La victoria de Cristo: Un desfile aromatizado

Los cristianos afirman que Jesús es Rey y Señor de todo cuanto existe. Su resurrección de entre los muertos fue la afirmativa del Padre a su obra y misión. Luego de aparecérsele a sus discípulos “fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios” (Mc 16.19). “Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre” (Flp 2.9-11). Pero contrario a los reinos humanos, Jesús no obtuvo su señorío por fuerza y coerción, sino por desprendimiento, humillación y muerte de cruz (Flp 2.6-8).

Pablo en II Corintios 2.14-16 compara la victoria del Jesús resucitado con la de un general romano luego de una guerra. Tras una campaña militar exitosa, los generales hacían un desfile por la ciudad de Roma hacia el templo del dios Júpiter. Delante del desfile se esparcían perfumes y se quemaba incienso. También desfilaban prisioneros, algunos de ellos condenados a muerte. Los perfumes y el incienso les recordaba a los condenados la inevitabilidad de su muerte mientras al resto el perdón concedido a sus vidas.

Gracias a Dios que siempre nos lleva en el desfile victorioso de Cristo y que por medio de nosotros da a conocer su mensaje, el cual se esparce por todas partes como un aroma agradable. Porque nosotros somos como el olor del incienso que Cristo ofrece a Dios, y que se esparce tanto entre los que se salvan como entre los que se pierden. Para los que se pierden, este incienso resulta un aroma mortal, pero para los que se salvan, es una fragancia que les da vida. (II Cor 2.14-16a DHH)

Podemos notar que los creyentes somos parte del desfile victorioso del Mesías. Somos participantes del mismo en dos sentidos: 1) Nuestras vidas son “como el olor del incienso” y nuestra prédica “un aroma agradable”. 2) Somos esclavos del Rey a quienes se nos ha perdonado la vida. El aroma de su victoria nos recuerda que lo perdimos todo. Pero este Rey es el Rey Crucificado en cuyo reino hay esperanza y vida.

¿Qué implicaciones tiene para nuestra predicación el ser parte del desfile de Cristo? Tres puntos importantes:

1) Nuestro mensaje principal es de victoria cruciforme. La cruz antecede a la resurrección y es la causa de la misma. La victoria de Dios se obtiene siempre a través de la cruz. Si somos imitadores de Cristo (y de Pablo) no habrá nunca un Evangelio sin cruz. Debemos ser un “sacrificio vivo” si hemos de ser “olor de incienso” para el Padre. Así como Jesús murió para resucitar, nosotros debemos morir para participar de su Reino.

2) El desfile de Cristo se celebra en respuesta a una historia. En ocasiones nuestro mensaje va directamente de Adán a Cristo y se omite la historia de Israel. Es con la historia de Israel de trasfondo que entenderemos la continuidad y discontinuidad de Jesús y lo relevante de su vida, muerte y resurrección.

3) Después de la victoria de Cristo (su muerte y resurrección) nada negativo en la existencia tiene el poder de revocar el bien. El santo se volvió maldición, el que era justo fue castigado y su muerte fue su victoria. No podemos decir, como se hacía en la antigüedad, que la enfermedad, la pobreza y la marginación sean causa del pecado. Aún en las situaciones más oscuras de la existencia humana Dios está presente.

Lo que Pablo perdió (4)

Esta es la última entrada de esta serie en la que discutimos el capítulo uno del libro Spirituality According to Paul: Imitating the Apostle of Christ de Rodney Reeves titulado Foolish Death: Suffering the Loss of All Things. Próximamente continuaremos con otros temas basados en el libro de Reeves.

Anteriormente discutíamos lo que Pablo perdió cuando se encontró con Jesús de camino a Damasco. Habíamos dicho, siguiendo a Reeves, que Pablo perdió su capacidad de presumir, su identidad, su reputación y, añadiremos hoy, su antigua manera de interpretar la vida (perspectiva).

Perspectiva

Ahora que vivía para Cristo Pablo interpretaba su vida por el lente de la cruz. “Esta marcó el fin de su vida, que era muerte, y el comienzo de su muerte, que era vida” –nos dice Reeves. Y la cruz no estaba lejos. En medio de todos sus problemas Pablo veía la cruz de Cristo, lo que convertía sus vicisitudes en buenas noticias.

