En la vida nos encontramos con personas que, ya por experiencias vividas o por tradición, tratamos con desdén. En ocasiones ni nos damos cuenta de la actitud ofensiva y defensiva que tenemos ante ciertas personas. Hoy afirmaremos que el testimonio bíblico, en particular la vida de Jesús, nos llama a un trato más humano al prójimo que rechazamos y juzgamos, cualquiera sea la razón. Analizaremos el caso del pueblo samaritano en relación a los judíos y el trato de Jesús a este grupo.
Debemos comenzar por la pregunta obvia: ¿quiénes eran los samaritanos? La procedencia de los samaritanos y la razón fundante de su conflicto con los judíos no están claras. Probablemente los samaritanos eran medio judíos, pero otros explican su procedencia de cinco grupos extranjeros que llegaron a territorio de Israel y se mezclaron con la población local. Ellos daban culto a Yahvé en un lugar diferente a los judíos, en las laderas de un monte llamado Garizín. Los samaritanos produjeron su propio Pentateuco (los primeros cinco libros de nuestra Biblia), hicieron su propia liturgia (culto) y su propia literatura. Su religión era sincretista, es decir, que mezclaba elementos de la religión local con otras religiones.
Los judíos y samaritanos afirmaban sus diferencias de tal manera que se odiaban mutuamente. Eclesiástico, un libro apócrifo o deuterocanónico de origen judío, habla así: “Hay dos naciones que aborrezco, y otra más que ni siquiera merece el nombre de nación: los habitantes de Seír, los filisteos y la estúpida gente que vive en Siquem.» (50.25-26). Un ejemplo del odio entre judíos y samaritanos en la vida de Jesús se encuentra en Lc 9.51-56. El v. 51 nos habla del momento que Jesús decide caminar hacia Jerusalén, donde moriría, resucitaría y luego ascendería a los cielos. El camino más corto para ir de Galilea a Jerusalén pasaba por Samaria. Debido al enfrentamiento, muchos preferían tomar otro camino para evitar el contacto. Jesús decidió tomar el camino que pasaba por Samaria, pero como iba a Jerusalén, el lugar de culto judío, fue rechazado por los samaritanos. ¿Cómo respondieron Jesús y sus discípulos? Ahí radica la enseñanza.
Tras Jesús ser rechazado en el pueblo samaritano, dos de sus discípulos, Santiago y Juan, los denominados “hijos del trueno” en Marcos, le dicen a Jesús: “Señor, ¿quieres que ordenemos que baje fuego del cielo y que acabe con ellos?” (v. 54). A Jesús no le gustó la pregunta y el texto nos dice que “Jesús se volvió y los reprendió” (v. 55). ¿Qué nos dice esto sobre nuestra propensión a juzgar a aquellos que no aceptan a Jesús? ¿Le ha subido a usted “la ira santa” que experimentaron los discípulos? Aunque sean samaritanos, aunque no reciban a Jesús, como a discípulos de Cristo no se nos ha dado la potestad de juzgar. Si alguien lo ordena, baja fuego y alguien muere, ¡sabemos que Jesús es inocente!
Otro pasaje que habla sobre los samaritanos es Lc 10.25-37. En él Jesús responde a las preguntas de un maestro de la ley. Entre ellas se encuentra “¿quién es mi prójimo?” (v. 29). Jesús procede entonces a contar una parábola de cómo un hombre (judío) fue gravemente herido por unos ladrones y cómo un sacerdote y un levita, por miedo a no contaminarse con un muerto, ignoran al herido al lado del camino (vv. 30-32). Lo interesante es que luego pasa un samaritano que, “al verlo, sintió compasión” (v. 33). Dice el texto que lo curó, lo cargó, le rentó un lugar, lo cuidó y se comprometió a pagar todos los gastos (vv. 34-35). Al final, Jesús no le respondió la pregunta al maestro de la ley, sino que le dijo que tenía que ser como el samaritano de la parábola. Jesús se negó a perpetuar el conflicto entre grupos. En su utilización del samaritano en la parábola Jesús afirmó la humanidad fundamental de este grupo. A veces podemos estar tan prejuiciados hacia cierta gente que no podemos ver ni una pisca de bondad en sus personas.
