Los tres niveles de existencia (Kierkegaard)

Existe gente que nos hace reflexionar sobre la manera que dirigimos nuestra vida. Leyendo el libro Irrational Man: A Study in Existential Philosophy de William Barret me encontré con Sören Kierkegaard, hombre de una vida e interioridad fascinante y reconocido precursor de la filosofía existencialista. Si bien sería una idea excelente contar sobre su vida, quiero compartir más bien unas ideas suyas que pueden alumbrar nuestra conciencia. En particular, sus tres «etapas en el camino de la vida».

La primera etapa es la estética. El ejemplo perfecto de un esteta es el niño. Cuando se es esteta se vive únicamente para el presente, para el placer o dolor del momento. La persona en esta etapa busca insaciablemente el placer para sentirse vivo, lo que finalmente la sumergirá en la desesperación. Los momentos placenteros llegarán, pero desaparecerán tras el manto fugaz del tiempo. También se menciona al esteta intelectual, aquel que busca ser espectador de todo tiempo y existencia separado de la vida misma. Llegado el momento de ponernos serios sobre la vida, la actitud esteta no tiene por qué ser descartada, pero sí integrada de una manera balanceada a la etapa que viene a suplantarla: la ética.

La etapa ética es el momento en que el hombre se escoge a sí mismo y el tipo de vida que vivirá. El hombre toma esa decisión frente a la muerte, y sella con esa decisión la manera que vivirá la única vida que tiene y que tendrá. Un ejemplo de una persona ética sería un esposo. Un día tomó la decisión de unirse a otra persona para el resto de su vida. Día a día tendrá que reafirmar ese compromiso actuando de acuerdo a sus votos. En esta etapa la persona se rige por reglas universales y es guiada por el deber a hacer lo que se considera correcto.

La tercera etapa es la religiosa. Esta etapa es la afirmación del individuo sobre el colectivo o de lo particular sobre lo universal. El hombre religioso en ocasiones debe romper con la ética universal (la ética/moral social) por el llamamiento divino. Pero ese rompimiento con lo universal no es fácil, sino que se lleva a cabo con temor y temblor. «La regla de ética universal, precisamente porque es universal, no puede comprenderme totalmente, al individuo, en mi concreción» (Barrett, p. 167). El ejemplo que Kierkegaard da en el caso del hombre religioso es Abraham cuando Dios le pide sacrificar a su hijo Isaac. Existe una gran angustia, pues la ética universal dice que los padres deben preservar la vida de sus hijos, pero Esa Voz le pide el sacrificio de su hijo. Existe el temor de desobedecer a Dios y la duda de si esa voz realmente es la de Él. No existen seguridades, es una decisión o la otra. En la vida contemporánea usualmente no es algo bueno contra algo malo, sino bienes rivales donde estamos atados a hacer un mal de todos modos y nuestros motivos no son claros. Es en esa unicidad, en lo particular de nuestra existencia, que nos vemos obligados a trascender las reglas universales y actuar de acuerdo al corazón.

Cuando no se tiene el control

El relato que nos ocupa hoy (Gn 16) nos presenta a uno de esos personajes marginados del texto bíblico que es recipiente de una gran promesa de parte de Dios: Agar. ¿Quién era Agar? En resumidas cuentas, Agar era una esclava egipcia perteneciente a Sarai, esposa de Abram (v. 1). Conocemos por el relato que Sarai era estéril y que existían leyes que le permitían dar la esclava a su marido para tener hijos, cosa que Sarai hace (vv. 1-4). El hijo de la esclava sería considerado hijo de Sarai. Cuando Agar quedó embarazada vio esperanzas de enaltecimiento y “comenzó a mirar a su señora con desprecio”(v. 4). La actitud de Agar creó tensiones entre Abram y Sarai (v. 5). Luego de una conversación entre Abram y Sarai, Agar perdió todos sus privilegios y comenzó a ser víctima de maltrato. Tanto fue el maltrato que Agar huyó de la casa de Abram (v. 6). Mientras se encontraba en un pozo en el desierto, Agar tuvo un encuentro con Dios que le incitó a volver con Sarai al mismo tiempo que se le prometió una descendencia numerosa (vv. 9-12). Tras esa manifestación divina Agar nombró a Yahvé «el Dios que ve» (v. 13). Le invito a ver su vida en la experiencia de Agar.

