El Rey de Gloria (Salmo 24)

1 Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el mundo y todos sus habitantes,
2 porque Él la fundó sobre los mares,
Él la asentó sobre los ríos.

El Salmo 24 comienza afirmando que todo cuanto existe le pertenece al Señor. Su derecho de propiedad se funda en el acto creador.

Debido a la predominancia del mal en el mundo, en ocasiones creemos que las fuerzas de Satán tienen el dominio sobre la creación. Este salmo nos alienta y nos dice: “No, Dios sigue siendo el Señor”. El Dios creador dio comienzo al universo y lo mantiene en existencia hasta el día de hoy. Como Él es el Señor, está en su poder encaminar la creación hacia el reino escatológico predicado por Jesús.

3 —¿Quién puede subir al monte del Señor?,
¿quién puede estar en el recinto sagrado?
4 —El de manos inocentes y corazón puro,
que no suspira por los ídolos ni jura en falso.
5 Ese recibirá del Señor la bendición
y el favor de Dios su Salvador.
6 —Esta es la generación que busca al Señor;
que viene a visitarte, Dios de Jacob.

El texto plantea unos criterios para que los judíos accediesen a la presencia del Señor en el templo de Jerusalén. Solo aquel “de manos inocentes y corazón puro, que no suspira por los ídolos ni jura en falso” lo puede hacer. La mención del corazón apela a la interioridad, a la disposición interna del ser humano. Aquel que manifiesta estas características recibe por gracia la bendición y el favor divinos. Aquellos que tienen a Dios en primer lugar, que buscan agradarle en todo, pertenecen a “la generación que busca al Señor”.

7 —¡Portones, alcen los dinteles!
Levántense, puertas eternales,
y que entre el Rey de la Gloria.

8 —¿Quién es ese Rey de la Gloria?
—El Señor, héroe valeroso,
el Señor, héroe de la guerra.

9 —¡Portones, alcen los dinteles!
Levántense, puertas eternales,
y que entre el Rey de la Gloria.

10 —¿Quién es el Rey de la Gloria?

—El Señor Todopoderoso,
él es el Rey de la Gloria.

El salmo termina con varias estrofas paralelas. Los vv. 7 y 9 hacen una orden a los portones y puertas del templo para que el Rey haga su entrada. Los vv. 8 y 10 nombran características de ese Rey: héroe valeroso, héroe de la guerra, Señor Todopoderoso.

El detalle que sobresale en estos versos es la gloria del Señor, que se funda sobre sus actos heroicos en favor de su pueblo. Esto profundiza aún más lo visto en los vv. 1-2. Dios no es únicamente Señor sobre la creación, sino que también es Señor sobre su pueblo. Él le cuida, le protege y bendice.

Perdiéndolo todo, lo ganamos todo (Lucas 12.22-34)

LiriosSermón dado en la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) de Maunabo, PR el 11 de agosto de 2013.

Texto bíblico: Lucas 12.22-34 DHH

22 Después dijo Jesús a sus discípulos: «Esto les digo: No se preocupen por lo que han de comer para vivir, ni por la ropa que necesitan para el cuerpo. 23 La vida vale más que la comida, y el cuerpo más que la ropa. 24 Fíjense en los cuervos: no siembran ni cosechan, ni tienen granero ni troje; sin embargo, Dios les da de comer. ¡Cuánto más valen ustedes que las aves! 25 Y en todo caso, por mucho que uno se preocupe, ¿cómo podrá prolongar su vida ni siquiera una hora? 26 Pues si no pueden hacer ni aun lo más pequeño, ¿por qué se preocupan por las demás cosas?

27 »Fíjense cómo crecen los lirios: no trabajan ni hilan. Sin embargo, les digo que ni siquiera el rey Salomón, con todo su lujo, se vestía como uno de ellos. 28 Pues si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, ¡cuánto más habrá de vestirlos a ustedes, gente falta de fe! 29 Por tanto, no anden afligidos, buscando qué comer y qué beber. 30 Porque todas estas cosas son las que preocupan a la gente del mundo, pero ustedes tienen un Padre que ya sabe que las necesitan. 31 Ustedes pongan su atención en el reino de Dios, y recibirán también estas cosas.

