«Soy permeable.»

Bob EsponjaAnteriormente discutíamos sobre el deseo mimético, teoría de René Girard que afirma que nuestros deseos surgen por imitación. Hoy continuamos desarrollando el tema, según expuesto en Compassion or Apocalypse?: A Comprehensible Guide to the Thought of René Girard de James Warren (Edición Kindle).

El deseo mimético nos dice que copiamos nuestros deseos de los demás, no de todos, sino de ciertos otros. ¿Cuál es la función de esa imitación consciente/inconsciente? Warren nos dice que “Siempre estamos en búsqueda del deseo del otro: este es nuestro mapa, nuestra pista para encontrar nuestro camino en el mundo humano de la cultura y la civilización.” (Posición 365) Encontramos en el deseo del otro el ímpetu para movernos hacia un lugar u otro en el mundo.

La llamada “mentira romántica” consiste en pensar que somos nosotros los que originamos nuestro propio deseo. Se conoce una famosa afirmación del César que expresa de manera clara este romanticismo engañador: “Vine, vi y vencí.” El proceso implícito es este: “Vine, vi y deseé.” Esto supone el encuentro con un objeto, una apreciación individual de sus buenas características y, entonces, el surgimiento del deseo, que lleva entonces a la apropiación del objeto. El César, de manera independiente, deseó y se apropió de lo que quería.

En realidad, Julio César deseó lo que aprendió a desear, él deseó lo que copió de algún tercero por mímesis. A aquel de quien copiamos nuestro deseo se le llama «modelo» o «mediador». Al proceso por el cual se comunica un deseo de una persona a otra lo llamamos «mediación». El deseo puede ser transmitido por una persona o por un personaje ficticio (e.g., literatura). El deseo puede ser por un objeto particular (ramo de rosas) o por cierto tipo de objeto (flores amarillas). En el caso del César sabemos que tuvo a Alejandro Magno y a la tradición homérica por modelos en relación a sus deseos de conquista.

Niños peleando por jugueteComo muchas veces cedemos al “mito romántico” hacemos de nuestro deseo una prioridad sobre el de los demás. Viene a mi mente la expresión “¡Yo lo vi primero!”, cuando de pequeño exigía mi derecho sobre algún objeto a algún amigo. El mito del deseo alimenta nuestra independencia. Reconocer que nuestro deseo fluye por canales que hemos aprendido a recorrer, que en realidad se origina en otra persona (que puede, incluso, ser un rival) puede ser humillante y debilitar nuestra causa. Es más fácil reconocer (a otros y a nosotros mismos) que nuestro deseo proviene de un personaje de la antigüedad que de alguien que consideramos nuestro igual o inferior.

Escribiendo esto no dejo de pensar en mi esposa y en lo mucho que pudo tener que ver mi mamá en ello. Mi mamá es una persona que considero de carácter fuerte, trabajadora y muy vertical en sus cosas. Por alguna razón bromeaba con mis amigos en la Escuela Superior diciéndoles que quería como novia/esposa a “una mujer que me dominara”. Cuando conocí a la que ahora es mi esposa, recuerdo que una de las cosas que me gustó de ella fue su seriedad, su verticalidad y su esfuerzo. Admito que mi empresa de conquista amorosa se hubiese debilitado considerablemente si le hubiese dicho: “Me gustas porque te pareces a mi mamá.” Ahora que conozco del deseo mimético no puedo negar que tal vez mi mamá haya sido un modelo importante.

esponja“Soy permeable.” (Posición 425) Esa expresión me gustó mucho. Warren afirma que nuestro sentido del «yo» se construye en imitación de otros. Podríamos decir que aquellos que nos han servido de modelos están en nosotros, y nosotros en ellos. No nos poseemos, no somos seres contenidos en nosotros mismos. A esto Girard y Oughourlian lo llamaban «interdividualidad». Yo lo llamaría una expresión de la interrelación de todas las cosas.

