Invitación a la alegría

Epifanía

…la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo sobre el lugar donde estaba el Niño. Cuando vieron la estrella, se regocijaron sobremanera con gran alegría. Y entrando en la casa, vieron al Niño con su madre María, y postrándose le adoraron; y abriendo sus tesoros le presentaron obsequios de oro, incienso y mirra. (Mateo 2.9-11 LBLA)

El nuevo año comienza tras una gran alegría: la iglesia recuerda el nacimiento de nuestro salvador el día de Navidad. La natividad de Jesús es para los creyentes fuente de regocijo pues nos dice que Dios no es indiferente a la humanidad, sino todo lo contrario. A pesar de una humanidad indiferente al amor, la paz y la justicia, Dios quiso darse a nosotros como humano y camino de salvación. Sin nosotros haberlo merecido Dios ha salido a nuestro encuentro.

La alegría que supone el encuentro con el salvador se celebra el día de hoy, el tradicional día de los tres reyes magos.[1] Quiero enfatizar algunos elementos en el texto de Mateo 2. En primer lugar, podemos afirmar la gratuidad divina en su deseo de revelarse a todo el género humano. El salvador nació en medio del pueblo judío, pero en este texto se resalta que la revelación de Dios llegó también a los gentiles (los magos). En el Oriente se divisó “una estrella”, un fenómeno sobrenatural, que guió a este grupo de extranjeros hasta el encuentro con el salvador en su casa en Belén.

En segundo lugar, el encuentro con el salvador produce en el corazón una profunda alegría. Cuando los magos vieron que la estrella se detuvo sobre la casa del niño Jesús, Mateo describe vívidamente la reacción de los magos: “se regocijaron sobremanera con gran alegría”. Fue Dios quien les señaló el camino y los llevó hasta la casa del niño en Belén. La alegría surgió espontáneamente por haber culminado el camino y de encontrarse frente a la estrella que salió de Jacob (Nm 26.17).

Por último, la gracia divina produce en el corazón gratitud y adoración. En el caso de los magos, ellos dieron honor al rey cuyo nacimiento había sido anunciado en los cielos. En nuestro caso, el Dios vivo nos ha revelado al Cristo resucitado. Hoy, en medio de la alegría que nos abruma, nos comprometemos a servirle en nuestro prójimo necesitado y nuestro mundo amenazado.

Nos ayude Dios a ser fieles testigos de su revelación amorosa en Cristo Jesús y a sobreabundar en alegría. Amén.


[1] En el texto de Mateo, de donde surge la tradición, se trata de unos magos, i.e., astrólogos, astrónomos, estudiosos de los fenómenos celestes. En el texto no se define el número de los magos y tampoco se dice que eran reyes. Además, no hay mención de sus nombres. Todos estos detalles fueron añadidos por la tradición.

Creando buenas realidades

Zacarías con el ángel Gabriel

A inicios del evangelio de Lucas se relata la anunciación del nacimiento de Juan el Bautista. Hacen aparición Zacarías e Isabel, una pareja justa delante de Dios, en edad avanzada y sin hijos (1.6-7). Parece ser que el tener un hijo era el deseo de ellos, algo por lo que habían estado orando (cf. 1.13). Zacarías era sacerdote y un día que le tocaba servir en el Templo se le apareció el ángel Gabriel. Este le dijo: “No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará un hijo, a quien pondrás por nombre Juan. Te llenará de gozo y alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande ante el Señor.” (1.13-15) A pesar de lo sorprendente del evento, Zacarías dudó el anuncio hecho por el ángel y como señal quedó mudo hasta después de nacido el niño. Días después del encuentro entre Zacarías y el ángel, Isabel quedó embarazada. Ella se decía a sí misma: “El Señor ha hecho esto por mí cuanto ha tenido a bien quitar mi oprobio entre la gente.” (1.25) En Lc 1.57 nace el niño y la comunidad se alegra junto a Isabel del suceso. La opinión de la comunidad, que pensaba que una pareja estéril estaba bajo la maldición de Dios, cambió ante la realidad del suceso.

Todo niño judío debía circuncidarse a los ochos días de nacido. Lucas junta este evento con ponerle nombre al bebé (1.59). La gente quería que se llamara Zacarías, como su padre. Pero su madre dijo: “No; se ha de llamar Juan.” (1.60) En Lc 1.13 Gabriel le dijo a Zacarías que así se llamaría el niño. El padre, que ahora parecer estar también sordo, reafirma que se llamará Juan, que significa «Yahvé es favorable» (1.63). Al instante se le devolvió la voz, pues tuvo fe en las palabras que antes le fueron dichas. En el nombramiento de Juan estaban puestas las esperanzas de sus progenitores, que reafirmaban las palabras del ángel Gabriel: “[Juan] convertirá al Señor su Dios a muchos de los hijos de Israel e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para que los corazones de los padres se vuelvan a los hijos, y los rebeldes, a la prudencia de los justos; para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.” (Lc 1.16-17)