32 »No tengan miedo, ovejas mías; ustedes son pocos, pero el Padre, en su bondad, ha decidido darles el reino. 33 Vendan lo que tienen, y den a los necesitados; procúrense bolsas que no se hagan viejas, riqueza sin fin en el cielo, donde el ladrón no puede entrar ni la polilla destruir. 34 Pues donde esté la riqueza de ustedes, allí estará también su corazón.

El pasaje que nos ocupa hoy se encuentra en una sección amplia de Lucas en la que Jesús se encuentra caminando con “valor” hacia la ciudad de Jerusalén (9.58). En el camino surgen hostilidades hacia Jesús por parte de los maestros de la ley y los fariseos (11.53). Jesús, entonces, toma un espacio para enseñarle a sus discípulos (12.1, 22) cuál debía ser su conducta para llevar a cabo el anuncio del reino de Dios de manera efectiva.

Es sabiduría común que el ser humano debe trabajar para comer. Aquí en Puerto Rico, un trabajo full time como empleado regular tomaría unas cuarenta horas a la semana y el cobro sería quincenal. La persona común que trabaja lo hace porque lo necesita y con el dinero que recibe compra comida, paga deudas y, si el sueldo se lo permite, se da un gustito de aquí o allá. Esta situación es sumamente diferente a la de los discípulos de Jesús.

En Lucas 18.28 Pedro le dice a Jesús: “Señor, nosotros hemos dejado todas nuestras cosas y te hemos seguido.” Pero eso no es todo, cuando Jesús envía a sus discípulos “a anunciar el reino de Dios y a sanar a los enfermos” (9.2), les dice: “No lleven nada para el camino: ni bastón, ni bolsa, ni pan, ni dinero, ni ropa de repuesto.” (9.3) El pasaje de Lc 12.22-34 se dirige a personas que habían abandonado el trabajo que les daba sustento por seguir a Jesús (cf. Lc 10.3-12). Jesús busca aliviar su ansiedad sobre la comida, bebida y ropa.[1]

Como parte de su misión evangelizadora, aquí entendida como el anuncio del reino de Dios, los discípulos fueron llamados a renunciar a su seguridad económica. Ya vimos que para evangelizar no debían llevar “ni bastón, ni bolsa, ni pan, ni dinero, ni ropa de repuesto” (9.3). Nos viene entonces la pregunta: ¿cómo justifica Jesús esa encomienda?

Jesús le afirma a sus primeros discípulos que si se enfocan en anunciar el reino de Dios, yendo por las calles sin cargar comida, sin ayudas físicas como el bastón, sin bolsos y sin ropa para cambiarse, lo que es necesario para la subsistencia también llegará. El argumento se refuerza utilizando a la naturaleza como ejemplo. Jesús les dice a sus discípulos algo así:

Ustedes están preocupados porque no tienen trabajo. Pero, ¿saben qué? ¡Los cuervos tampoco hacen nada y Dios les da de comer! ¿Están preocupados porque no tienen ropa de repuesto? ¡Miren a los lirios! ¡Tampoco hacen nada y miren lo lindos que se ven! Es más, la hierba, que nosotros tenemos por tan poca cosa y quemamos en el horno, miren lo bonita que se ve cuando está en el campo. Ustedes valen para el Padre mucho más que las aves y las plantas. Despreocúpense de la comida y el vestido. Enfóquense en la misión que les ha sido dada y el Padre velará por ustedes.

El pasaje termina con Jesús diciéndole a sus discípulos que lo vendan todo y que con lo que reciban ayuden a la gente necesitada. Él sabe de la inseguridad que está trayendo a sus vidas, pero les asegura que hay “riqueza sin fin en el cielo” para aquel que le obedezca (12.33). Podemos interpretar este pasaje de varias maneras para nuestro hoy.