¡Samaritanos! ¡Pónganse de pie! ¡Siguen siendo amados!

Buen samaritano

En la vida nos encontramos con personas que, ya por experiencias vividas o por tradición, tratamos con desdén. En ocasiones ni nos damos cuenta de la actitud ofensiva y defensiva que tenemos ante ciertas personas. Hoy afirmaremos que el testimonio bíblico, en particular la vida de Jesús, nos llama a un trato más humano al prójimo que rechazamos y juzgamos, cualquiera sea la razón. Analizaremos el caso del pueblo samaritano en relación a los judíos y el trato de Jesús a este grupo.

Debemos comenzar por la pregunta obvia: ¿quiénes eran los samaritanos? La procedencia de los samaritanos y la razón fundante de su conflicto con los judíos no están claras. Probablemente los samaritanos eran medio judíos, pero otros explican su procedencia de cinco grupos extranjeros que llegaron a territorio de Israel y se mezclaron con la población local. Ellos daban culto a Yahvé en un lugar diferente a los judíos, en las laderas de un monte llamado Garizín. Los samaritanos produjeron su propio Pentateuco (los primeros cinco libros de nuestra Biblia), hicieron su propia liturgia (culto) y su propia literatura. Su religión era sincretista, es decir, que mezclaba elementos de la religión local con otras religiones.

Los judíos y samaritanos afirmaban sus diferencias de tal manera que se odiaban mutuamente. Eclesiástico, un libro apócrifo o deuterocanónico de origen judío, habla así: “Hay dos naciones que aborrezco, y otra más que ni siquiera merece el nombre de nación: los habitantes de Seír, los filisteos y la estúpida gente que vive en Siquem.» (50.25-26). Un ejemplo del odio entre judíos y samaritanos en la vida de Jesús se encuentra en Lc 9.51-56. El v. 51 nos habla del momento que Jesús decide caminar hacia Jerusalén, donde moriría, resucitaría y luego ascendería a los cielos. El camino más corto para ir de Galilea a Jerusalén pasaba por Samaria. Debido al enfrentamiento, muchos preferían tomar otro camino para evitar el contacto. Jesús decidió tomar el camino que pasaba por Samaria, pero como iba a Jerusalén, el lugar de culto judío, fue rechazado por los samaritanos. ¿Cómo respondieron Jesús y sus discípulos? Ahí radica la enseñanza.

Tras Jesús ser rechazado en el pueblo samaritano, dos de sus discípulos, Santiago y Juan, los denominados “hijos del trueno” en Marcos, le dicen a Jesús: “Señor, ¿quieres que ordenemos que baje fuego del cielo y que acabe con ellos?” (v. 54). A Jesús no le gustó la pregunta y el texto nos dice que “Jesús se volvió y los reprendió” (v. 55). ¿Qué nos dice esto sobre nuestra propensión a juzgar a aquellos que no aceptan a Jesús? ¿Le ha subido a usted “la ira santa” que experimentaron los discípulos? Aunque sean samaritanos, aunque no reciban a Jesús, como a discípulos de Cristo no se nos ha dado la potestad de juzgar. Si alguien lo ordena, baja fuego y alguien muere, ¡sabemos que Jesús es inocente!

Otro pasaje que habla sobre los samaritanos es Lc 10.25-37. En él Jesús responde a las preguntas de un maestro de la ley. Entre ellas se encuentra “¿quién es mi prójimo?” (v. 29). Jesús procede entonces a contar una parábola de cómo un hombre (judío) fue gravemente herido por unos ladrones y cómo un sacerdote y un levita, por miedo a no contaminarse con un muerto, ignoran al herido al lado del camino (vv. 30-32). Lo interesante es que luego pasa un samaritano que, “al verlo, sintió compasión” (v. 33). Dice el texto que lo curó, lo cargó, le rentó un lugar, lo cuidó y se comprometió a pagar todos los gastos (vv. 34-35). Al final, Jesús no le respondió la pregunta al maestro de la ley, sino que le dijo que tenía que ser como el samaritano de la parábola. Jesús se negó a perpetuar el conflicto entre grupos. En su utilización del samaritano en la parábola Jesús afirmó la humanidad fundamental de este grupo. A veces podemos estar tan prejuiciados hacia cierta gente que no podemos ver ni una pisca de bondad en sus personas.

