7. El camino espiritual de Occidente
Occidente y Oriente han recorrido caminos diferentes en cuanto a la espiritualidad, pero no deben verse como opuestos sino como complementarios. El Occidente es «el camino de la comunión personal con Dios, que incluye todo». El Oriente es «el camino de la comunión con el todo, que incluye a Dios» (p. 47). Un abrazo entre ambas significaría la apertura a una «experiencia comprehensiva y totalizadora de Dios» (p. 48).
Boff no cree que un camino (Occidente u Oriente) sea mejor que el otro. En este sentido relata una conversación con el Dalai Lama en la que este último contestó una pregunta suya (¿cuál es la mejor religión?) diciéndole: «La mejor religión es la que te hace mejor» (p. 48).
En contra, pues, de lo que se asevera actualmente en los círculos más encumbrados y cerrados del Vaticano, no podemos afirmar que el cristianismo por sí solo posea el total y perfecto arsenal de los medios de salvación y sea el único camino querido por Dios para llegar a Él, pudiendo dispensarse del concurso de las demás religiones. Semejante afirmación, además de arrogante, es teológicamente errónea, porque todo el océano divino no puede ser contenido por nuestro reducido recipiente, y toda la grandeza de Dios no se agota en nuestros pobres discursos. (p. 49)
Cuando estudiamos el camino espiritual de Occidente nos damos cuenta que está determinado por la experiencia judeo-cristiana. El Dios que se manifiesta en esa experiencia es personal y dialogal. A partir de ese encuentro con Dios el ser humano se conoce a sí mismo. Ese diálogo amoroso que se desarrolla entre Dios y el hombre se asemeja a un proceso de enamoramiento. «En esta experiencia nos sentimos radicalmente humanos, y no conseguimos pensar la felicidad y la eternidad si no es como prolongación infinita de dicha experiencia llena de sentido» (p. 51). Los místicos San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila y el Maestro Eckhart son citados como ejemplos de personas que han experimentado a Dios de esta manera.
En este capítulo Boff define el concepto panenteísmo, «que significa que Dios está en todas las cosas, y todas las cosas en Dios» (p. 53). No es lo mismo que el panteísmo, que iguala a Dios y al mundo sin diferencia. Bajo esta perspectiva panenteísta la realidad se transfigura y el universo se convierte en un gran sacramento. Dios no está lejos, más bien dentro en el corazón. Se hace un llamado a una fe vigorosa, una fe que ve a Dios aún en las contradicciones de la vida. Todo está en Dios.