Lo primero que debemos establecer es que no existe tal cosa como un “evangelio de la prosperidad”. Si el evangelio es Cristo, debemos establecer que aquellos que prometen riqueza, multiplicación y abundancia material no representan el mensaje del Maestro. “Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza.” (9.58) “Jesús y sus discípulos, quienes dependían de la hospitalidad de otros, estaban ocasionalmente menos que llenos [de comida y bebida].”[2] Debemos establecer una diferencia entre nuestros deseos y nuestras necesidades reales. Lo que Jesús le promete a sus discípulos es lo necesario para vivir. ¿No creen imprudente que mientras algunos creyentes piden riquezas, en el año 2012 habían unas 870 millones de personas en estado de subnutrición, el 12.5% de la población mundial?[3] Esto nos lleva de manera natural al siguiente punto.

¿Cómo suple Dios le necesidad de los discípulos y necesitados según el libro de Lucas? Si notamos, no es de manera milagrosa. Existe una dimensión mucho más humana dentro del cuidado de Dios que tendemos a pasar por alto. En el evangelio de Lucas, Dios cuida de los discípulos y de los necesitados a través de la hospitalidad humana. Esto nos recuerda una frase que está muy inmiscuida en el lenguaje del cristianismo de nuestro país: debemos ser “instrumentos de Dios”. Dios tiene rostro humano. Las necesidades no se resuelven solas. Se necesitan personas que las solucionen.

El último punto es sobre la esperanza. Si algo se trabaja a lo largo del capítulo 12 de Lucas es que la vida cristiana no está sin rumbo, no se mueve al azar. Dios estima la vida humana y el creyente encuentra en él significado. El futuro no debe parecernos misterioso. Nuestra vida terrenal llegará a su fin por la voluntad del Padre y cuando resucitemos estaremos con él en el cielo, que es una metáfora del lugar donde su reino de justicia, amor y paz se manifiestan plenamente.


[1] Dale C. Allison, Resurrecting Jesus: The Earliest Christian Tradition and its Interpreters (New York: T & T Clark, 2005), 37-38.

[2] Ibid., 162.

[3] FAO, FIDA, y PMA, El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2012: El crecimiento económico es necesario pero no suficiente para acelerar la reducción del hambre y la malnutrición (Roma: FAO, 2012), 8.

Tiempo de Trascendencia: El ser humano como un proyecto infinito (8)

Proyecto infinito8. ¿Cuál es, finalmente, el oscuro objeto del deseo?

El hecho es que los seres humanos deseamos ilimitadamente, pero ¿qué? ¿Qué podrá llenar el vacío del ser? “¿Por qué deseo lo ilimitado, la totalidad, y tan sólo encuentro fragmentos?” (p. 69) Somos seres en permanente protesta, pero es ahí donde está nuestra grandiosidad. Según Boff, hay tres actitudes que podemos adoptar frente a ese deseo infinito:

La primera proviene de los existencialistas (e.g., Sartre), para quienes los seres humanos estamos abiertos a lo infinito pero sin un objeto definido. Es una “pasión absurda” que nunca se realizará (p. 70). Debemos aceptar esa apertura a lo infinito y la angustia que nos supone como parte de nuestra condición humana básica.

La segunda actitud es la de los agnósticos, “que no desean definirse en relación a la apertura y la trascendencia y sufren con la falta de respuesta” (p. 70). Como humanos, sienten el deseo infinito, identifican posibles objetos de trascendencia, pero temen aprehenderse de alguno de ellos definitivamente. Boff ve una posible causa de este agnosticismo en aquellos grupos que presentan una falsa trascendencia, ya sean en los ámbitos de la filosofía o la religión. Es mejor estar lejos de ellos que identificarse con alguno. Es una búsqueda de seguridad ante expresiones de pseudotrascendencia.