Agar fue una persona que no tuvo la libertad de elegir su vida. La vida le impuso la esclavitud y unas personas de las que no podía escapar, situación que era más fuerte que su voluntad de ser libre. Y justamente cuando hubo un atisbo de libertad (cuando fue dada por mujer a Abram y embarazada), su misma seguridad la traicionó y la sumergió en un pozo más hondo de maltratos que nadie merece soportar. No había esperanzas, sólo ansias de correr hasta donde diesen las energías, y así hizo. Corrió, huyó, fue al desierto donde no había nada ni nadie que la molestara, sólo el calor, la sed y su desesperanza.

De la misma manera nos encontramos muchas veces nosotros. Piense en todas las cosas que nos son impuestas por la vida. Algunos de nosotros hemos llegado a trabajos donde la gente es difícil de tratar, pero nos mantenemos por la necesidad de un sueldo. Así mismo otros pertenecemos a familias disfuncionales donde los problemas son el pan de cada día y no hay paz. Todos en Puerto Rico hemos experimentado el aumento en el costo de vida que ha ocasionado que muchos puertorriqueños salgan del país en busca de mejores oportunidades. Todas las anteriores son situaciones que pueden causar desesperación e impotencia. Son eventos que no controlamos en los que estamos sumidos hasta el fondo. ¿Qué hacer cuando no hay escapatoria? ¿Qué actitud debemos asumir a la hora de enfrentar la injusticia y el maltrato? El escritor Leonardo Boff en su libro La cruz nuestra de cada día nos da tres opciones.

En primer lugar, podemos ser rebeldes. Como somos seres intrínsecamente valiosos nos aferramos a esa dignidad contraponiéndonos a la humillación. Esta es la opción que eligió Agar de primera instancia cuando «comenzó a mirar a su señora con desprecio» y cuando huyó. «Prefiero huir de este lugar que seguir soportando todas las humillaciones que vivo constantemente» –debió decirse. Este es un acto de desesperación extrema causado por otros.

La segunda actitud posible es la resignación. El que está resignado acepta las cosas como vienen y sufre permanentemente. Como dice Boff, el resignado «sobrevive en la derrota». ¿Cuantos de nosotros no nos hemos resignado a la situación de nuestros hogares, de nuestras calles y nuestro país? La situación nos parece tan grande y nuestras posibilidades de hacer algo trascendental tan pequeñas. En la resignación sufrimos conscientemente y no hacemos nada al respecto.

La tercera actitud es «asumir la cruz». Las palabras de Dios a Agar la llevan en esa dirección. «Regresa al lado de tu señora, y obedécela en todo» (v. 9). La esclavitud sigue siendo impuesta, pero ahora Agar va a Sarai con una actitud de reconciliación que trasciende su circunstancia. A pesar de las penurias que podrá experimentar, Agar actúa sostenida en una promesa de restauración dada por el mismo Dios. Las posibilidades que no existían vieron la luz gracias a la palabra divina. Ahora Agar tiene fe, y esa fe transforma su visión de Sarai y Abram y la encamina de vuelta al lugar del que huía. Ahora Agar sabe que a donde ella vaya Dios la está mirando.

Existe un detalle importante en el que necesitamos abundar: Agar era víctima de maltrato. Existe un peligro en cómo interpretamos el hecho de que Dios le haya ordenado volver al lugar donde era maltratada. Puede sugerirse que Dios desea que usted soporte el maltrato hasta que Él haga un milagro, pero nada más lejos de la verdad. Debemos afirmar que Dios es un Dios de vida y que todo aquello que atente contra la vida se opone a la voluntad de Dios. Debemos afirmar que la intención de Dios para Agar fue realmente para su bien mientras llegaba el momento indicado para el cumplimiento de la promesa. En ocasiones las mayores bendiciones vienen luego de tiempos de mucho sacrificio.

Se asume la cruz cuando no hay más posibilidades y no se puede salir de una realidad exterior que nos hace daño. Podemos rebelarnos y hacernos daño intentando preservar nuestra dignidad. Podemos resignarnos y vivir derrotados restregándonos en el fango. O podemos llegar a un acuerdo con la realidad y vivir los problemas con ligereza, amando, dándonos y siendo gozosos gracias a la esperanza que nos ha sido dada en Jesús.

Sé que la respuesta natural a una situación problemática es la huída. ¿Cuántos no habremos querido huir de una profunda crisis familiar? ¿Cuántos no habremos querido huir de situaciones difíciles en nuestros trabajos? Me permito un testimonio sobre mi esposa.