El último ejemplo se encuentra en Lc 17.11-19. Ahí nos encontramos a un grupo de leprosos que buscan la sanidad de Jesús, cosa que Jesús no les niega (vv. 12-14). Solo uno de ellos volvió “y se arrodilló delante de Jesús, inclinándose hasta el suelo para darle las gracias. Este hombre era de Samaria” (v. 16). Este ejemplo nos muestra que aún entre aquellos que podemos echar a un lado hay posibilidades de fe. Dios nos llama a todos. Todos somos amados por Dios.

¿Qué haremos, pues? Lo primero es identificar a los samaritanos de nuestra vida, de nuestro pueblo y de nuestro país. ¿Quiénes son los recipientes de nuestro odio (¡Dios lo reprenda!) y menosprecio? Esa es una asignación que cada uno de nosotros debe realizar diariamente. Luego imitemos la actitud de Jesús:

  1. No juzguemos porque esa persona o grupo no responda afirmativamente al llamado cristiano.
  2. No asumamos lo peor de ese prójimo odiado o menospreciado. Jesús utilizó a un samaritano como ejemplo de compasión y actitud desinteresada. En cada ser humano hay potencial de bien.
  3. Estemos abiertos a ser sorprendidos por la misericordia de Dios en aquellos que no creemos dignos de tal regalo. Después de todo, si seguimos a Pablo, “todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios” (Rm 3.23), incluidos nosotros.

Por lo tanto hermanos, al seguir a Jesús nos introducimos en el mandamiento fundamental del que nos habla 1 Jn 3, “que nos amemos unos a otros” (v. 11). Pero no lo pensemos en un sentido restrictivo, como si fuese un amor reservado para los hermanos en la fe. Jesús nos dice en Lc 6.27-42:

27 »Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, 28 bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los insultan. 29 Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra; y si alguien te quita la capa, déjale que se lleve también tu camisa. 30 A cualquiera que te pida algo, dáselo, y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames. 31 Hagan ustedes con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes.

32 »Si ustedes aman solamente a quienes los aman a ustedes, ¿qué hacen de extraordinario? Hasta los pecadores se portan así. 33 Y si hacen bien solamente a quienes les hacen bien a ustedes, ¿qué tiene eso de extraordinario? También los pecadores se portan así. 34 Y si dan prestado sólo a aquellos de quienes piensan recibir algo, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores se prestan unos a otros, esperando recibir unos de otros. 35 Ustedes deben amar a sus enemigos, y hacer bien, y dar prestado sin esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa, y ustedes serán hijos del Dios altísimo, que es también bondadoso con los desagradecidos y los malos. 36 Sean ustedes compasivos, como también su Padre es compasivo.

37 »No juzguen a otros, y Dios no los juzgará a ustedes. No condenen a otros, y Dios no los condenará a ustedes. Perdonen, y Dios los perdonará. 38 Den a otros, y Dios les dará a ustedes. Les dará en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes.»

39 Jesús les puso esta comparación: «¿Acaso puede un ciego servir de guía a otro ciego? ¿No caerán los dos en algún hoyo? 40 Ningún discípulo es más que su maestro: cuando termine sus estudios llegará a ser como su maestro.

41 »¿Por qué te pones a mirar la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no te fijas en el tronco que tienes en el tuyo? 42 Y si no te das cuenta del tronco que tienes en tu propio ojo, ¿cómo te atreves a decir a tu hermano: “Hermano, déjame sacarte la astilla que tienes en el ojo”? ¡Hipócrita!, saca primero el tronco de tu propio ojo, y así podrás ver bien para sacar la astilla que tiene tu hermano en el suyo.