En una ocasión Pablo fue arrestado a causa del evangelio y la iglesia en Filipos se preocupó por su vida y ministerio. Si Pablo era condenado a muerte ésta significaría un duro golpe a las iglesias con las que él se relacionaba y a la expansión del evangelio. Sin embargo, en la carta de Pablo a los filipenses él parece ver su encarcelación desde otra perspectiva.

Yo sé que esto servirá para mi salvación, gracias a vuestras oraciones y a la ayuda prestada por el Espíritu de Jesucristo, pues espero firmemente no sentirme en modo alguno fracasado. Al contrario, tengo la plena seguridad, ahora como siempre, de que Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte, pues para mí la vida es Cristo, y el morir, una ganancia. (Flp 1.19-21; énfasis mío)

Pablo sabía que nada negativo podía extinguir el poder de Dios pues este se encuentra en la cruz. Aún más, Pablo sabía que toda su vida pertenecía a Cristo. Escritas en el corazón de Pablo estaban las palabras de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8.34-35).

Es por esto que Pablo llamó a los filipenses a estar alegres (Flp 4.4). Lo que le estaba sucediendo a él también le sucedió a Cristo. Y gracias a la cruz había esperanza de resurrección (Flp 2.5-11).

Las cosas que le sucedieron a Pablo nunca estuvieron fuera del plan. Es por eso que aún en prisión Pablo conservó la paz. La cruz le daba muerte a su vida y él la acogió con regocijo. El mensaje de Pablo nunca cambió. “Poned por obra todo cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, y el Dios de paz estará con vosotros” (Flp 4.9).

Lo que Pablo perdió (3)

Seguimos discutiendo el libro Spirituality According to Paul: Imitating the Apostle of Christ de Rodney Reeves. El capítulo uno, Foolish Death: Suffering the Loss of All Things, nos explica lo que Pablo perdió cuando se encontró a Jesús de camino a Damasco.

Reputación

Una vida crucificada no es común. Es difícil entender cómo la cruz restaura un mundo roto. Pablo, como apóstol a los gentiles, era el responsable de mostrarles a sus conversos cómo se veía estar crucificado con Cristo. Y aunque todos sus conversos estuvieron de acuerdo en que la cruz era poder para salvación a todo aquel que cree, no todos quisieron imitar la vida crucificada que Pablo les mostró. Al contrario, tras la predicación paulina se presentó ante ellos otro modo de vivir más seguro y tentador.

¡Gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado, después que ante vuestros ojos ha sido presentado Jesucristo crucificado? (Gál 3.1)

A los gálatas Jesus no fue presentado únicamente a través de la predicación. Pablo fue recibido como “un mensajero de Dios”, como su fuese Cristo mismo (Gál 4.14). No solamente sus acciones hablaban de Jesús; también el cuerpo de Pablo llevaba las marcas de la cruz. “Llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús” (Gál 6.17). ¿Quién quiere vivir humillado, rechazado, maltratado, marcado, crucificado?––debieron preguntarse los gálatas.

Para nosotros es difícil abandonar nuestra seguridad y hacer sacrificios en pos de una vida celestial, anteponiendo esta última a las necesidades del presente. Los gálatas experimentaron lo mismo. Con el fin de evitar persecución algunos de ellos forzaron a la comunidad a someterse a la ley judía. La cruz les costaba la vida y no querían morir. “Solo un evangelio sin cruz sería buenas nuevas” para ellos.

Reeves nos advierte de predicar un evangelio sin cruz. En ocasiones utilizamos el evangelio como trampolín para dar mensajes de auto-ayuda. “Y sin embargo para Pablo, el problema es el mismísimo lugar donde la cruz es más evidente.”

Lo que Pablo perdió (2)

El libro Spirituality According to Paul: Imitating the Apostle of Christ está estupendo, tanto así que ya quiero pasar de tema. Debo, sin embargo, culminar lo que ya empecé. Discutíamos anteriormente el capítulo uno titulado Foolish Death: Suffering the Loss of All Things y hablábamos sobre lo que Pablo perdió cuando se encontró con Jesús de camino a Damasco.

Identidad

Pablo era un judío muy fiel a sus costumbres. Pero su identidad sufrió un cambio cuando Jesús se le apareció. De donde venía, lo que había logrado en su religión y lo que los demás opinasen de él ya no le importó. Él mismo lo dice:

Me circuncidaron cuando tenía ocho días de nacido, soy israelita y pertenezco a la tribu de Benjamín. Soy hebreo y mis padres también fueron hebreos. La ley era muy importante para mí, pues yo era fariseo. Estaba tan dedicado a la ley y las tradiciones de mi pueblo que perseguía a la iglesia, y nadie podía reprocharme nada porque siempre obedecía la ley.