La tercera actitud es la de las religiones, “que tienen el inaudito coraje –diría incluso que la osadía– de dar nombre a ese objeto de nuestro deseo, llamándolo «Dios», «Olorum» (candomblé), «Tao», «Yahvé»… o de cualquier otra forma: Padre, Hijo, Espíritu Santo…” (p. 71). Dios emerge como la respuesta existencial a la oscuridad y desorientación de la experiencia humana. Cosas tan sencillas como la mirada de un niño, la grandiosidad del cosmos, o la vida misma también pueden llevarnos a Dios. El deseo infinito se encuentra con el objeto infinito, lo que da descanso al ser humano.

La tradición mística (cristiana, musulmana, taoísta y sufi) afirma que nuestra profundidad más íntima es lo que llamamos «Dios». El fin del ser humano “consiste en pasar, del Dios que tenemos, al Dios que somos en nuestra profunda radicalidad” (p. 73). Somos connaturales con la realidad divina. Estamos abiertos a lo infinito y, por lo tanto, somos indescifrables. Nuestra cercanía al «Misterio» es posible debido a que Él la realidad que subyace a nuestra existencia. “[E]n Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17.28 DHH). “Si Dios tiene algún significado, debe ser entendido así, como el objeto secreto de la búsqueda humana, el nombre reverente, el latido de nuestro corazón, aquel que se esconde detrás de todos los caminos, que nos conduce, finalmente, y nos sustenta.” (p. 73) Esto da base a Boff para afirmar un único Dios detrás de todos los caminos espirituales del ser humano. “[N]inguno de los caminos está errado. Cada uno de los caminos es camino hacia la fuente” (p. 74).

Cuando nos nace el niño en el pesebre

natividad

Si algo nos dice la historia es que la vida humana nunca ha sido fácil. Siempre metidos en guerras, discusiones religiosas, abusos de poder, buscando sustentarnos, buscando nacer a la existencia. Muchos ya estamos cansados. ¿Cuándo parará? ¿Cuándo obtendremos descanso? ¿Dónde está Dios en estos procesos de vida? Esa ha sido la pregunta de las generaciones. Por ejemplo, en los Salmos hay llamados por el auxilio de Dios que nacen del alma. En el Sal 22.2-3 se clama con desesperación:

2 ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
Estás lejos de mi queja, de mis gritos y gemidos.
3 Clamo de día, Dios mío, y no respondes,
También de noche, sin ahorrar palabras.

El ser humano desde siempre ha intentado buscarle solución a sus problemas elementales. Hoy día algunas personas piensan que el gobierno tiene la responsabilidad de solucionar los problemas del país. Otros piensan que el esfuerzo, el trabajo de sus manos, es lo que los hará triunfar en la vida. Otros ponen su confianza en otras personas ciegamente. Son muchos los que se aprovechan de la debilidad del pueblo y lo guían a caminos de perdición.

AugustoEn el texto de Lc 2, el mundo ponía su confianza en César Augusto, el emperador del Imperio Romano. No se equivoque. Este hombre hizo cosas sorprendentes por el imperio, tanto así que cuando murió “se había ganado el favor del pueblo, que lo veneraba como príncipe de la paz”.[1] Augusto tenía control sobre toda el área alrededor del Mar Mediterráneo, incluida Galilea y Judea. Dice el texto que él ordenó un censo. El fin de este era el pago de impuestos.[2]

Si hemos leído el Evangelio según Lucas ya habremos sido informados de María, una jovencita virgen desposada con un hombre llamado José. A ella un ángel llamado Gabriel le anunció que concebiría al Mesías por medio del Espíritu Santo (1.26-38). En Lc 2, el censo ordenado por Augusto obligó a la pareja a moverse a la tierra de origen de José, que era descendiente de David. Ya había pasado tiempo desde el anuncio del ángel y María estaba por dar a luz. ¿Qué sucede? Un criterio que se pensaba que debía tener el Mesías era haber nacido en Belén, “la ciudad de David”. Dice el texto bíblico que “mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito” (vv. 6-7a). Un decreto, que llamaríamos mundano, fue el contexto donde la Divinidad confirmó su intención salvífica en el niño Jesús. Este es un elemento importante que nos debe dar esperanza. Detrás de los bastidores de la historia Dios cumple sus propósitos. Nada, ni grande ni pequeño, está ajeno al alcance del Dios de Israel. El niño Jesús nació donde debía nacer. Sin embargo, María debió estar muy perturbada. El lugar donde nació el niño no fue el mejor. ¿De veras sería el Mesías? ¿Cómo era posible que el Salvador de Israel naciera en un pesebre?