¡Así nos ayude Dios!

Lo que Pablo perdió (2)

El libro Spirituality According to Paul: Imitating the Apostle of Christ está estupendo, tanto así que ya quiero pasar de tema. Debo, sin embargo, culminar lo que ya empecé. Discutíamos anteriormente el capítulo uno titulado Foolish Death: Suffering the Loss of All Things y hablábamos sobre lo que Pablo perdió cuando se encontró con Jesús de camino a Damasco.

Identidad

Pablo era un judío muy fiel a sus costumbres. Pero su identidad sufrió un cambio cuando Jesús se le apareció. De donde venía, lo que había logrado en su religión y lo que los demás opinasen de él ya no le importó. Él mismo lo dice:

Me circuncidaron cuando tenía ocho días de nacido, soy israelita y pertenezco a la tribu de Benjamín. Soy hebreo y mis padres también fueron hebreos. La ley era muy importante para mí, pues yo era fariseo. Estaba tan dedicado a la ley y las tradiciones de mi pueblo que perseguía a la iglesia, y nadie podía reprocharme nada porque siempre obedecía la ley.

En esa época pensaba que todo eso era muy valioso, pero gracias a Cristo, ahora sé que eso no tiene ningún valor. Es más, creo que nada vale la pena comparado con el invaluable bien de conocer a Jesucristo, mi Señor. Por Cristo he abandonado todo lo que creía haber alcanzado. Ahora considero que todo aquello era basura con tal de lograr a Cristo. (Filipenses 3.5-8 PDT)

Reeves nos hace una estupenda aclaración que creo debemos prestarle gran atención. Muchos de nosotros hemos caído en uno de estos errores que él explica.

“Aquí es donde debemos ser muy claros sobre lo que Pablo no está diciendo. Pablo no veía “perder para ganar” como una estrategia de inversión. “Sacrificaré esto para obtener más de lo mismo” (el mantra del evangelio de la prosperidad). Él no daba para obtener. Él no echó a un lado sus privilegios judíos para ganar privilegios cristianos (él sacrificó esos también, 1 Cor 9.3-18). Tampoco Pablo contó los beneficios de la vida crucificada como el pago por dejar lo que le importaba más. Su experiencia de Cristo no funcionaba de esa manera: “Dejaré esto por Cristo para obtener más de lo que deseo.” No. En realidad, para Pablo justamente lo opuesto sucedió: desde la cristofanía hasta su muerte, Pablo encontró que ganar a Cristo le llevaba a perder su vida. Mientras más él se conformaba a la imagen de Cristo, más el reconocía su pérdida como ganancia. Pablo no estaba perdiendo para ganar más. Él veía su pérdida como ganancia. Y la única manera que él podía verlo de esa manera era debido a la cruz de Cristo. La cruz convirtió la pérdida en ganancia, la vergüenza en honor, la muerte en vida. La vida crucificada giró el mundo patas arriba, lo que hizo perfecto sentido para Pablo. Si la muerte es lo peor que puede suceder, pero la mejor cosa que le puede a un creyente en Cristo, entonces ninguna tragedia puede aplastar el bien, ninguna muerte puede echar a perder la vida, ninguna pérdida puede borrar lo que es ganado––especialmente ya que la pérdida es ganancia. Mientras más Pablo perdió su vida, más la encontró. El sacrificio hace eso. Mientras más sacrificamos más realizamos qué es importante. En efecto, los sacrificios revelan qué importa más.”¹ (traducción mía)

***

1. Rodney Reeves, Spirituality According to Paul: Imitating the Apostle of Christ (InterVarsity Press, 2011), 28-29.

Lo que Pablo perdió (1)

Seguimos discutiendo el libro Spirituality According to Paul: Imitating the Apostle of Christ (InterVarsity Press, 2011) de Rodney Reeves. Las próximas entradas estarán dedicadas a discutir el capítulo uno, Foolish Death: Suffering the Loss of All Things.