¿Qué significa mi nombre?Hace varios años me dio curiosidad por conocer si mi nombre tenía algún significado. Busqué y descubrí de una página en internet que mi nombre (Edgardo) es de origen germánico y significa “Que defiende con lanza su tierra”. No está mal… ¿Por qué surgió en mí ese deseo? Tal vez fue porque me encontraba en mi adolescencia y estaba en búsqueda del sentido de mi vida. Tal vez quería saber si el nombre que me pusieron mis padres fue ex nihilo, creado de la nada, o si podía aportar a quien era yo. Pero este mensaje no se trata sobre analizar nuestros nombres…

Cuando unos padres tienen a un niño recién nacido ven en él un futuro lleno de grandes posibilidades. ¿A dónde llegará?—se preguntan. Estuvieron nueve meses haciendo preparativos, pensando sobre el nombre que le van a poner y lo reciben con todo el amor del mundo. Ahora, la vida nunca ha sido, ni es, color de rosas. Esos niños crecen, las circunstancias cambian, se modifica nuestro carácter y, en ocasiones, se pierde la “magia” del nacimiento. De momento Juan, el que representaba para mí el favor de Dios al nacer, es un estorbo. Se ha descarrilado por caminos oscuros y es difícil seguirle el paso. Ya son pocas las palabras de amor y las caras graciosas que le poníamos cuando era bebé. Abundan las tensiones y discusiones. Yahvé es favorable con otra gente, pero no con Juan y su familia. La traducción que hacemos de su vida es: “Ese hijo mío está perdido.” “Mejor lo tengo lejos que cerca.” “Ese niño es un problema.”

Dedicación de niños a DiosEn la iglesia se da un ritual muy significativo para los padres y madres de infantes. Lo llamamos la “dedicación del niño al Señor”. A menudo la gente entiende esta práctica en un sentido mágico, como una garantía de bienestar, de que el chico o la chica tomarán el buen camino. Si somos consistentes y creemos en el libre albedrío, debemos sostener que el “chamaco” tomará su propia decisión cuando tenga la capacidad. Este rito no es tanto para el niño sino para quien lo presenta. La persona que dedica al niño o la niña hace un pacto delante de Dios de mostrarle un carácter cristiano a esa personita durante toda la vida y de darle amor para que crezca en bienestar. ¿O es que acaso después que los niños crecen dejan de ser hijos?

En la psicología existe un fenómeno que se denomina la «profecía auto-cumplida». El ejemplo por excelencia es este: A una maestra le asignaron un grupo de estudiantes por debajo del promedio pero le dijeron que eran los mejores estudiantes. A otra le asignaron un grupo con notas excelentes pero le dijeron que era un grupo pésimo. ¿Se imagina el resultado? El grupo “malo” mejoró sus notas dramáticamente mientras que el “bueno” las bajó. Todo lo determinó las ideas que tenían las maestras sobre sus grupos y el trato que le daban. Los estudiantes actuaron de acuerdo a las expectativas que se tenían de ellos. En nuestras relaciones de familia sucede igual.

Puede ser que sus hijos hayan fracasado en uno que otro asunto, que no se hayan encaminado por el lugar que se esperaba y que aún persistan en una actitud de rebeldía. La pregunta es: ¿qué nombre le asignará? Y hago otra pregunta: ¿dejará que las circunstancias decidan el futuro o pensará que el favor de Yahvé está consigo? Lo que Dios quiere hacer en su familia tiene mucho que ver con lo que diga y haga. Dicho de una manera más directa: Tú creas realidades, ya sea para bien o para mal.

A aquel que esté a nuestro lado pongámosle un nombre de bendición. Así como Isabel y Zacarías nombraron a Juan el Bautista basados en la fe en las palabras del ángel, así mismo nosotros nombremos a nuestros hijos con una esperanza que no se desvanezca. No abandonemos la esperanza cuando las cosas no vayan bien. Que siempre haya en nosotros la certeza de que Yahvé está de nuestro lado. Así nos ayude Dios, Amén.

Sermón dado en la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Maunabo el 16 de junio de 2013.

«Soy permeable.»

Bob EsponjaAnteriormente discutíamos sobre el deseo mimético, teoría de René Girard que afirma que nuestros deseos surgen por imitación. Hoy continuamos desarrollando el tema, según expuesto en Compassion or Apocalypse?: A Comprehensible Guide to the Thought of René Girard de James Warren (Edición Kindle).

El deseo mimético nos dice que copiamos nuestros deseos de los demás, no de todos, sino de ciertos otros. ¿Cuál es la función de esa imitación consciente/inconsciente? Warren nos dice que “Siempre estamos en búsqueda del deseo del otro: este es nuestro mapa, nuestra pista para encontrar nuestro camino en el mundo humano de la cultura y la civilización.” (Posición 365) Encontramos en el deseo del otro el ímpetu para movernos hacia un lugar u otro en el mundo.

