Predicación dada el domingo, 10 de junio de 2012 en la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Maunabo, PR basada en la lección 10 del manual El Discípulo (Edición Especial: Sanidad Interior, 2012).
Nos cuenta el relato bíblico que un día Dios le dijo a Abraham: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te voy a mostrar. Con tus descendientes voy a formar una gran nación; voy a bendecirte y hacerte famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; por medio de ti bendeciré a todas las familias del mundo.» (Gn 12:1-3). Abraham hizo caso a la voz de Dios y se encaminó a lo desconocido. Un día, al llegar a la tierra de Canaán, Dios le dijo: «Esta tierra se la voy a dar a tu descendencia.» (v. 7). Era una promesa. Dios tomó la iniciativa y reveló sus planes para el futuro. Y pasaron cientos de años…
En el relato que nos ocupa el día de hoy (Números 13), los descendientes de Abraham ya eran un pueblo numeroso dividido en doce tribus. Habían sido esclavos en la tierra de Egipto y Dios mismo los había libertado con sorprendentes demostraciones de poder. Al salir de Egipto caminaron por el desierto dirigidos por Moisés en dirección a la «tierra prometida». Ahora se encontraban justo frente a ella y había que actuar.
«Envía unos hombres a que exploren la tierra de Canaán, que yo voy a dar a los israelitas. Envía de cada tribu a uno que sea hombre de autoridad.» –le dijo Dios a Moisés (v. 2). Se escogió a un jefe de cada tribu y Moisés les dio esta orden: «Vayan por el Négueb y suban a la región montañosa. Fíjense en cómo es el país, y en si la gente que vive en él es fuerte o débil, y en si son pocos o muchos. Vean si sus ciudades están hechas de tiendas de campaña o si son fortificadas, y si la tierra en que viven es buena o mala, fértil o estéril, y si tiene árboles o no. No tengan miedo; traigan algunos frutos de la región.» (vv. 17-20). Era la época de recoger las primeras uvas por lo que, al investigar la tierra, los exploradores se llevaron una rama que tenía un racimo de uvas y tomaron higos y granadas (vv. 20, 23).
Cuarenta días después los exploradores vinieron de vuelta al pueblo para dar su informe (vv. 25-26). Sus palabras fueron: «Fuimos a la tierra a la que nos enviaste. Realmente es una tierra donde la leche y la miel corren como el agua, y éstos son los frutos que produce. Pero la gente que vive allí es fuerte, y las ciudades son muy grandes y fortificadas. Además de eso, vimos allá descendientes del gigante Anac. En la región del Négueb viven los amalecitas, en la región montañosa viven los hititas, los jebuseos y los amorreos, y por el lado del mar y junto al río Jordán viven los cananeos.» (vv. 27-29; énfasis mío).
Notemos por un momento la función ese «pero». Si simplificamos el pasaje, los exploradores dijeron: «Lo que me ofreces es excelente pero es totalmente imposible». Ese «pero» es la negación de las posibilidades, la desesperanza ante un futuro brillante, la ausencia de valor propio, la carencia de autoestima.
Débese notar que hubo una voz discordante, uno que pensó diferente al resto. Esa única voz dijo: «¡Pues vamos a conquistar esa tierra! ¡Nosotros podemos conquistarla!» (v. 30). En otras palabras, esa voz no se amedrentó ante los obstáculos. Vio posibilidades de victoria y conquista.
Pero los que habían ido con él respondieron:
—¡No, no podemos atacar a esa gente! Ellos son más fuertes que nosotros.
Y se pusieron a decir a los israelitas que el país que habían ido a explorar era muy malo. Decían:
—La tierra que fuimos a explorar mata a la gente que vive en ella, y todos los hombres que vimos allá eran enormes. Vimos también a los gigantes, a los descendientes de Anac. Al lado de ellos nos sentíamos como langostas, y así nos miraban ellos también. (vv. 31-33)
Esa única voz, un hombre llamado Caleb, pensó en la promesa de Dios y tuvo fe. El resto pensó en el gran obstáculo que le impedía apropiarse de la tierra prometida.
Vale la pena en este punto hacernos varias preguntas reflexivas: ¿Cuál es su tierra prometida? ¿Quiénes son los gigantes que debe conquistar? ¿Qué grupos opinan? ¿A quién escuchará?
Primeramente, hermanos, debemos ser realistas. La vida es un continuo ir y venir entre estados de bienestar y no-bienestar. Por lo tanto, nunca llegaremos a un estado de bienestar permanente en esta vida. Lo que sí está en nuestro poder es la actitud que asumamos a la hora de enfrentar las diversas circunstancias que vengan.
Posiblemente su tierra prometida es la unidad familiar, la restauración de alguna relación dañada, la sanidad de un ser amado, el ser libertado de un pecado recurrente o vivir sin preocupaciones económicas. Tal vez actualmente se encuentre en conflictos de familia, viviendo roces con personas, recayendo en pecados, experimentando estrechez económica, preocupado por el bienestar de un familiar y quién sabe qué otras cosas. Día a día experimenta el desánimo y escucha muchas voces que opinan respecto a su vida. Hay quienes dicen que la solución es imposible mientras otros le tratan de dar esperanza y ánimo. La pregunta central en todo este asunto es: ¿cuál es su actitud frente a lo que le presenta la vida?
La enseñanza que nos presenta el texto bíblico de hoy (Nm 13) es que cuando se está consciente de la presencia de Dios en la vida hay fe. Lo que nos pueda suceder no escapa al alcance de nuestro Padre: Él está ahí. El escritor Leonardo Boff dice: «La experiencia de fe viva transfigura y sacramentaliza la realidad, a pesar de las contradicciones que nunca dejan de existir. Éstas están siempre presentes, pero no consiguen apagar las señales dejadas por el Amor.» (Espiritualidad, p. 54).
El cristiano es aquel que está en una continua actitud de fe ante la vida. Es aquel que actúa a sabiendas que Dios le acompaña y vive confiado en esa realidad.
No me atrevo a especular a donde Dios llevará sus situaciones. Hay familias que luego de rotas vuelven a la unidad, gente enferma que sana, gente en vicios que es libertada, y todo tipo de situaciones que, con ayuda de Dios, se resuelven. Pero al mismo tiempo familias seguirán siendo disfuncionales, gente seguirá muriendo de una u otra enfermedad y gente continuará luchando contra el pecado. Lo que sí le puedo asegurar, mi querido hermano, es que Dios le quiere dar fe para perseverar. Dios le quiere abrir los ojos de la fe para que nunca se olvide de su compañía y pueda notar que a pesar de todas las cosas Él le ama.
Más allá de conquistar un estado de bienestar absoluto Dios desea que usted conquiste la fe. Como dice la gente comúnmente: «No es la meta, es el camino». O dicho a nosotros: «La meta es caminar con fe».
Oración congregacional
Padre nuestro,
Te damos gracias por esta palabra. Sosteniendo las manos de mi hermano, te ruego que me ayudes a inspirarle fe. Hoy recuerdo que soy tu hijo y te pido que me des fe para estar consciente de tu compañía en mis momentos difíciles. Sé que me amas; ayúdame a recordarlo siempre. En nombre de tu hijo Jesús, quien estará con nosotros hasta el fin,
Amén.