El último ejemplo se encuentra en Lc 17.11-19. Ahí nos encontramos a un grupo de leprosos que buscan la sanidad de Jesús, cosa que Jesús no les niega (vv. 12-14). Solo uno de ellos volvió “y se arrodilló delante de Jesús, inclinándose hasta el suelo para darle las gracias. Este hombre era de Samaria” (v. 16). Este ejemplo nos muestra que aún entre aquellos que podemos echar a un lado hay posibilidades de fe. Dios nos llama a todos. Todos somos amados por Dios.
¿Qué haremos, pues? Lo primero es identificar a los samaritanos de nuestra vida, de nuestro pueblo y de nuestro país. ¿Quiénes son los recipientes de nuestro odio (¡Dios lo reprenda!) y menosprecio? Esa es una asignación que cada uno de nosotros debe realizar diariamente. Luego imitemos la actitud de Jesús:
- No juzguemos porque esa persona o grupo no responda afirmativamente al llamado cristiano.
- No asumamos lo peor de ese prójimo odiado o menospreciado. Jesús utilizó a un samaritano como ejemplo de compasión y actitud desinteresada. En cada ser humano hay potencial de bien.
- Estemos abiertos a ser sorprendidos por la misericordia de Dios en aquellos que no creemos dignos de tal regalo. Después de todo, si seguimos a Pablo, “todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios” (Rm 3.23), incluidos nosotros.
Por lo tanto hermanos, al seguir a Jesús nos introducimos en el mandamiento fundamental del que nos habla 1 Jn 3, “que nos amemos unos a otros” (v. 11). Pero no lo pensemos en un sentido restrictivo, como si fuese un amor reservado para los hermanos en la fe. Jesús nos dice en Lc 6.27-42:
27 »Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, 28 bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los insultan. 29 Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra; y si alguien te quita la capa, déjale que se lleve también tu camisa. 30 A cualquiera que te pida algo, dáselo, y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames. 31 Hagan ustedes con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes.
32 »Si ustedes aman solamente a quienes los aman a ustedes, ¿qué hacen de extraordinario? Hasta los pecadores se portan así. 33 Y si hacen bien solamente a quienes les hacen bien a ustedes, ¿qué tiene eso de extraordinario? También los pecadores se portan así. 34 Y si dan prestado sólo a aquellos de quienes piensan recibir algo, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores se prestan unos a otros, esperando recibir unos de otros. 35 Ustedes deben amar a sus enemigos, y hacer bien, y dar prestado sin esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa, y ustedes serán hijos del Dios altísimo, que es también bondadoso con los desagradecidos y los malos. 36 Sean ustedes compasivos, como también su Padre es compasivo.
37 »No juzguen a otros, y Dios no los juzgará a ustedes. No condenen a otros, y Dios no los condenará a ustedes. Perdonen, y Dios los perdonará. 38 Den a otros, y Dios les dará a ustedes. Les dará en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes.»
39 Jesús les puso esta comparación: «¿Acaso puede un ciego servir de guía a otro ciego? ¿No caerán los dos en algún hoyo? 40 Ningún discípulo es más que su maestro: cuando termine sus estudios llegará a ser como su maestro.
41 »¿Por qué te pones a mirar la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no te fijas en el tronco que tienes en el tuyo? 42 Y si no te das cuenta del tronco que tienes en tu propio ojo, ¿cómo te atreves a decir a tu hermano: “Hermano, déjame sacarte la astilla que tienes en el ojo”? ¡Hipócrita!, saca primero el tronco de tu propio ojo, y así podrás ver bien para sacar la astilla que tiene tu hermano en el suyo.
¡Así nos ayude Dios!