La llamada “mentira romántica” consiste en pensar que somos nosotros los que originamos nuestro propio deseo. Se conoce una famosa afirmación del César que expresa de manera clara este romanticismo engañador: “Vine, vi y vencí.” El proceso implícito es este: “Vine, vi y deseé.” Esto supone el encuentro con un objeto, una apreciación individual de sus buenas características y, entonces, el surgimiento del deseo, que lleva entonces a la apropiación del objeto. El César, de manera independiente, deseó y se apropió de lo que quería.

En realidad, Julio César deseó lo que aprendió a desear, él deseó lo que copió de algún tercero por mímesis. A aquel de quien copiamos nuestro deseo se le llama «modelo» o «mediador». Al proceso por el cual se comunica un deseo de una persona a otra lo llamamos «mediación». El deseo puede ser transmitido por una persona o por un personaje ficticio (e.g., literatura). El deseo puede ser por un objeto particular (ramo de rosas) o por cierto tipo de objeto (flores amarillas). En el caso del César sabemos que tuvo a Alejandro Magno y a la tradición homérica por modelos en relación a sus deseos de conquista.

Niños peleando por jugueteComo muchas veces cedemos al “mito romántico” hacemos de nuestro deseo una prioridad sobre el de los demás. Viene a mi mente la expresión “¡Yo lo vi primero!”, cuando de pequeño exigía mi derecho sobre algún objeto a algún amigo. El mito del deseo alimenta nuestra independencia. Reconocer que nuestro deseo fluye por canales que hemos aprendido a recorrer, que en realidad se origina en otra persona (que puede, incluso, ser un rival) puede ser humillante y debilitar nuestra causa. Es más fácil reconocer (a otros y a nosotros mismos) que nuestro deseo proviene de un personaje de la antigüedad que de alguien que consideramos nuestro igual o inferior.

Escribiendo esto no dejo de pensar en mi esposa y en lo mucho que pudo tener que ver mi mamá en ello. Mi mamá es una persona que considero de carácter fuerte, trabajadora y muy vertical en sus cosas. Por alguna razón bromeaba con mis amigos en la Escuela Superior diciéndoles que quería como novia/esposa a “una mujer que me dominara”. Cuando conocí a la que ahora es mi esposa, recuerdo que una de las cosas que me gustó de ella fue su seriedad, su verticalidad y su esfuerzo. Admito que mi empresa de conquista amorosa se hubiese debilitado considerablemente si le hubiese dicho: “Me gustas porque te pareces a mi mamá.” Ahora que conozco del deseo mimético no puedo negar que tal vez mi mamá haya sido un modelo importante.

esponja“Soy permeable.” (Posición 425) Esa expresión me gustó mucho. Warren afirma que nuestro sentido del «yo» se construye en imitación de otros. Podríamos decir que aquellos que nos han servido de modelos están en nosotros, y nosotros en ellos. No nos poseemos, no somos seres contenidos en nosotros mismos. A esto Girard y Oughourlian lo llamaban «interdividualidad». Yo lo llamaría una expresión de la interrelación de todas las cosas.

Tiempo de Trascendencia: El ser humano como un proyecto infinito (8)

Proyecto infinito8. ¿Cuál es, finalmente, el oscuro objeto del deseo?

El hecho es que los seres humanos deseamos ilimitadamente, pero ¿qué? ¿Qué podrá llenar el vacío del ser? “¿Por qué deseo lo ilimitado, la totalidad, y tan sólo encuentro fragmentos?” (p. 69) Somos seres en permanente protesta, pero es ahí donde está nuestra grandiosidad. Según Boff, hay tres actitudes que podemos adoptar frente a ese deseo infinito:

La primera proviene de los existencialistas (e.g., Sartre), para quienes los seres humanos estamos abiertos a lo infinito pero sin un objeto definido. Es una “pasión absurda” que nunca se realizará (p. 70). Debemos aceptar esa apertura a lo infinito y la angustia que nos supone como parte de nuestra condición humana básica.

La segunda actitud es la de los agnósticos, “que no desean definirse en relación a la apertura y la trascendencia y sufren con la falta de respuesta” (p. 70). Como humanos, sienten el deseo infinito, identifican posibles objetos de trascendencia, pero temen aprehenderse de alguno de ellos definitivamente. Boff ve una posible causa de este agnosticismo en aquellos grupos que presentan una falsa trascendencia, ya sean en los ámbitos de la filosofía o la religión. Es mejor estar lejos de ellos que identificarse con alguno. Es una búsqueda de seguridad ante expresiones de pseudotrascendencia.