Ángeles y pastoresEn otro lugar, no muy lejos, habían unos pastores que vigilaban su rebaño. De momento, un ángel hizo aparición en sus medios, suceso que usualmente genera gran temor. “El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor.” (vv. 10-11) A los pastores les fue dada una señal que afirmaría la veracidad de este anuncio: encontrarían “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (v. 12). Y entonces tuvo lugar uno de los sucesos más memorables del relato, “se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.»” (vv. 13-14)

Los pastores respondieron al anuncio angélico con fe. “Vamos a Belén a ver lo que ha sucedido, eso que el Señor nos ha manifestado”—se dijeron unos a otros (v. 15). “Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos cuantos lo oían se maravillaban de lo que los pastores les decían.” (vv. 16-18) A los pastores les había sido confiada la realidad detrás de aquel nacimiento humilde. Detrás de un suceso pequeño y cotidiano, dentro de uno de los imperios más grandes que el mundo ha conocido, se escondía el propósito salvífico de Dios.

Ese fue uno de esos momentos en los que la realidad parece contradecir lo que Dios ha dicho. Usted y yo vivimos ese tipo de momentos constantemente. Como cristianos se nos ha dicho que somos santos, pero nadie mejor que nosotros sabe cuan pecadores somos. También se nos ha dicho que el creyente vive vida abundante en Cristo, pero cuantas veces nos embarga la tristeza debido a las circunstancias y sentimos que la vida no es justa. ¡Pero gloria a Dios que el texto bíblico nos dice que Dios está presente en esas paradojas!

Si usted se siente pecador, ¡anímese! ¡Jesús compartió la mesa con publicanos y pecadores! Si siente que la vida le ha dado duro, ¡regocíjese! Los evangelios nos testifican que él vino a acompañar y dar esperanzas a los quebrantados de corazón. ¡El área más oscura de su ser no es inalcanzable para Dios! ¡Jesús nació en un pesebre! No se preocupe si le es difícil procesar esta palabra. El mismo texto nos dice que aún “María… guardaba todas estas cosas y las meditaba en su interior” (v. 19).

Jesús en la cruzEl evangelio de Cristo nos hace un llamado a la fe. La vida es incomprensible en más de un momento. Pero es importante que como creyentes estemos siempre conscientes de que Jesús no fue ajeno a lo que usted y yo vivimos día a día. Qué mejor ejemplo ilustra el sentimiento de abandono y la paradoja de la vida que nuestro Señor Jesús en la cruz. En Mt 27.26 Jesús clama a viva voz al Padre y le dice: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» Pero usted y yo sabemos que no fue así. No pudo haber resurrección si Dios no hubiese estado allí. Y se reveló ante nuestros ojos el acto más grande de amor que el mundo ha conocido jamás. Ese era verdaderamente el Hijo de Dios. Dios dio a su Hijo para salvarnos, para mostrarnos el camino de amor y verdad.

Finalmente podemos estar agradecidos. Dios no está lejos de nosotros. “Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había anunciado.” (v. 20) Ellos pudieron presenciar que, en efecto, había nacido Emanuel, «Dios con nosotros». Y porque nació en un pesebre sabemos que también lo hace en nuestra vida cuando le abrimos nuestro corazón con fe.


[1] Isabel Gómez Acebo, Lucas (Estella: Verbo Divino, 2008), 59.

[2] Rainer Dillmann y César A. Mora Paz, Comentario al evangelio de Lucas: Un comentario para la actividad pastoral (Estella: Verbo Divino, 2006), 61-62.

