombre que haría sudar a cualquier persona al día de hoy: «Te hace falta una cosa: ve y vende todo lo que tienes. Dales ese dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.» (v. 21) El hombre se marchó triste y Jesús exclamó «¡Qué difícil es para los ricos entrar al reino de Dios!» (vv. 22-23)

«Entonces, ¿quién podrá salvarse?» dijeron los discípulos (v. 23) y decimos nosotros junto a ellos al día de hoy. Abandonar todas nuestras comodidades sería una locura para los estándares de esta sociedad. Y es que lo que tenemos se ha vuelto tan parte de lo que somos que parece imposible renunciar a ello. Sin embargo, Jesús dijo: «Eso es imposible para los hombres, pero no para Dios. Para Dios todo es posible.» (v. 27) Gracias a Dios tenemos ejemplos a seguir que nos han iluminado el camino y nos ayudan a creer que vivir diferente, ser capaz de renunciar a nuestros bienes, ir más allá de las comodidades, es posible.

El 10 de septiembre de 1946, mientras se encontraba en un viaje en tren, la Madre Teresa recibió «una segunda llamada.» Ella ya era monja y se encontraba sirviendo activamente su comunidad. «Era una vocación para abandonar incluso Loreto, donde estaba muy feliz, para ir a las calles a servir a los más pobres de los pobres. Fue en aquel tren, oí la llamada para dejarlo todo y seguirle a Él a los barrios más miserables – para servirle en los más pobres de los pobres […] Yo sabía que era Su voluntad y que tenía que seguirle. No había duda de que iba a ser su Obra.» Fue este llamado místico de Cristo el propulsor de las Misioneras de la Caridad, obra que levantó la Madre Teresa y que añadió a su nombre de Calcuta. Viviendo una vida simple y en comunidad, la Madre Teresa propuso una vida desprendida en amor a los pobres y enfermos de Calcuta.

¿Contrasta profundamente la vida de la Madre Teresa con los valores de nuestra sociedad? Definitivamente. A diferencia de la gran mayoría de la población mundial, Madre Teresa “despertó” de sí misma por la gracia de Dios. Su visión ya no estuvo en lo que perdería al momento de su llamado sino en seguir a su Salvador a donde Él la llevase, y que mejor lugar para encontrarse con Él que en el prójimo necesitado. Su vida puede leerse en las palabras de Pedro cuando dijo a Jesús: «Nosotros dejamos todo por seguirte.» (Mc 10:28)

Hoy Jesús nos reta, nos llama a escoger: ser grande en el mundo o ser grande en el Reino de Dios, ser rico en el mundo o ser rico en el Reino de Dios. Parece locura, pero no lo es. El llamado de Dios nos humaniza y nos hace ver que nuestras posesiones no deben definirnos. Los valores que Dios exalta nos desprenden de nuestro egoísmo, nos impulsan a servir a prójimo y a seguirle.

Si Dios te llamara, ¿lo dejarías todo por seguirle? ¿Qué valor le das a lo que tienes?

«Jesús les dijo:

—Les digo la verdad: todo el que dejó casa, hermanos, hermanas, mamá, papá, hijos o tierras por mí o por mi mensaje recibirá cien veces más de lo que dejó. En este mundo tendrá más casas, hermanos, hermanas, mamás, hijos y tierras, aunque con persecuciones. Y también será recompensado con la vida eterna en el mundo que está por venir. Pero muchos de los que ahora son los primeros, serán los últimos; y muchos de los que ahora son los últimos, serán los primeros.» (Mc 10:29-31)