La tercera actitud es la de las religiones, “que tienen el inaudito coraje –diría incluso que la osadía– de dar nombre a ese objeto de nuestro deseo, llamándolo «Dios», «Olorum» (candomblé), «Tao», «Yahvé»… o de cualquier otra forma: Padre, Hijo, Espíritu Santo…” (p. 71). Dios emerge como la respuesta existencial a la oscuridad y desorientación de la experiencia humana. Cosas tan sencillas como la mirada de un niño, la grandiosidad del cosmos, o la vida misma también pueden llevarnos a Dios. El deseo infinito se encuentra con el objeto infinito, lo que da descanso al ser humano.

La tradición mística (cristiana, musulmana, taoísta y sufi) afirma que nuestra profundidad más íntima es lo que llamamos «Dios». El fin del ser humano “consiste en pasar, del Dios que tenemos, al Dios que somos en nuestra profunda radicalidad” (p. 73). Somos connaturales con la realidad divina. Estamos abiertos a lo infinito y, por lo tanto, somos indescifrables. Nuestra cercanía al «Misterio» es posible debido a que Él la realidad que subyace a nuestra existencia. “[E]n Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17.28 DHH). “Si Dios tiene algún significado, debe ser entendido así, como el objeto secreto de la búsqueda humana, el nombre reverente, el latido de nuestro corazón, aquel que se esconde detrás de todos los caminos, que nos conduce, finalmente, y nos sustenta.” (p. 73) Esto da base a Boff para afirmar un único Dios detrás de todos los caminos espirituales del ser humano. “[N]inguno de los caminos está errado. Cada uno de los caminos es camino hacia la fuente” (p. 74).

Un bautismo de pasada (Lc 3.21-22)

Bautismo de Jesús

El texto bíblico es un mosaico, una conglomeración de obras que, a pesar de sus diferencias, han guiado comunidades y gentes a la vida abundante en Cristo Jesús. A lo largo de las generaciones se han contado las historias bíblicas, muchas de las cuales hemos aprendido desde pequeños y que son populares aun fuera de la Iglesia: David derrota a Goliat, la fuerza de Sansón, Jonás en el estómago de la ballena, la sabiduría de Salomón, la creación de Adán y Eva, etc.

Recuerdo cuando de pequeño mi papá y mi mamá se acostaban a mi lado en la cama a la hora de dormir y me leían alguno de estos relatos. También recuerdo cuando de pequeño iba a la escuela bíblica y de maneras diversas aprendía junto a otros niños estas historias. Son momentos que no se olvidan. Y es muy bueno que recordemos todas estas historias y sepamos que están ahí. Sin embargo, como diría el apóstol Pablo, “cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño”(1 Co 13.11). Muchas veces hemos escuchado las historias bíblicas miles de veces pero aún no hemos estudiado el texto mismo y su significado.

En el caso de los «Evangelios» sucede lo mismo. Hemos escuchado sobre Jesús, sobre su nacimiento, vida, muerte, resurrección y ascensión. Y en ocasiones, sin querer, aplanamos la vida de Jesús a una única historia cuando en realidad en nuestra Biblia tenemos cuatro. Cada Evangelio testifica a su manera sobre la vida de Jesús. Por esto, no pensemos por un momento que las historias de Jesús que se encuentran en uno tienen que ser similares en el otro. Cada evangelista le ha dado su toque a los relatos y quiere enseñar algo muy suyo, muy particular, sobre lo que él piensa sobre Jesús.

Cuando se estudia cómo se formó el libro de Lucas, los eruditos están de acuerdo que él tenía a la mano al Evangelio según Marcos, una fuente de dichos de Jesús llamada «Q» y otros recursos únicos de él. Lucas tomó a Marcos como una de sus fuentes principales y, la mayoría del tiempo, sigue su secuencia de la vida de Jesús. Pero no piense que fue un “copy/paste”. Lucas editó lo recibido de Marcos y, junto al resto de los materiales que tenía, hizo una narrativa propia de la vida de Jesús.

Un ejemplo muy claro lo es el pasaje de Lc 3.21-22, el denominado pasaje del bautismo de Jesús que Lucas toma de Marcos. ¿Cuántos de nosotros no hemos escuchado que Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, que luego el cielo se abrió, bajó el Espíritu como paloma y Dios habló? Debemos estar atentos a las palabras que se nos presentan pues los «Evangelios» no nos dan una única perspectiva sobre el suceso. El texto de Mc 1.9-11 dice:

Por aquel entonces vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba sobre él. Entonces se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco.»

Si nos fijamos, en Marcos es explícito que Juan el Bautista bautiza a Jesús. Mientras Jesús sale del agua tiene la visión del Espíritu bajando sobre él. Se oye entonces una voz de los cielos que se dirige a Jesús. El texto de Lucas nos da otro énfasis, tanto así que el pasaje no debe siquiera titularse el “Bautismo de Jesús”. Les invito a reflexionar en lo que Lucas nos intenta enseñar. El texto de Lc 3.21-22 dice:

Toda la gente se estaba bautizando. Jesús, ya bautizado, se hallaba en oración, cuando se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, y llegó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.»