Terminábamos la entrada pasada preguntándonos qué perdimos cuando nos encontramos con Jesús. «Si vamos a imitar a Pablo, tal vez él nos ayude a entender qué perdimos cuando ganamos a Cristo» –nos dice Reeves.

Perdimos el derecho a la presunción

Como antiguo fariseo, «Pablo acostumbraba presumir de su linaje, su religión, su pasión por “la causa,” de cómo siempre tenía la razón». Pero el encuentro en el camino a Damasco enterró todas sus pretensiones. Quién él era ya no importaba. Todo aquello que le daba estatus ya no valía más. De lo único que Pablo pudo presumir luego de la cristofanía fue de la cruz. La cruz de Cristo le recordaba «su propia debilidad, su propia insuficiencia, lo equivocado podía estar».

«Lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su resurrección y la solidaridad en sus sufrimientos; haciéndome semejante a él en su muerte» –dijo Pablo en Filipenses 3:10. Y esa muerte redentora de Cristo en la cruz viró el mundo al revés. Específicamente, anuló las pretensiones de Pablo de decir que estaba bien en su propia opinión.

Reeves hace una gran afirmación: «la cruz debe hacernos reticentes en declarar quién es maldecido por Dios». Vemos los desastres personales de personas y nos preguntamos qué hicieron para merecerlo. Vemos desastres en países como Haití y se escuchan cristianos afirmando que fueron castigados por su pecado. Irónicamente no nos expresamos igual sobre Jesús. Al contrario, hablamos de la muerte de Jesús como el amor de Dios por nosotros.

«De hecho, a causa de la cruz, los cristianos sostienen la idea absurda que las maldiciones deben ser aceptadas como bendiciones, que en la muerte injusta de Jesús es donde encontramos justificación, que la culpa es irrelevante a los propósitos de Dios y que los días oscuros son signos del favor divino.»

Pablo acogió en sí al Cristo crucificado, de manera que la maldición en realidad era bendición y la debilidad, fortaleza. El orgullo dio paso a la humildad, la que Pablo exaltó como virtud. «Si de algo hay que gloriarse, me gloriaré de las cosas que demuestran mi debilidad» (2 Corintios 11:30). «La cruz de Cristo no solamente explicaba un mundo roto; sino que también corrigió un mundo roto.»

¿Cómo cambiaría tu vida si perseguir la cruz de Cristo fuera el propósito de la vida cristiana?

¿Perdiste tus presunciones cuando te encontraste con Jesús?

Los tres niveles de existencia (Kierkegaard)

Existe gente que nos hace reflexionar sobre la manera que dirigimos nuestra vida. Leyendo el libro Irrational Man: A Study in Existential Philosophy de William Barret me encontré con Sören Kierkegaard, hombre de una vida e interioridad fascinante y reconocido precursor de la filosofía existencialista. Si bien sería una idea excelente contar sobre su vida, quiero compartir más bien unas ideas suyas que pueden alumbrar nuestra conciencia. En particular, sus tres «etapas en el camino de la vida».

La primera etapa es la estética. El ejemplo perfecto de un esteta es el niño. Cuando se es esteta se vive únicamente para el presente, para el placer o dolor del momento. La persona en esta etapa busca insaciablemente el placer para sentirse vivo, lo que finalmente la sumergirá en la desesperación. Los momentos placenteros llegarán, pero desaparecerán tras el manto fugaz del tiempo. También se menciona al esteta intelectual, aquel que busca ser espectador de todo tiempo y existencia separado de la vida misma. Llegado el momento de ponernos serios sobre la vida, la actitud esteta no tiene por qué ser descartada, pero sí integrada de una manera balanceada a la etapa que viene a suplantarla: la ética.