Meses antes de casarnos mi esposa consiguió un nuevo empleo. Se le había dicho de antemano que el trabajo era fuerte, que el jefe era algo molesto, pero la paga buena. Nos hacía falta. Como alguien que tenía ganas de «echar pa’ lante» con esfuerzo, mi esposa no dudó en solicitar el trabajo. Lamentablemente, el jefe no solamente resultó ser una persona exigente, sino alguien que faltaba el respeto y humillaba a sus empleados. Mi esposa fue siempre excelente en su trabajo y nunca respondió negativamente al maltrato laboral que experimentaba, aunque sí lo sufría. Finalmente se abrió la posibilidad de un nuevo empleo y ella entregó la carta de renuncia. Durante ese tiempo dio lo mejor y su jefe no pudo quejarse de su obra. Admiro a mi esposa por su temple y sabiduría, porque a pesar de que quiso huir en muchos momentos, escuchó Otra Voz más sabia que la invitó a esperar y obedecer mientras se abrían otras puertas.

Las opciones están ante usted. Cuando experimenta una situación negativa de la que no puede escapar, ¿se rebela, se resigna o asume su cruz? Dios le incita hoy a que deje de huir de la realidad, a que tome su cruz y tome decisiones de vida. Tal vez los problemas no se acaben, pero Dios quiere que en medio de sus circunstancias usted viva con fe, a la expectativa de nuevos caminos que conduzcan a su plena realización. Dios no se ha olvidado de usted, Él lo está mirando.

Oración de afirmación

Padre nuestro,

Hoy nos gozamos ante la revelación de saber que tú nos ves. Ayúdanos a soportar todas las circunstancias que nos son impuestas con amor y paciencia. Que así como Agar podamos encontrarnos contigo en nuestros desiertos y ser recipientes de promesas de vida. Ayúdanos a vivir con la fe puesta en Cristo Jesús, quien tomó en sí nuestras cargas y sufrimientos. En su nombre oramos,

Amén.

Conquistar la fe

Predicación dada el domingo, 10 de junio de 2012 en la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Maunabo, PR basada en la lección 10 del manual El Discípulo (Edición Especial: Sanidad Interior, 2012).

Nos cuenta el relato bíblico que un día Dios le dijo a Abraham: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te voy a mostrar. Con tus descendientes voy a formar una gran nación; voy a bendecirte y hacerte famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; por medio de ti bendeciré a todas las familias del mundo.» (Gn 12:1-3). Abraham hizo caso a la voz de Dios y se encaminó a lo desconocido. Un día, al llegar a la tierra de Canaán, Dios le dijo: «Esta tierra se la voy a dar a tu descendencia.» (v. 7). Era una promesa. Dios tomó la iniciativa y reveló sus planes para el futuro. Y pasaron cientos de años…

En el relato que nos ocupa el día de hoy (Números 13), los descendientes de Abraham ya eran un pueblo numeroso dividido en doce tribus. Habían sido esclavos en la tierra de Egipto y Dios mismo los había libertado con sorprendentes demostraciones de poder. Al salir de Egipto caminaron por el desierto dirigidos por Moisés en dirección a la «tierra prometida». Ahora se encontraban justo frente a ella y había que actuar.

«Envía unos hombres a que exploren la tierra de Canaán, que yo voy a dar a los israelitas. Envía de cada tribu a uno que sea hombre de autoridad.» –le dijo Dios a Moisés (v. 2). Se escogió a un jefe de cada tribu y Moisés les dio esta orden: «Vayan por el Négueb y suban a la región montañosa. Fíjense en cómo es el país, y en si la gente que vive en él es fuerte o débil, y en si son pocos o muchos. Vean si sus ciudades están hechas de tiendas de campaña o si son fortificadas, y si la tierra en que viven es buena o mala, fértil o estéril, y si tiene árboles o no. No tengan miedo; traigan algunos frutos de la región.» (vv. 17-20). Era la época de recoger las primeras uvas por lo que, al investigar la tierra, los exploradores se llevaron una rama que tenía un racimo de uvas y tomaron higos y granadas (vv. 20, 23).