En primer lugar, debemos notar que no se hace mención de Juan el Bautista en ningún momento del pasaje. Lo que en Marcos era explícito, en Lucas es implícito. ¿Por qué razón Lucas no pone a Juan bautizando a Jesús? La razón está en un posible malentendido: se podía pensar que Juan era mejor que Jesús y que Jesús era un pecador que necesitaba arrepentimiento. Es por esto que Lucas encarcela a Juan antes del bautismo de Jesús (3.19-30) y hace mención de su bautismo de pasada. Cuando llegamos a Jesús él ya a sido bautizado junto al resto de la gente (3.21).

En segundo lugar, notamos que Jesús experimenta la visión mientras está orando. Este es un elemento encontrado solamente en Lucas, ya que la oración es uno de sus temas predilectos. La visión y la voz del cielo son una respuesta a la oración. En Lucas, los eventos importantes del ministerio de Jesús son precedidos usualmente por momentos de oración. Por ejemplo, Jesús ora antes de elegir a los doce discípulos (6.12-16), antes de preguntarle a los discípulos sobre su identidad y escuchar la confesión de Pedro (9.18-21), durante la transfiguración (9.28-36), cuando le enseña a sus discípulos «El Padre Nuestro» (11.1-13), en el monte de los Olivos antes de su pasión (22.39-46), etc. Si tomamos todos los textos que hablan de la oración en la obra Lucas-Hechos nos daremos cuenta que Lucas ve la oración como algo fundamental, no solo para Jesús, sino para la vida de la comunidad cristiana.

Tercero, en respuesta a la oración hacen aparición el Espíritu y una voz del cielo. El relato dice que el Espíritu Santo bajó sobre Jesús en forma corporal. El hecho de que Lucas añada la corporeidad del Espíritu hace énfasis en cuán real fue la experiencia. El Espíritu realmente bajó sobre Jesús. ¿Por qué “como una paloma”? La referencia a la paloma para una persona en el Mediterráneo era símbolo de la benevolencia de Dios. Esa benevolencia se confirma con la voz que llega del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.» La voz confirma que hay una relación especial entre Dios y Jesús, una relación de padre-hijo.

¿Por qué Jesús oró? ¿Por qué el Espíritu bajó sobre él y llegó esa voz del cielo? Antes se mencionaba que en el Evangelio según Lucas Jesús aparece orando en momentos importantes de su vida. En Lc 3.21-22 Jesús ora porque está por comenzar su ministerio. El Espíritu Santo baja sobre él y la voz divina confirma su filiación con Dios porque ya había llegado el momento de comenzar a anunciar el Reino de Dios. Lc 3.23 nos lo confirma cuando nos dice: “Tenía Jesús, al comenzar, unos treinta años.” Por lo tanto, en el relato del “bautismo” se nos explica “cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret” (Hch 10.38). Es por lo que sucede en Lc 3.21-22 que luego Jesús podrá decir:

El Espíritu del Señor sobre mí,

porque me ha ungido

para anunciar a los pobres la Buena Nueva,

me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos

y la vista a los ciegos,

para dar la libertad a los oprimidos

y proclamar un año de gracia del Señor. (Lc 4.18-19)

¿Qué podemos aprender de este pasaje? Lucas nos enseña que toda decisión de importancia en la vida y toda empresa ministerial debe ser precedida por momentos de oración. Dios quiere respaldar nuestros esfuerzos y asegurarse que culminarán en vida abundante. El Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan (Lc 11.13). Es por el Espíritu que en momentos de crisis y muerte hay esperanza de resurrección. Es por el Espíritu que tenemos la confianza de que nuestra vida está dentro de un plan mayor que el nuestro, en el mismísimo plan de Dios. Es por el Espíritu que podemos servir al prójimo con efectividad. Es por el Espíritu que podemos vivir en santidad venciendo diariamente las tentaciones del diablo (cf. Lc 4.1-13).

Imitemos, pues, al Jesús orante. Al Jesús, que lleno del Espíritu, inició su obra de servicio al pueblo judío. Seamos una Iglesia que ora. Seamos una Iglesia que clama a Dios por el Espíritu Santo. Seamos una Iglesia que, empoderada por ese Espíritu, ministra a su comunidad. Dios llama a su Iglesia.

Dios nuestro, te damos gracias por el texto bíblico. Hoy reflexionamos sobre Jesús en uno de sus momentos de oración y cómo lo ungiste para su ministerio. Permite que sigamos su mismo patrón. Que oremos por tu dirección para tomar decisiones importantes y que tu Espíritu dirija nuestras vidas a servir a nuestro prójimo. Gracias por hacernos tus hijos. Ayúdanos a complacerte diariamente. En el nombre de tu hijo Jesús, AMÉN.