Los tres niveles de existencia (Kierkegaard)

Existe gente que nos hace reflexionar sobre la manera que dirigimos nuestra vida. Leyendo el libro Irrational Man: A Study in Existential Philosophy de William Barret me encontré con Sören Kierkegaard, hombre de una vida e interioridad fascinante y reconocido precursor de la filosofía existencialista. Si bien sería una idea excelente contar sobre su vida, quiero compartir más bien unas ideas suyas que pueden alumbrar nuestra conciencia. En particular, sus tres «etapas en el camino de la vida».

La primera etapa es la estética. El ejemplo perfecto de un esteta es el niño. Cuando se es esteta se vive únicamente para el presente, para el placer o dolor del momento. La persona en esta etapa busca insaciablemente el placer para sentirse vivo, lo que finalmente la sumergirá en la desesperación. Los momentos placenteros llegarán, pero desaparecerán tras el manto fugaz del tiempo. También se menciona al esteta intelectual, aquel que busca ser espectador de todo tiempo y existencia separado de la vida misma. Llegado el momento de ponernos serios sobre la vida, la actitud esteta no tiene por qué ser descartada, pero sí integrada de una manera balanceada a la etapa que viene a suplantarla: la ética.

La etapa ética es el momento en que el hombre se escoge a sí mismo y el tipo de vida que vivirá. El hombre toma esa decisión frente a la muerte, y sella con esa decisión la manera que vivirá la única vida que tiene y que tendrá. Un ejemplo de una persona ética sería un esposo. Un día tomó la decisión de unirse a otra persona para el resto de su vida. Día a día tendrá que reafirmar ese compromiso actuando de acuerdo a sus votos. En esta etapa la persona se rige por reglas universales y es guiada por el deber a hacer lo que se considera correcto.

La tercera etapa es la religiosa. Esta etapa es la afirmación del individuo sobre el colectivo o de lo particular sobre lo universal. El hombre religioso en ocasiones debe romper con la ética universal (la ética/moral social) por el llamamiento divino. Pero ese rompimiento con lo universal no es fácil, sino que se lleva a cabo con temor y temblor. «La regla de ética universal, precisamente porque es universal, no puede comprenderme totalmente, al individuo, en mi concreción» (Barrett, p. 167). El ejemplo que Kierkegaard da en el caso del hombre religioso es Abraham cuando Dios le pide sacrificar a su hijo Isaac. Existe una gran angustia, pues la ética universal dice que los padres deben preservar la vida de sus hijos, pero Esa Voz le pide el sacrificio de su hijo. Existe el temor de desobedecer a Dios y la duda de si esa voz realmente es la de Él. No existen seguridades, es una decisión o la otra. En la vida contemporánea usualmente no es algo bueno contra algo malo, sino bienes rivales donde estamos atados a hacer un mal de todos modos y nuestros motivos no son claros. Es en esa unicidad, en lo particular de nuestra existencia, que nos vemos obligados a trascender las reglas universales y actuar de acuerdo al corazón.

Espiritualidad: Un camino de transformación (3)

8. El camino espiritual de Oriente

Toda la búsqueda de los orientales consiste en construir un camino que le conduzca a una experiencia de totalidad. Se trata, como afirman ellos, de hacer una experiencia de no-dualidad. Que es tanto como decir: sentirse piedra, planta, animal, estrella…; en suma, sentirse universo. (p. 60)

El camino Occidental, nos dice Boff, busca hacia fuera (expandirse y conquistar el espacio). El camino Oriental busca hacia adentro (los deseos e intenciones), dirigiéndose al mismo corazón. La intención de ambos caminos es «crear en nosotros lo que tanto buscamos: un centro a partir del cual todo se ligue y religue, permitiéndonos vivir la totalidad» (p. 64).

9. Las religiones al servicio de la espiritualidad

Espiritualidad tiene que ver con experiencia, no con doctrina, ni con dogmas, ni con ritos, ni con celebraciones, que nos son más que caminos institucionales que pueden servirnos de ayuda en nuestra espiritualidad, pero que son posteriores a ésta. Han nacido de la espiritualidad y pueden contener la espiritualidad, pero no son la espiritualidad. Son agua encauzada, no la fuente del agua cristalina. (p. 67)

La mejor religión es aquella que consigue «encauzar la experiencia espiritual y llevarnos continuamente a beber de la fuente» (p. 67). La que no existe para manipular, infundir miedo y atrapar a los fieles, sino para transformar el interior, para sumir a las personas en el Misterio.