Cuarenta días después los exploradores vinieron de vuelta al pueblo para dar su informe (vv. 25-26). Sus palabras fueron: «Fuimos a la tierra a la que nos enviaste. Realmente es una tierra donde la leche y la miel corren como el agua, y éstos son los frutos que produce. Pero la gente que vive allí es fuerte, y las ciudades son muy grandes y fortificadas. Además de eso, vimos allá descendientes del gigante Anac. En la región del Négueb viven los amalecitas, en la región montañosa viven los hititas, los jebuseos y los amorreos, y por el lado del mar y junto al río Jordán viven los cananeos.» (vv. 27-29; énfasis mío).

Notemos por un momento la función ese «pero». Si simplificamos el pasaje, los exploradores dijeron: «Lo que me ofreces es excelente pero es totalmente imposible». Ese «pero» es la negación de las posibilidades, la desesperanza ante un futuro brillante, la ausencia de valor propio, la carencia de autoestima.

Débese notar que hubo una voz discordante, uno que pensó diferente al resto. Esa única voz dijo: «¡Pues vamos a conquistar esa tierra! ¡Nosotros podemos conquistarla!» (v. 30). En otras palabras, esa voz no se amedrentó ante los obstáculos. Vio posibilidades de victoria y conquista.

Pero los que habían ido con él respondieron:

—¡No, no podemos atacar a esa gente! Ellos son más fuertes que nosotros.

Y se pusieron a decir a los israelitas que el país que habían ido a explorar era muy malo. Decían:

—La tierra que fuimos a explorar mata a la gente que vive en ella, y todos los hombres que vimos allá eran enormes. Vimos también a los gigantes, a los descendientes de Anac. Al lado de ellos nos sentíamos como langostas, y así nos miraban ellos también. (vv. 31-33)

Esa única voz, un hombre llamado Caleb, pensó en la promesa de Dios y tuvo fe. El resto pensó en el gran obstáculo que le impedía apropiarse de la tierra prometida.

Vale la pena en este punto hacernos varias preguntas reflexivas: ¿Cuál es su tierra prometida? ¿Quiénes son los gigantes que debe conquistar? ¿Qué grupos opinan? ¿A quién escuchará?

Primeramente, hermanos, debemos ser realistas. La vida es un continuo ir y venir entre estados de bienestar y no-bienestar. Por lo tanto, nunca llegaremos a un estado de bienestar permanente en esta vida. Lo que sí está en nuestro poder es la actitud que asumamos a la hora de enfrentar las diversas circunstancias que vengan.

Posiblemente su tierra prometida es la unidad familiar, la restauración de alguna relación dañada, la sanidad de un ser amado, el ser libertado de un pecado recurrente o vivir sin preocupaciones económicas. Tal vez actualmente se encuentre en conflictos de familia, viviendo roces con personas, recayendo en pecados, experimentando estrechez económica, preocupado por el bienestar de un familiar y quién sabe qué otras cosas. Día a día experimenta el desánimo y escucha muchas voces que opinan respecto a su vida. Hay quienes dicen que la solución es imposible mientras otros le tratan de dar esperanza y ánimo. La pregunta central en todo este asunto es: ¿cuál es su actitud frente a lo que le presenta la vida?

La enseñanza que nos presenta el texto bíblico de hoy (Nm 13) es que cuando se está consciente de la presencia de Dios en la vida hay fe. Lo que nos pueda suceder no escapa al alcance de nuestro Padre: Él está ahí. El escritor Leonardo Boff dice: «La experiencia de fe viva transfigura y sacramentaliza la realidad, a pesar de las contradicciones que nunca dejan de existir. Éstas están siempre presentes, pero no consiguen apagar las señales dejadas por el Amor.» (Espiritualidad, p. 54).

El cristiano es aquel que está en una continua actitud de fe ante la vida. Es aquel que actúa a sabiendas que Dios le acompaña y vive confiado en esa realidad.

No me atrevo a especular a donde Dios llevará sus situaciones. Hay familias que luego de rotas vuelven a la unidad, gente enferma que sana, gente en vicios que es libertada, y todo tipo de situaciones que, con ayuda de Dios, se resuelven. Pero al mismo tiempo familias seguirán siendo disfuncionales, gente seguirá muriendo de una u otra enfermedad y gente continuará luchando contra el pecado. Lo que sí le puedo asegurar, mi querido hermano, es que Dios le quiere dar fe para perseverar. Dios le quiere abrir los ojos de la fe para que nunca se olvide de su compañía y pueda notar que a pesar de todas las cosas Él le ama.