Jesús, la consolación de Dios

Simeon recibe a Jesús

“El evangelio” es la historia de Jesús de Nazaret contada como el clímax de la larga historia de Israel, que a su vez es la historia de cómo el único Dios verdadero está rescatando al mundo. —N.T. Wright[1]

Nuestro país espera consuelo. El mundo espera consuelo. Lo que los cristianos declaran como evangelio, «buena nueva», es que el consuelo ya llegó, que estuvo y está en medio de nosotros. Actualmente ese consuelo vive y reina a la diestra del Padre. Su nombre es Jesús.

Nuestra tentación es hacer del evangelio una fórmula de salvación cuando en realidad el evangelio es una historia. Es la historia de cómo, a través de Cristo Jesús, Dios reconcilia al mundo consigo mismo. Es por eso que Mateo, Marcos, Lucas y Juan, biografías de la antigüedad, biografías de Jesús, fueron tituladas como Evangelio. La «buena nueva» es que la historia de Israel, reflejada en el Antiguo Testamento, llegó a su cumplimiento definitivo en la vida de Jesús de Nazaret.

En Lc 2.22-40 se nos presenta un testigo del consuelo de Dios a su pueblo Israel. Su nombre fue Simeón. ¿Quién fue Simeón? Realmente no tenemos mucha información sobre él aparte de lo que se nos ofrece en este pasaje. Sabemos que vivía en Jerusalén y que “era una persona justa y piadosa, que esperaba que Dios consolase a Israel; y estaba en él el Espíritu Santo” (v. 25). Se nos añade también que “el Espíritu le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor” (v. 26). Por esta razón muchos eruditos suponen que Simeón era ya muy anciano.

La relevancia de Simeón radica cuando José y María llevan al niño Jesús al Templo para presentarlo al Señor, él “lo tomó en brazos y alabó a Dios” (v. 28) con una de las oraciones más memorables de los primeros capítulos de Lucas:

«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,

dejar que tu siervo se vaya en paz,

porque han visto mis ojos tu salvación,

la que has preparado a la vista de todos los pueblos,

luz para iluminar a las gentes

y gloria de tu pueblo Israel.» (vv. 29-32)

Nuestro problema hoy día consiste en nuestra falta de fe para ver a Jesús como el consuelo a nuestras situaciones difíciles. Simeón es un modelo de fe que debemos imitar pues él, aunque Jesús era niño aún, vio con los ojos de la fe la salvación de Dios y experimentó paz.  Veamos algunas características de Simeón que pueden fortalecer nuestra vida espiritual y nuestra esperanza.

En primer lugar fijémonos en el nombre Simeón, que significa «Dios ha oído». El papel de Simeón en el relato es el de recipiente de la promesa del Mesías. Las oraciones que el pueblo de Israel había levantado a Dios por muchos años desde tiempos remotos, como nos muestra el Antiguo Testamento, reciben contestación en el recibimiento que Simeón le hace al niño Jesús. Podemos entonces confiar en que Dios escucha nuestras oraciones. No importa el tiempo que haya pasado, Dios oye nuestro clamor y responde salvíficamente al mismo. Dios ha oído. Tenemos esperanza.

También se nos dice que Simeón “era una persona justa y piadosa” (v. 25). Simeón era una persona recta, honrada y santa. Era una persona sumamente preocupada por cumplir sus responsabilidades religiosas. Lucas nos muestra un hombre íntegro. La fe que Simeón confesaba en el Dios de Israel no estaba separada de su vida. ¿Cuántos de nosotros nos describiríamos como justos y piadosos? ¿Practicamos la justicia? ¿Cumplimos con Dios y con nuestro prójimo?

La justicia y la piedad religiosa son el contexto donde el Espíritu Santo se manifiesta. El Espíritu Santo estaba en Simeón. El pasaje nos afirma que el Espíritu “le había revelado [a Simeón] que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor” (v. 26). El Espíritu movió al Simeón al Templo para que se encontrara con Jesús (v. 27). Cuando practicamos la piedad y la justicia el Espíritu se nos revela y nos guía en nuestro caminar. Cuando el Espíritu está en nosotros y respondemos al llamado de Dios somos guiados a senderos de vida y esperanza. El Espíritu Santo da paz pues nos hace descansar en las promesas de Dios.

Por último, Simeón “esperaba que Dios consolase a Israel” (v. 25). Mientras hay espera hay esperanza. Hoy, cuando vemos la situación de nuestro país, muchos tenemos deseos de echar todo a perder. “Este país no sirve.” “Las cosas están malas.” ¿Son estas las palabras de personas que esperan algo? Simeón nos invita a estar vigilantes a la situación de nuestro país con esperanza. Escuchamos malas noticias y oramos porque tenemos fe que Dios escucha.

En Jesús ha llegado la salvación de Dios a nuestra vida. Jesús es la salvación que Dios ha “preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a las gentes y gloria de [su] pueblo Israel” (vv. 31-32). Recibamos a Jesús como Simeón lo hizo, con una vida justa, piadosa, llena del Espíritu y esperando la consolación de nuestro país. Dios responderá porque ya respondió en Cristo Jesús. AMÉN.