Ya el mundo está cansado de letra sobre Dios. Hoy necesitamos gentes «que hablen a partir de Dios, que hablen a Dios» (p. 69). El libro de Job nos presenta gente que habla sobre Dios. Al final Job responde a la experiencia de Dios afirmando el misterio. «Sólo te conocía de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento, echado en el polvo y la ceniza». La experiencia divina despeja toda duda y nos sumerge en Dios.

La vida, el proyecto infinito

“… el ser humano sólo se siente plenamente humano cuando trata de ser super-humano, pues entonces se vivencia a sí mismo como proyecto infinito…” –Leonardo Boff (Espiritualidad, p. 14)

El gran escritor ruso Lev Tolstói escribió un cuento corto llamado Cuánta tierra necesita un hombre en el que cuenta sobre la vida de un campesino llamado Pajom. Un día, mientras Pajom hablaba acerca de la buena vida de esos que viven en el campo, dijo: “¡La única pena es que disponemos de poca tierra! ¡Si tuviera toda la [tierra] que quisiera, no tendría miedo de nadie, ni siquiera del diablo!”. Lo que Pajom no sabía era que “[e]l diablo se había sentado detrás de la estufa y lo había escuchado todo”.

«De acuerdo ­––pensó el diablo––. Haremos una apuesta tú y yo: te daré mucha tierra y gracias a ella te tendré en mi poder.» Luego Pajom escuchó muchas buenas ofertas de tierras a la venta. Vez tras vez, al escuchar cada una de esas ofertas, él vendió todo lo que tenía y se mudó con su familia. Al final de la historia, Pajom llegó a una gente llamada los bashkirios, quienes le ofrecieron por un excelente precio toda la tierra que pudiese marcar desde que saliese el Sol hasta que se pusiese. Pajom se levantó temprano y comenzó a marcar un gran territorio para finalmente, cuando justo se ponía el Sol y llegaba a los bashkirios que lo esperaban, caer muerto por desgaste físico. Su vida valió lo grande del territorio que marcó y el territorio cobró su vida.

¿Cuántas veces nuestra meta máxima de la vida no ha sido algo puramente terrenal? O poniéndolo en los términos de Boff, ¿cuántas veces no hemos vivido como proyecto finito?

Existen personas cuya metas son puramente terrenales (ej. una casa, una relación, un empleo, una preparación académica, un sueldo, etc), que al lograr lo que se proponen sienten que algo falta. Y dada su insatisfacción se proponen otras metas igualmente terrenales y así andan la vida… insatisfechos.

Jesús dijo unas palabras muy importantes que deben servir de brújula para nosotros sus seguidores: »No amontonen riquezas aquí en la tierra, donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones entran a robar. Más bien amontonen riquezas en el cielo, donde la polilla no destruye ni las cosas se echan a perder ni los ladrones entran a robar. Pues donde esté tu riqueza, allí estará también tu corazón (Mateo 6:19-21).

Los que nos llamamos seguidores de Cristo creemos en la vida eterna, es decir, que inmediatamente después que muramos o al final de los tiempos nuestra vida continuará junto a Dios. Esa fe nos guía a depositar riquezas en las cosas que realmente importan.

¿Cómo amontonar riquezas en el cielo? –nos podemos preguntar. Una respuesta muy tradicional nos llevaría por los caminos de la oración, del conocimiento bíblico y de una comprometida asistencia a los servicios eclesiásticos. Pero, a pesar de que estos elementos son disciplinas esenciales dentro del cristianismo, estos no constituyen el grueso de nuestra riqueza celeste. La vida misma, en su cotidianidad e informalidad, en el ambiente hogareño y amistoso, en lugares hostiles e incómodos, con toda su complejidad. Ella es la que produce riquezas. Pero sólo con vivir no nos enriquecemos.