En esa época pensaba que todo eso era muy valioso, pero gracias a Cristo, ahora sé que eso no tiene ningún valor. Es más, creo que nada vale la pena comparado con el invaluable bien de conocer a Jesucristo, mi Señor. Por Cristo he abandonado todo lo que creía haber alcanzado. Ahora considero que todo aquello era basura con tal de lograr a Cristo. (Filipenses 3.5-8 PDT)

Reeves nos hace una estupenda aclaración que creo debemos prestarle gran atención. Muchos de nosotros hemos caído en uno de estos errores que él explica.

“Aquí es donde debemos ser muy claros sobre lo que Pablo no está diciendo. Pablo no veía “perder para ganar” como una estrategia de inversión. “Sacrificaré esto para obtener más de lo mismo” (el mantra del evangelio de la prosperidad). Él no daba para obtener. Él no echó a un lado sus privilegios judíos para ganar privilegios cristianos (él sacrificó esos también, 1 Cor 9.3-18). Tampoco Pablo contó los beneficios de la vida crucificada como el pago por dejar lo que le importaba más. Su experiencia de Cristo no funcionaba de esa manera: “Dejaré esto por Cristo para obtener más de lo que deseo.” No. En realidad, para Pablo justamente lo opuesto sucedió: desde la cristofanía hasta su muerte, Pablo encontró que ganar a Cristo le llevaba a perder su vida. Mientras más él se conformaba a la imagen de Cristo, más el reconocía su pérdida como ganancia. Pablo no estaba perdiendo para ganar más. Él veía su pérdida como ganancia. Y la única manera que él podía verlo de esa manera era debido a la cruz de Cristo. La cruz convirtió la pérdida en ganancia, la vergüenza en honor, la muerte en vida. La vida crucificada giró el mundo patas arriba, lo que hizo perfecto sentido para Pablo. Si la muerte es lo peor que puede suceder, pero la mejor cosa que le puede a un creyente en Cristo, entonces ninguna tragedia puede aplastar el bien, ninguna muerte puede echar a perder la vida, ninguna pérdida puede borrar lo que es ganado––especialmente ya que la pérdida es ganancia. Mientras más Pablo perdió su vida, más la encontró. El sacrificio hace eso. Mientras más sacrificamos más realizamos qué es importante. En efecto, los sacrificios revelan qué importa más.”¹ (traducción mía)

***

1. Rodney Reeves, Spirituality According to Paul: Imitating the Apostle of Christ (InterVarsity Press, 2011), 28-29.

Lo que Pablo perdió (1)

Seguimos discutiendo el libro Spirituality According to Paul: Imitating the Apostle of Christ (InterVarsity Press, 2011) de Rodney Reeves. Las próximas entradas estarán dedicadas a discutir el capítulo uno, Foolish Death: Suffering the Loss of All Things.

Terminábamos la entrada pasada preguntándonos qué perdimos cuando nos encontramos con Jesús. «Si vamos a imitar a Pablo, tal vez él nos ayude a entender qué perdimos cuando ganamos a Cristo» –nos dice Reeves.

Perdimos el derecho a la presunción

Como antiguo fariseo, «Pablo acostumbraba presumir de su linaje, su religión, su pasión por “la causa,” de cómo siempre tenía la razón». Pero el encuentro en el camino a Damasco enterró todas sus pretensiones. Quién él era ya no importaba. Todo aquello que le daba estatus ya no valía más. De lo único que Pablo pudo presumir luego de la cristofanía fue de la cruz. La cruz de Cristo le recordaba «su propia debilidad, su propia insuficiencia, lo equivocado podía estar».

«Lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su resurrección y la solidaridad en sus sufrimientos; haciéndome semejante a él en su muerte» –dijo Pablo en Filipenses 3:10. Y esa muerte redentora de Cristo en la cruz viró el mundo al revés. Específicamente, anuló las pretensiones de Pablo de decir que estaba bien en su propia opinión.