La etapa ética es el momento en que el hombre se escoge a sí mismo y el tipo de vida que vivirá. El hombre toma esa decisión frente a la muerte, y sella con esa decisión la manera que vivirá la única vida que tiene y que tendrá. Un ejemplo de una persona ética sería un esposo. Un día tomó la decisión de unirse a otra persona para el resto de su vida. Día a día tendrá que reafirmar ese compromiso actuando de acuerdo a sus votos. En esta etapa la persona se rige por reglas universales y es guiada por el deber a hacer lo que se considera correcto.

La tercera etapa es la religiosa. Esta etapa es la afirmación del individuo sobre el colectivo o de lo particular sobre lo universal. El hombre religioso en ocasiones debe romper con la ética universal (la ética/moral social) por el llamamiento divino. Pero ese rompimiento con lo universal no es fácil, sino que se lleva a cabo con temor y temblor. «La regla de ética universal, precisamente porque es universal, no puede comprenderme totalmente, al individuo, en mi concreción» (Barrett, p. 167). El ejemplo que Kierkegaard da en el caso del hombre religioso es Abraham cuando Dios le pide sacrificar a su hijo Isaac. Existe una gran angustia, pues la ética universal dice que los padres deben preservar la vida de sus hijos, pero Esa Voz le pide el sacrificio de su hijo. Existe el temor de desobedecer a Dios y la duda de si esa voz realmente es la de Él. No existen seguridades, es una decisión o la otra. En la vida contemporánea usualmente no es algo bueno contra algo malo, sino bienes rivales donde estamos atados a hacer un mal de todos modos y nuestros motivos no son claros. Es en esa unicidad, en lo particular de nuestra existencia, que nos vemos obligados a trascender las reglas universales y actuar de acuerdo al corazón.

Espiritualidad: Un camino de transformación (2)

7. El camino espiritual de Occidente

Occidente y Oriente han recorrido caminos diferentes en cuanto a la espiritualidad, pero no deben verse como opuestos sino como complementarios. El Occidente es «el camino de la comunión personal con Dios, que incluye todo». El Oriente es «el camino de la comunión con el todo, que incluye a Dios» (p. 47). Un abrazo entre ambas significaría la apertura a una «experiencia comprehensiva y totalizadora de Dios» (p. 48).

Boff no cree que un camino (Occidente u Oriente) sea mejor que el otro. En este sentido relata una conversación con el Dalai Lama en la que este último contestó una pregunta suya (¿cuál es la mejor religión?) diciéndole: «La mejor religión es la que te hace mejor» (p. 48).

En contra, pues, de lo que se asevera actualmente en los círculos más encumbrados y cerrados del Vaticano, no podemos afirmar que el cristianismo por sí solo posea el total y perfecto arsenal de los medios de salvación y sea el único camino querido por Dios para llegar a Él, pudiendo dispensarse del concurso de las demás religiones. Semejante afirmación, además de arrogante, es teológicamente errónea, porque todo el océano divino no puede ser contenido por nuestro reducido recipiente, y toda la grandeza de Dios no se agota en nuestros pobres discursos. (p. 49)

Cuando estudiamos el camino espiritual de Occidente nos damos cuenta que está determinado por la experiencia judeo-cristiana. El Dios que se manifiesta en esa experiencia es personal y dialogal. A partir de ese encuentro con Dios el ser humano se conoce a sí mismo. Ese diálogo amoroso que se desarrolla entre Dios y el hombre se asemeja a un proceso de enamoramiento. «En esta experiencia nos sentimos radicalmente humanos, y no conseguimos pensar la felicidad y la eternidad si no es como prolongación infinita de dicha experiencia llena de sentido» (p. 51). Los místicos San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila y el Maestro Eckhart son citados como ejemplos de personas que han experimentado a Dios de esta manera.

En este capítulo Boff define el concepto panenteísmo, «que significa que Dios está en todas las cosas, y todas las cosas en Dios» (p. 53). No es lo mismo que el panteísmo, que iguala a Dios y al mundo sin diferencia. Bajo esta perspectiva panenteísta la realidad se transfigura y el universo se convierte en un gran sacramento. Dios no está lejos, más bien dentro en el corazón. Se hace un llamado a una fe vigorosa, una fe que ve a Dios aún en las contradicciones de la vida. Todo está en Dios.