Más allá de conquistar un estado de bienestar absoluto Dios desea que usted conquiste la fe. Como dice la gente comúnmente: «No es la meta, es el camino». O dicho a nosotros: «La meta es caminar con fe».

Oración congregacional

Padre nuestro,

Te damos gracias por esta palabra. Sosteniendo las manos de mi hermano, te ruego que me ayudes a inspirarle fe. Hoy recuerdo que soy tu hijo y te pido que me des fe para estar consciente de tu compañía en mis momentos difíciles. Sé que me amas; ayúdame a recordarlo siempre. En nombre de tu hijo Jesús, quien estará con nosotros hasta el fin,

Amén.

El comienzo, el final para algunos

A mi parecer, existe un problema inherente en la manera que algunos cristianos se acercan a la Biblia. Como diría mi profesora de Antiguo Testamento, algunos utilizan la Biblia como un manual histórico, técnico, científico y mencione todo lo que se le ocurra. Sin embargo, si se acepta de inicio que los autores de cada libro de las Escrituras vivieron en una cultura muy diferente a la nuestra (de hecho, dentro de la misma Biblia existe gran diversidad), debemos admitir que debemos tener mucho cuidado en cómo la interpretamos. Si no tenemos ese cuidado corremos el riesgo de trasladar a nuestro contexto elementos extraños, o dicho de otra manera, elementos no-universales que eran parte de la cosmovisión de los autores.

Un ejemplo de esas extrañezas que algunos traen a estos tiempos posmodernos es la vieja interpretación (podríamos decir tradicional) de Génesis 1. En esta interpretación lo que el texto dice es puro dato objetivo, por lo que se desprende que el universo, el mundo y todo cuanto existe fue creado en seis días de veinticuatro horas literalmente. Baste decir que este acercamiento al texto de Gn 1 está lleno de problemas que un buen comentario bíblico, un estudio de la historia de la interpretación bíblica, una Biblia de estudio o estudios de la crítica histórica pueden revelar. En fin, aunque en este caso el texto no dice lo que creen que dice, estos intérpretes creen con tal insistencia que todo conocimiento que contradiga su visión es falso. Aquí es donde surge el llamado conflicto entre ciencia y fe, en medio de nosotros desde hace siglos. Debemos preguntarnos en este momento: ¿tiene que ser así? ¿Por qué la ciencia debe contradecir la fe o viceversa?

Un acercamiento al texto bíblico que ha estado tomando auge es el siguiente: ver el texto por lo que es y no por lo que queremos que sea. Aunque de inicio parece ser una propuesta absurda, pues nunca podemos ver y definir un objeto fuera de nuestra propia perspectiva, a lo que nos invita esta perspectiva es a no temer los estudios que nos informen sobre el origen y la intención original de los autores. En otras palabras, nos invita a colocar el texto en su propio contexto para que nos pueda hablar mejor. La dolorosa realidad es que este acercamiento destruye los sistemas que muchos individuos y la Iglesia en particular han creado a partir del texto y destruye la domesticación del texto para dominar y oprimir a creyentes y divergentes. El texto, aunque lo utilicemos de manera creativa hoy día, dice cosas muy definitivas, muy situadas, muy particulares, cosas con las que no tenemos que estar de acuerdo.

Y es aquí donde donde diverjo respecto a la utilidad de la Biblia en la conversación cristiana. A menudo, citar las Escrituras (en realidad, nuestra interpretación) es el punto definitivo, el momento en que se ponen las cartas sobre la mesa, el “tómalo o déjalo” de la conversación respecto a cualquier tema. Creo, sin embargo, que ver el texto por lo que es y no por lo que queremos que sea nos ayuda a cimentar nuestra visión en los asuntos esenciales (Jesús), y a reconocer lo situado, lo no-universal de mucho del material bíblico. Alguien me juzgará de marcionista, pero la contextualidad misma del texto habla contra la aplicación literal del mismo. Aunque queramos seguir a Jesús como dicen los Evangelios, eso no sucederá, no somos los primeros discípulos. La particularidad del evento nos llevará a buscar interpretaciones plausibles para nuestro hoy.