Reeves hace una gran afirmación: «la cruz debe hacernos reticentes en declarar quién es maldecido por Dios». Vemos los desastres personales de personas y nos preguntamos qué hicieron para merecerlo. Vemos desastres en países como Haití y se escuchan cristianos afirmando que fueron castigados por su pecado. Irónicamente no nos expresamos igual sobre Jesús. Al contrario, hablamos de la muerte de Jesús como el amor de Dios por nosotros.

«De hecho, a causa de la cruz, los cristianos sostienen la idea absurda que las maldiciones deben ser aceptadas como bendiciones, que en la muerte injusta de Jesús es donde encontramos justificación, que la culpa es irrelevante a los propósitos de Dios y que los días oscuros son signos del favor divino.»

Pablo acogió en sí al Cristo crucificado, de manera que la maldición en realidad era bendición y la debilidad, fortaleza. El orgullo dio paso a la humildad, la que Pablo exaltó como virtud. «Si de algo hay que gloriarse, me gloriaré de las cosas que demuestran mi debilidad» (2 Corintios 11:30). «La cruz de Cristo no solamente explicaba un mundo roto; sino que también corrigió un mundo roto.»

¿Cómo cambiaría tu vida si perseguir la cruz de Cristo fuera el propósito de la vida cristiana?

¿Perdiste tus presunciones cuando te encontraste con Jesús?

Un encuentro que lo cambió todo

Hoy continuamos discutiendo el libro de Rodney Reeves, Spirituality According to Paul: Imitating the Apostole of Christ (InterVarsity Press, 2011). Comenzamos el cap. 1 titulado Foolish Death: Suffering the Loss off All Things.

En tiempos de Pablo la cruz no era un símbolo cristiano como lo es hoy en día. En aquel entonces la gente no veía una cruz y pensaba en Jesús y en su acto redentor. Para toda persona del primer siglo que viviese en el Impero Romano la cruz era símbolo de «deshonra, humillación, debilidad, pérdida y muerte». «Pablo esperaba que le gente viera la cruz de Cristo en su vida––que los conversos y paganos reconociesen al Crucificado en la muerte en vida de Pablo el apóstol». Nos decía Pablo acerca de él y sus acompañantes: Dondequiera que vamos, llevamos siempre en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se muestre en nosotros (2 Corintios 4:10). ¿Por qué este énfasis en vivir crucificado? «¿Por qué Pablo sufrió la perdida de todas las cosas después de conocer a Jesús en el camino a Damasco?»

Conocemos por el libro de Hechos que antes de conocer a Jesús Pablo era un celoso fariseo que perseguía a los cristianos. Él mismo dice en Filipenses 3:6 que «era tan fanático, que perseguía a los de la iglesia; y en cuanto a la justicia que se basa en el cumplimiento de la ley, era irreprochable». Imaginemos la sorpresa que supuso para Pablo, cuando tuvo la cristofanía de camino a Damasco, que su celo estaba mal dirigido y que en vez de hacer la voluntad de Dios se oponía a ella.

«Él había estado equivocado––equivocado sobre Jesús, equivocado sobre la ley, equivocado sobre los cristianos, equivocado sobre la cruz. Y él sabía lo que esta experiencia significaría. Nada permanecería igual: en un instante, las viejas cosas pasaron y todo se convirtió en nuevo.»

Tras ese momento de desbaratamiento solamente oían decir: «El que antes nos perseguía, anda ahora predicando el evangelio que en otro tiempo quería destruir» (Gálatas 1:23). Pablo asumió que debía renegar su antigua manera de ser, que no podía ser fariseo y predicar a Jesus al mismo tiempo. Nos podemos preguntar las razones para esto. Pero contrario a lo que podamos pensar, Pablo no cambió de opinión acerca de las virtudes de la vida que dejó. Él pensaba que la ley en sí misma es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno (Romanos 7:12) y sabemos que guardaba la ley con celo (Gálatas 1:14). «A él le gustaba como eran las cosas antes de Damasco.» ¿Por qué entonces alejarse de esa vida? Reeves nos da dos posibles respuestas:

Como primera posibilidad, algunos eruditos hacen mención de lo que Pablo escuchó en el camino a Damasco que pudo haber provocado ese cambio radical. «Cuando Cristo le comisionó a predicar el evangelio a los gentiles, Pablo inmediatamente reconoció que sus días como fariseo se habían acabado.» Los fariseos dirigían sus esfuerzos a que sus compatriotas se unieran a la búsqueda de la santidad. Pero la misión de Pablo fue para aquellos fuera de la ley. «Los profetas de la antigüedad predijeron que el mundo acabaría cuando los gentiles se volvieran a Dios. Esta fue la razón por la que Dios llamó a Pablo a predicar el evangelio.»