Mándales los osos

“Si alguien te critica mándales los osos.” –eso escuché hoy de una «apóstol» muy reconocida del país. Ella se encontraba discutiendo parte de la historia del profeta Eliseo que se encuentra en 2 Reyes 2:23-25. El pasaje dice así:

Después Eliseo se fue de allí a Betel. Cuando subía por el camino, un grupo de muchachos de la ciudad salió y comenzó a burlarse de él. Le gritaban: «¡Sube, calvo! ¡Sube, calvo!»

Eliseo se volvió hacia ellos, los miró y los maldijo en el nombre del Señor. Al instante salieron dos osos del bosque y despedazaron a cuarenta y dos de ellos. Luego Eliseo se fue al monte Carmelo, y de allí regresó a Samaria.

De ahí se desprende, nos cuenta la «apóstol», que el cristiano tiene un poder para vencer sobre las críticas y las burlas. Si alguien critica nuestra proclamación nuestra postura debe ser la de la guerra. Debemos utilizar la «unción» de Dios para que esos que nos critican sean avergonzados. “Si alguien te critica mándales los osos.” “Con los hijos de Dios nadie se mete” –dice una canción que sería el acompañante perfecto para un mensaje como este.

Tal aplicación del pasaje hubiese sido excelente a no ser por un minúsculo detalle: no somos discípulos de Eliseo. Y es que parece ser que a los cristianos a veces se les olvida que son cristianos. Parece ser que a los cristianos se les olvida que Jesús hizo las cosas diferente al resto. Parece ser que a los cristianos se les olvida que servimos a un Dios que se humilló hasta lo sumo, hasta una muerte de cruz. Parece ser que a los cristianos se les olvida que si hemos de leer la Biblia de un modo cristiano hay que interpretarla a la luz del mensaje y la vida de Cristo. Él es el Verbo, la Palabra de Dios.

A mi parecer uno de los mensajes más claros del ministerio de Jesus es que en el Reino de Dios no cabe la venganza retributiva. Contrario a como se hacía en tiempos antiguos, Jesús nos reveló que en la humillación total está la grandeza. ¿Cómo es posible que los cristianos quieran adoptar una posición de guerra ante la crítica y oposición cuando su líder “fue oprimido y humillado” y se dice que “no abrió la boca”? ¿Por qué ser leones si nuestro Salvador fue un cordero? Se pueden buscar varios textos bíblicos de referencia, pero estos dos que les presento bastarán:

»Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente.” Pero yo les digo: No resistas al que te haga algún mal; al contrario, si alguien te pega en la mejilla derecha, ofrécele también la otra. Si alguien te demanda y te quiere quitar la camisa, déjale que se lleve también tu capa. Si te obligan a llevar carga una milla, llévala dos. A cualquiera que te pida algo, dáselo; y no le vuelvas la espalda al que te pida prestado. (Mateo 5:38-42)

Cuando ya se acercaba el tiempo en que Jesús había de subir al cielo, emprendió con valor su viaje a Jerusalén. Envió por delante mensajeros, que fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque se daban cuenta de que se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron:

—Señor, ¿quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos?

Pero Jesús se volvió y los reprendió. (Lucas 9:51-55)

Me ofende que las plataformas ¿cristianas? estén siendo utilizadas para predicar la guerra en vez de la paz. ¿Dónde están los seguidores de aquel que se sentó entre pecadores y les amó? ¿De aquél que dejó la gloria para morir por un mundo pecador? ¿Donde están los imitadores de aquel que en la humillación más extrema buscó la paz? ¡Señor!, ¿hasta cuando no serás el centro de la Iglesia Cristiana? ¿Cuando se predicará tu mensaje y tu vida?

Cuando mandamos los osos hacemos como si Jesús nunca hubiese venido.