[1] Scot McKnight, The King Jesus Gospel: The Original Good News Revisited (Grand Rapids: Zondervan, 2011), 12.

Cuando nos nace el niño en el pesebre

natividad

Si algo nos dice la historia es que la vida humana nunca ha sido fácil. Siempre metidos en guerras, discusiones religiosas, abusos de poder, buscando sustentarnos, buscando nacer a la existencia. Muchos ya estamos cansados. ¿Cuándo parará? ¿Cuándo obtendremos descanso? ¿Dónde está Dios en estos procesos de vida? Esa ha sido la pregunta de las generaciones. Por ejemplo, en los Salmos hay llamados por el auxilio de Dios que nacen del alma. En el Sal 22.2-3 se clama con desesperación:

2 ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
Estás lejos de mi queja, de mis gritos y gemidos.
3 Clamo de día, Dios mío, y no respondes,
También de noche, sin ahorrar palabras.

El ser humano desde siempre ha intentado buscarle solución a sus problemas elementales. Hoy día algunas personas piensan que el gobierno tiene la responsabilidad de solucionar los problemas del país. Otros piensan que el esfuerzo, el trabajo de sus manos, es lo que los hará triunfar en la vida. Otros ponen su confianza en otras personas ciegamente. Son muchos los que se aprovechan de la debilidad del pueblo y lo guían a caminos de perdición.

AugustoEn el texto de Lc 2, el mundo ponía su confianza en César Augusto, el emperador del Imperio Romano. No se equivoque. Este hombre hizo cosas sorprendentes por el imperio, tanto así que cuando murió “se había ganado el favor del pueblo, que lo veneraba como príncipe de la paz”.[1] Augusto tenía control sobre toda el área alrededor del Mar Mediterráneo, incluida Galilea y Judea. Dice el texto que él ordenó un censo. El fin de este era el pago de impuestos.[2]

Si hemos leído el Evangelio según Lucas ya habremos sido informados de María, una jovencita virgen desposada con un hombre llamado José. A ella un ángel llamado Gabriel le anunció que concebiría al Mesías por medio del Espíritu Santo (1.26-38). En Lc 2, el censo ordenado por Augusto obligó a la pareja a moverse a la tierra de origen de José, que era descendiente de David. Ya había pasado tiempo desde el anuncio del ángel y María estaba por dar a luz. ¿Qué sucede? Un criterio que se pensaba que debía tener el Mesías era haber nacido en Belén, “la ciudad de David”. Dice el texto bíblico que “mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito” (vv. 6-7a). Un decreto, que llamaríamos mundano, fue el contexto donde la Divinidad confirmó su intención salvífica en el niño Jesús. Este es un elemento importante que nos debe dar esperanza. Detrás de los bastidores de la historia Dios cumple sus propósitos. Nada, ni grande ni pequeño, está ajeno al alcance del Dios de Israel. El niño Jesús nació donde debía nacer. Sin embargo, María debió estar muy perturbada. El lugar donde nació el niño no fue el mejor. ¿De veras sería el Mesías? ¿Cómo era posible que el Salvador de Israel naciera en un pesebre?

Ángeles y pastoresEn otro lugar, no muy lejos, habían unos pastores que vigilaban su rebaño. De momento, un ángel hizo aparición en sus medios, suceso que usualmente genera gran temor. “El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor.” (vv. 10-11) A los pastores les fue dada una señal que afirmaría la veracidad de este anuncio: encontrarían “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (v. 12). Y entonces tuvo lugar uno de los sucesos más memorables del relato, “se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.»” (vv. 13-14)

Los pastores respondieron al anuncio angélico con fe. “Vamos a Belén a ver lo que ha sucedido, eso que el Señor nos ha manifestado”—se dijeron unos a otros (v. 15). “Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos cuantos lo oían se maravillaban de lo que los pastores les decían.” (vv. 16-18) A los pastores les había sido confiada la realidad detrás de aquel nacimiento humilde. Detrás de un suceso pequeño y cotidiano, dentro de uno de los imperios más grandes que el mundo ha conocido, se escondía el propósito salvífico de Dios.

Ese fue uno de esos momentos en los que la realidad parece contradecir lo que Dios ha dicho. Usted y yo vivimos ese tipo de momentos constantemente. Como cristianos se nos ha dicho que somos santos, pero nadie mejor que nosotros sabe cuan pecadores somos. También se nos ha dicho que el creyente vive vida abundante en Cristo, pero cuantas veces nos embarga la tristeza debido a las circunstancias y sentimos que la vida no es justa. ¡Pero gloria a Dios que el texto bíblico nos dice que Dios está presente en esas paradojas!