La segunda posibilidad nos dice que lo que ocasionó el cambio en Pablo fue lo que vio de camino a Damasco. A Pablo se le había enseñado que si veía un Mesías glorificado significaba que el reino de Dios había comenzado. Su mundo como lo conocía había acabado. «Desde ese día en adelante, la vida de Pablo ya no sería definida por la ley, por etnicidad, por nacionalidad, por tradiciones­––todo lo que le había dado una identidad había desaparecido.»

Finalmente, podemos preguntarnos qué perdimos cuando nos encontramos con Cristo. Y no nos referimos únicamente al pecado. El camino que Pablo escogió le llevó a negar otras cosas que discutiremos en las próximas entradas.

La espiritualidad según Pablo

Debo admitir que en lo referente al material paulino en las Escrituras soy un total neófito. Es por esa razón que llamó mi atención el libro de Rodney Reeves, Spirituality According to Paul: Imitating the Apostle of Christ (InterVarsity Press, 2011). El libro se propone adentrarnos en la vida y pensamiento del apóstol Pablo desde una perspectiva global que abarca toda su obra. Y debo decirlo, si Reeves está en lo cierto, el evangelio que Pablo predicó es la puerta angosta de la que Jesús habló (Mt 7:13-14). El mensaje que se expone es muy difícil y rompe toda concepción conformista que quiera amoldar el cristianismo a un determinado estatus social o a una cultura.

El libro comienza haciendo una pregunta: «¿Cómo se supone que los creyentes de Cristo sigamos a un hombre que nunca hemos conocido?» (p. 13). Hoy la respuesta puede ser sencilla: leyendo los Evangelios. Pero no siempre fue así. Antes que los Evangelios fuesen escritos hubo un hombre que nunca conoció al Jesús histórico que llevó el mensaje de Jesús por todo el imperio romano: Pablo de Tarso.

Lo que es más sorprendente es que este hombre (Pablo) afirmó categóricamente en sus cartas: «Sigan ustedes mi ejemplo, como yo sigo el ejemplo de Cristo» (1 Corintios 11:1). ¿De donde provenía tal confianza? Él afirmó que Cristo mismo le había revelado su evangelio. «No lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino que Jesucristo mismo me lo hizo conocer» (Gálatas 1:12). Tales afirmaciones fueron tan cuestionables en el tiempo de Pablo como lo podrían ser hoy día. Sin embargo, Pablo nunca dudó de su apostolicidad ni de la veracidad de su mensaje. Incluso se menciona que Pablo tuvo la “osadía” de reprender a Pedro cuando entendió que no se comportaba según el evangelio de Jesús (Gálatas 2:11-14; p. 14).

¿Qué era el evangelio para Pablo? El evangelio para Pablo no era únicamente un mensaje para ser proclamado, también era una manera de vivir. ¿Cuál era el contenido esencial de ese evangelio? Que Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado, fue levantado al tercer día y se le apareció a los apóstoles (1 Corintios 15:3-8). Pablo hizo de la muerte, sepultura y resurrección de Jesús la plantilla de la espiritualidad cristiana. «Y como el evangelio era más que un conjunto de creencias––era una manera de vivir––Pablo creyó que su vida revelaba el evangelio de Cristo Jesús: él fue crucificado con Cristo, él fue sepultado con Cristo y el fue levantado con Cristo» (p. 15). Como apóstol de los gentiles, la persona que mejor podría mostrar lo que era ser cristiano a los nuevos conversos era él.

Pero Pablo no quería que lo imitasen en todo; después de todo él era judío. Es por esa razón y a causa de la confusión que significaba presentar una religión originalmente judía a una población gentil que Pablo escribió sus cartas a diferentes comunidades. Finalmente, el asunto no era imitar a Pablo sino crear una comunidad llena del Espíritu Santo que manifestara la muerte, la sepultura y la resurrección de Cristo.

En las próximas entradas exploraremos a más profundidad el pensamiento de Pablo.

¿En qué medida la Iglesia contemporánea encarna la muerte, sepultura y resurrección de Cristo? ¿Cómo reta el entendimiento evangélico de Pablo al mensaje que hoy día predicamos?