Mi solución a este dilema sobre la interpretación bíblica es el siguiente: para mí la Biblia es el comienzo de la conversación y no el final. Cuando la Biblia es el comienzo de la conversación se reconoce que esta es un documento antiguo, culturalmente lejano pero de todos modos relevante para informar nuestra identidad cristiana, pero no se detiene ahí. Este acercamiento también nos dice que nuestro contexto importa, que el conocimiento de nuestra generación no es una fantasía, que hay belleza, verdad y revelación en nuestro mundo. Dios se sigue haciendo presente en medio de la historia llevando al mundo a su cumplimiento. Y aunque nuestra realidad es juzgada de manera crítica por la interpretación del texto, también sabemos reconocer elementos sobre los que, como hijos de nuestro tiempo, sabemos mejor que los autores del texto bíblico. Como ejemplo valen la pena hacerse unos comentarios que nos ayuden a salir del atolladero del conflicto entre la ciencia y la fe.

Una visión informada acerca de la ciencia podrá reconocer sus limitaciones. La ciencia parte de una concepción naturalista del universo: si pretende ser ciencia y no metafísica esto tiene que ser así. La ciencia explica los fenómenos naturales detrás de cualquier ocurrencia a través de un método que varía poco y puede ser reproducido en cualquier parte del mundo bajo condiciones controladas. Una teoría científica es la mejor manera de explicar una cantidad considerable de datos. En el caso, por ejemplo, de la teoría del Big Bang, aunque puede tener sus detractores, esta es la que mejor explica la totalidad de los datos que poseemos. Si se acumula una cantidad considerable de datos que la contradigan la teoría será desechada. El conocimiento actual de las ciencias no está escrito en piedra y continúa creciendo, modificándose y refinándose. ¿Tenemos entonces que negar la estabilidad de un canon cerrado con afirmaciones bien sitiadas en el tiempo (la Biblia) por un sistema en continuo cambio como las ciencias? En absoluto.

A lo que me impulsa la visión que propongo (y se lo debo a Rachel H. Evans) es a ser libre del fundamentalismo y a aceptar que soy plenamente hijo de mi sociedad/cultura y que no puedo escapar de ella, aunque sí puedo ser crítico. Y aquí un detalle importante que había olvidado: la ciencia no habla sobre el significado de la existencia o de Y o X suceso o sobre la causa inicial de todo cuando existe. La ciencia únicamente se limita a explicar los procesos naturales de todo cuanto vemos. Nada acerca del valor de las cosas es parte del lenguaje científico. Ser científico ≠ ateísmo. Entonces, sí podemos ser cristianos y ser hijos de nuestra época científica plenamente, al mismo tiempo que rechazamos a aquellos que quieren interpretar la ciencia a favor del ateísmo.

Una persona que vive su cristianismo bien sitiado en su contexto y no niega lo mejor del conocimiento contemporáneo es el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal. Ubicándome particularmente en el caso de Gn 1, Cardenal escribió un libro llamado Cántico Cósmico en el que fusiona de manera magistral el conocimiento científico con la interpretación de su fe. Aquí les pego un extracto:

En el principio fue una explosión,
pero no una explosión desde un centro hacia afuera
sino una explosión simultánea dondequiera, llenando
todo el espacio desde el principio, toda partícula
de materia apartándose de toda otra partícula.
Una centésima de segundo después
la temperatura era de 100.000 millones de grados centígrados
aún tan alta que no podía haber ni moléculas ni átomos ni
núcleos de átomos, sólo partículas elementales:
electrones, positrones
y neutrinos fantasmales sin carga eléctrica y sin masa »
lo más cercano a la nada que han concebido los físicos»
Y el universo se llenó de luz.
…La noche oprimía la tierra como selva impenetrable…
…Se dice que cuando aún era de noche,
cuando aún no había luz,
cuando aún no amanecía,
dicen que se juntaron. Dijeron: ¿Quién hará amanecer?…
…Cuando era noche.
Estaba la luz metida allá en una Cosa Grande.
Comenzó a amanecer y mostrar la luz que en sí tenía,
y principió a crear en aquella primera luz…

¿No se nota a leguas que esta interpretación de los inicios del cosmos está informada por el texto bíblico? ¿No existe belleza en ver a Dios en la complejidad abismal de nuestro universo? La intención del texto bíblico no es que únicamente reconozcamos como real el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, también el texto nos exige a que le reconozcamos como nuestro Dios hoy, en nuestra cultura, en nuestra generación. Yahvé, el Dios de Israel, es el Dios de la historia y no existe nada que le aparte de las ciencias y mucho menos de nosotros, hijos de la evolución de la historia que Él mismo comenzó.