Si usted se siente pecador, ¡anímese! ¡Jesús compartió la mesa con publicanos y pecadores! Si siente que la vida le ha dado duro, ¡regocíjese! Los evangelios nos testifican que él vino a acompañar y dar esperanzas a los quebrantados de corazón. ¡El área más oscura de su ser no es inalcanzable para Dios! ¡Jesús nació en un pesebre! No se preocupe si le es difícil procesar esta palabra. El mismo texto nos dice que aún “María… guardaba todas estas cosas y las meditaba en su interior” (v. 19).

Jesús en la cruzEl evangelio de Cristo nos hace un llamado a la fe. La vida es incomprensible en más de un momento. Pero es importante que como creyentes estemos siempre conscientes de que Jesús no fue ajeno a lo que usted y yo vivimos día a día. Qué mejor ejemplo ilustra el sentimiento de abandono y la paradoja de la vida que nuestro Señor Jesús en la cruz. En Mt 27.26 Jesús clama a viva voz al Padre y le dice: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» Pero usted y yo sabemos que no fue así. No pudo haber resurrección si Dios no hubiese estado allí. Y se reveló ante nuestros ojos el acto más grande de amor que el mundo ha conocido jamás. Ese era verdaderamente el Hijo de Dios. Dios dio a su Hijo para salvarnos, para mostrarnos el camino de amor y verdad.

Finalmente podemos estar agradecidos. Dios no está lejos de nosotros. “Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había anunciado.” (v. 20) Ellos pudieron presenciar que, en efecto, había nacido Emanuel, «Dios con nosotros». Y porque nació en un pesebre sabemos que también lo hace en nuestra vida cuando le abrimos nuestro corazón con fe.


[1] Isabel Gómez Acebo, Lucas (Estella: Verbo Divino, 2008), 59.

[2] Rainer Dillmann y César A. Mora Paz, Comentario al evangelio de Lucas: Un comentario para la actividad pastoral (Estella: Verbo Divino, 2006), 61-62.

Los tres niveles de existencia (Kierkegaard)

Existe gente que nos hace reflexionar sobre la manera que dirigimos nuestra vida. Leyendo el libro Irrational Man: A Study in Existential Philosophy de William Barret me encontré con Sören Kierkegaard, hombre de una vida e interioridad fascinante y reconocido precursor de la filosofía existencialista. Si bien sería una idea excelente contar sobre su vida, quiero compartir más bien unas ideas suyas que pueden alumbrar nuestra conciencia. En particular, sus tres «etapas en el camino de la vida».

La primera etapa es la estética. El ejemplo perfecto de un esteta es el niño. Cuando se es esteta se vive únicamente para el presente, para el placer o dolor del momento. La persona en esta etapa busca insaciablemente el placer para sentirse vivo, lo que finalmente la sumergirá en la desesperación. Los momentos placenteros llegarán, pero desaparecerán tras el manto fugaz del tiempo. También se menciona al esteta intelectual, aquel que busca ser espectador de todo tiempo y existencia separado de la vida misma. Llegado el momento de ponernos serios sobre la vida, la actitud esteta no tiene por qué ser descartada, pero sí integrada de una manera balanceada a la etapa que viene a suplantarla: la ética.

La etapa ética es el momento en que el hombre se escoge a sí mismo y el tipo de vida que vivirá. El hombre toma esa decisión frente a la muerte, y sella con esa decisión la manera que vivirá la única vida que tiene y que tendrá. Un ejemplo de una persona ética sería un esposo. Un día tomó la decisión de unirse a otra persona para el resto de su vida. Día a día tendrá que reafirmar ese compromiso actuando de acuerdo a sus votos. En esta etapa la persona se rige por reglas universales y es guiada por el deber a hacer lo que se considera correcto.

La tercera etapa es la religiosa. Esta etapa es la afirmación del individuo sobre el colectivo o de lo particular sobre lo universal. El hombre religioso en ocasiones debe romper con la ética universal (la ética/moral social) por el llamamiento divino. Pero ese rompimiento con lo universal no es fácil, sino que se lleva a cabo con temor y temblor. «La regla de ética universal, precisamente porque es universal, no puede comprenderme totalmente, al individuo, en mi concreción» (Barrett, p. 167). El ejemplo que Kierkegaard da en el caso del hombre religioso es Abraham cuando Dios le pide sacrificar a su hijo Isaac. Existe una gran angustia, pues la ética universal dice que los padres deben preservar la vida de sus hijos, pero Esa Voz le pide el sacrificio de su hijo. Existe el temor de desobedecer a Dios y la duda de si esa voz realmente es la de Él. No existen seguridades, es una decisión o la otra. En la vida contemporánea usualmente no es algo bueno contra algo malo, sino bienes rivales donde estamos atados a hacer un mal de todos modos y nuestros motivos no son claros. Es en esa unicidad, en lo particular de nuestra existencia, que nos vemos obligados a trascender las reglas universales y actuar de acuerdo al corazón.