En las palabras de Jesús encontramos nuestro «imperativo categórico». El primer mandamiento de todos es: “Oye, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” Pero hay un segundo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Ningún mandamiento es más importante que éstos (Marcos 12:29-31).

Nuestra riqueza está en vivir amando a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, porque tenemos fe en que viviremos para siempre. Cuando entendemos esto nuestro pensamiento se vuelca a cosas totalmente mundanas. ¿Para qué trabajo? ¿Cómo trato a mi familia? ¿Tengo enemistades con alguna persona? ¿Ayudo al bienestar del planeta Tierra? ¿Cómo puedo ayudar a Juanito que se encuentra necesitado? ¿Cuál es el fin de mis estudios? ¿Cómo ayudo a construir mi país? ¿Qué debo cambiar para ser un mejor seguidor de Jesús?

Existe una satisfacción indescriptible cuando nuestro amor a Dios nos vuelca en servicio desprendido al prójimo y al mundo. Es en ese momento, cuando lo amamos todo, que nos sentimos plenamente humanos pues hacemos eso para lo que justamente fuimos creados: vivir plenamente esa interrelación con Dios y con todas las cosas. Dios nos ayude a que así sea hasta la eternidad.

A la desesperanza, metanoia

Amaneció. Como otros días nos levantamos, fuimos al baño, lavamos nuestras caras y nos dispusimos a realizar nuestras labores. Quién sabe cuantos días han sido así, viviendo el mismo ciclo, mirando nuestros rostros envejecer frente al espejo. Anocheció. A la cama otra vez. Cerramos nuestros ojos. Todo es negro. Tal vez veremos la luz del próximo día. Abrimos los ojos. Ya es de mañana.

Existen personas que viven en un ciclo interminable de desesperanza. Sus vidas no trascienden. No hay sentido a lo que hacen. Son «vidas muertas», gente que vive para morir y viven por vivir. Pasan el tiempo esperando la muerte y se lamentan por ello.

El libro de Sabiduría (libro deuterocanónico), en el capítulo 2, presenta el punto de vista de este tipo de personas. Para ellos la vida es corta, triste (v. 1) y carente de propósito (v. 2). Sus cuerpos desaparecerán y con ello también el recuerdo de que existieron (vv. 3-4). La muerte es irreversible. Después de muertos ya no regresarán a la vida (v. 5).

La respuesta de estos hombres a la desesperanza existencial que los abruma son los excesos. «¡Por eso, disfrutemos de los bienes presentes 
y gocemos de este mundo con todo el ardor de la juventud!» (v. 6). Su necesidad les invita a vicios, a una sexualidad desenfrenada, a la injusticia y a asesinatos (vv. 6-20).

Sin embargo, existen otras posibilidades ante la desesperanza de la vida. Agustín escribió: «Después de tantos sufrimientos, enfermedades, problemas y dolores, regresemos humildemente a ese Único Ser. Entremos a esa ciudad cuyos habitantes comparten en el Ser mismo».

Los seres humanos hemos intentado arreglarnos a nosotros mismos, hemos intentado ser nuestros propios dueños y ser auto-suficientes. Pero, como la historia atestigua, nuestro proyecto ha fracasado. Debemos ir más allá de nosotros. La desesperanza existencial que nos embarga no la podemos arreglar por nosotros mismos.

En respuesta a la desesperanza humana, los Padres de la Iglesia urgieron a la metanoia, «el gran ‘volverse’ de la mente y el corazón, y de toda nuestra percepción de la realidad». A esta Juan Clímaco la llamaba «la hija de la esperanza» y «la renuncia a la desesperación». Podemos preguntarnos: ¿Volverse a qué? ¿A quién? Volverse a Dios, al Único Ser, al que únicamente puede darnos vida.

Metanoia es una palabra griega frecuentemente utilizada en los Evangelios. Jesús nos hizo la invitación cuando dijo: «Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias» (Marcos 1:15).

Así que ya lo sabemos: a la desesperanza, metanoia.